El besamanos fue larguísimo. López Obrador recorrió el salón saludando uno a uno a los aproximadamente cien empresarios que se congregaron para el primer diálogo con un hombre al que la mayoría de ellos había temido, muchos incluso combatido, pero que ganó las elecciones e inauguró desde la noche de la contienda un nuevo tono en la relación con sus rivales (la cúpula empresarial, destacadamente).
Terminado el protocolo, vinieron los discursos. Me cuentan algunos de los asistentes a la reunión a puerta cerrada AMLO-CCE (Consejo Coordinador Empresarial) que todo fue miel sobre hojuelas. Que les dijo lo que querían escuchar: que sabe que sin la iniciativa privada no se puede, que va a privilegiar la inversión nacional sin desdeñar la extranjera, que no va a jugar con la economía, que no va a volverse loco con el gasto público, que respalda el TLC y el equipo negociador, vamos, hasta les dijo que los necesita para la implementación del que parece ser el programa emblema de su administración: el de los jóvenes.
De hecho, fueron dos peticiones: la primera, que le ayudaran a capacitar a esos jóvenes a través de un programa de tutores con miras a contratarlos a cambio de incentivos fiscales, y la segunda, que subieran los salarios mínimos, pues resultaban insostenibles los niveles actuales.
Los discursos de los empresarios convergieron en el tono de unidad, de colaboración, de respeto. Y, claro, no faltaron los que se tiraron a los elogios desmedidos y lo ubicaron como el tlatoani cuya sabiduría inmensa resolverá los problemas ya no digamos de México, sino del mundo entero (esos siempre están ahí, y ante cualquier presidente).
Estuvo el equipo de transición del futuro presidente, parte de su gabinete, y uno a uno fue explicando qué temas debían negociar los empresarios con cada uno de ellos. Repartiendo la chamba, pues, explicando las nuevas ventanillas.
El ánimo está inmejorable en las cúpulas. La del poder político y la del poder económico. ¿Se habrán dado cuenta que ni unos son rapaces ni el otro un dictador? La reconciliación está en marcha, pero insisto: falta que permee a diversos personajes que se sienten empoderados por la ola morenista y sus huestes con creciente sed de venganza.
SACIAMORBOS. En la ruta de la reconciliación, se ha destacado mucho la civilidad, los reconocimientos de derrotas electorales y la tersura con que terminó la jornada electoral. Se habló de que por fin México es una democracia madura. Pero vale la pena apuntar un dato: de las 5 gubernaturas que Morena disputaba en serio, ganó 4. Y ahí todo fue terso. En la única en que los resultados preliminares del INE pusieron abajo al candidato morenista, Puebla, Morena no reconoció el revés, denunció fraude, organizó protestas, irrumpió con violencia en el cuartel del PAN y se desató el sainete que ya conocemos. La única fuerza que no ha reconocido una derrota es Morena. Si hay elementos para demostrar un “fraude”, que procedan las autoridades. Si Moreno Valle torció la ley, que se denuncie. Mientras tanto, el comportamiento del lopezobradorismo es consistente: en la victoria, todo es tersura, democracia y alegría; en la derrota, todo es fraude, mafia del poder y usurpadores.
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