Siempre es un deleite escuchar a alguien que sabe mucho y defiende con pasión lo suyo.
Sylvia Earle tiene 83 años y su cuerpo acusa las dificultades motrices naturales de la edad. No importa. Porque además, a ella le gusta más bucear que caminar. La escuché el viernes pasado en la sede de la ONU, en Nueva York, en una de esas inmensas salas de consejo que parecen diseñadas para exhibir el enorme poder del multilateralismo. Techos altísimos, gradería, butacas con micrófono y audífono para las traducciones simultáneas que se realizan en cabinas visibles ubicadas en lo que serían el tercero o cuarto pisos.
La doctora Earle, reina de la Oceanografía, exploradora subacuática, premio Princesa de Asturias, fue contundente y clara:
El océano produce el 50% del oxígeno que consumimos. Así visto, es nuestro corazón azul. Sabemos que está en peligro y nos hemos propuesto la meta de conservar el 10% del océano para el 2020 y el 30% para el 2030. Metas loables. Pero si vamos al cardiólogo y nos dice que nuestro corazón está en peligro, ¿le contestamos que vamos a proteger sólo un 10% de él?
Imbatible. Emocionante. Sacudidor.
Hay temas que de tan grandes parecen inabordables. Es más sencillo entender y comentar las politiquerías domésticas, los toma y daca permanentes en las esferas nacionales e internacionales. Pero este es un tema que nos pone en peligro. Suena exagerado expresarlo y me siento raro al redactarlo, pero los datos ahí están: nos pone en peligro como especie humana.
Ese foro auspiciado por Naciones Unidas abrió las conmemoraciones por el Día Mundial de la Vida Silvestre, este año dedicado a alertar sobre la devastación de la vida subacuática. Ahí se explicó que la pesca industrializada, la contaminación (sobre todo por plásticos) y el calentamiento global tienen al océano al borde del colapso. Que la humanidad ya mató a un tercio de los corales y que una enorme cantidad de especies de tiburones —reyes bajo el agua— está en peligro de extinción. Que tres mil millones de personas (casi la mitad de la población mundial) viven en la costa o dependen del océano, pero que ni así hacemos lo que se necesita. Eso sí es peligro.
¿Y yo qué hacía ahí? Los organismos de Naciones Unidas dedicados al medio ambiente seleccionaron al documental Sea of Shadows (Mar de Sombras) para que fuera proyectado en este contexto. Como se ha expuesto en otras entregas de estas Historias de Reportero, esa cinta denuncia las redes de corrupción y crimen organizado, así como los duros contextos de violencia y pobreza que han conducido a que la vaquita marina esté en peligro de extinción. Tuve el gusto de participar en ese documental como vía para exponer ese microcosmos de la terrible realidad mexicana que tiene como epicentro el norte del Mar de Cortés, entre Sonora y Baja California.
Se habló de la urgente necesidad de que el gobierno del presidente López Obrador defina qué hará ante ese desafío. Lo que se sabe es que la situación en el Alto Golfo de California está peor que nunca: récords de violencia, pesca ilegal y pobreza. Al cambiar la administración federal, bajó la vigilancia y no se han pagado las compensaciones a los pescadores para que no salieran a pescar y con ello se protegiera a la vaquita marina.
Según fuentes enteradas, la Semarnat y la Sagarpa del gobierno lopezobradorista tienen ya un plan preliminar y lo están comentando en reuniones privadas para retroalimentación. Este plan implicaría conservar intacta el área del mar donde se prohíbe la pesca para resguardar a la vaquita (la primera tentación era reducir el polígono) y dejar definitivamente de pagar a los pescadores para que no pesquen, buscando darles nuevas redes que no atrapen a la especie en peligro de extinción.
Veremos si su plan funciona. A diferencia de otras políticas públicas, esta no puede ser de ensayo y error. Si fallan, se acaba la especie (quedan como quince vaquitas) y México enfrentará otra vergüenza internacional.
SACIAMORBOS
Según me informan, Sea of Shadows será distribuida por National Geographic y se estima sea estrenada en México este verano.
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