Yeidckol Polevnsky llegó en un vehículo híbrido Prius, Enrique Ochoa en un eléctrico Leaf y Damián Zepeda en una Suburban. Estaban citados el lunes a las 6:45 de la mañana en el estudio de televisión, por primera vez juntos en una misma mesa para discutir.
Ochoa entró a las instalaciones de Televisa saludador, sonriente, en campaña, como si el programa ya hubiera iniciado. De los tres dirigentes nacionales de los partidos que encabezan las coaliciones presidenciales, él es el veterano en el cargo. Llevaba láminas, documentos y sólo un acompañante.
Yeidckol arribó con el senador Mario Delgado y otro acompañante. Esperó a que Ochoa la saludara. Ella le contestó fríamente, como anticipando el tono de la disputa. Delgado y Ochoa, que han tenido más interacción política, se saludaron con más soltura.
Damián Zepeda fue acompañado de Fernando Rodríguez Doval, David Olivo y un colaborador más. Se rio cuando apareció una imagen del mitin de López Obrador el fin de semana donde se le veía entre humo de incienso.
Se sentaron en la mesa de Despierta y se dijeron todo lo que quisieron por cosa de 40 minutos. Todo lo que habían dicho —contra ellos mismos y contra sus candidatos— en spots, declaraciones, conferencias y redes sociales se lo soltaron ahí de frente, en una valiosa oportunidad para que los ciudadanos valoraran argumentos y personalidades, trayectorias y capacidades, denuncias y preocupaciones. Encontronazos sobre denuncias y discusiones sobre propuestas para solucionar los grandes problemas del país. Desde los expedientes de acusaciones de corrupción por los que los tres tuvieron que responder, hasta las soluciones que plantean para resolver temas trascendentales como la corrupción y la inseguridad, planteamientos de política pública que generan diferencias muy marcadas y polémicas encendidas entre ellos.
Fue un formato abierto al que los tres accedieron con enorme apertura, que yo agradezco. Aceptaron que no hubiera turnos de participación pactados previamente ni límites de tiempo prestablecidos para cada intervención ni para cada tema. Admitieron un formato que privilegió el interés de la audiencia con criterios meramente periodísticos. Sin ninguna camisa de fuerza, los tres hablaron aproximadamente 12 minutos con 50 segundos, con diferencia de más-menos un minuto.
Al aire quedaron claramente marcadas las diferencias entre los tres. Hubo momentos de ataque frontal. Pero al final, gustosamente, aceptaron darse la mano y hasta con buen talante. Enrique Ochoa llevó una rosca de reyes y planteó cortarla. Aceptaron sin dudarlo. “¡Esa rosca no trae muñeco, trae taxi!”, gritó desde atrás Mario Delgado y hasta Ochoa soltó una carcajada. Nadie salió corriendo ni enojado. Incluso, buscaron un espacio para hablar en pares muy brevemente fuera del aire: Yeidckol y Ochoa, Yeidkcol y Damián, Ochoa y Damián. Interlocución política.
SACIAMORBOS. Ninguno de los tres se sacó el niño. Yo tampoco, que fui moderador del encuentro. Pero sí mi colega Enrique Campos. Él se comprometió a poner los tamales y ellos a regresar para comerlos… y volver a debatir.
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