Ganó todos sus partidos, controló a sus rivales y hasta se dio el lujo de brillar. Al ser presentado en el estadio Luzhniki para la gran final de la Copa del Mundo, fue recibido con aplausos.

El campeón de Rusia 2018, fuera de la cancha, fue el presidente Vladimir Putin.

Aprendió de los errores de logística que cometió en los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi. Se aplicó con disciplina táctica y pese al recelo de Occidente logró organizar una Copa del Mundo impecable y hasta brillante.

Convirtió el Mundial de futbol en uno de los actos publicitarios más extraordinarios de su liderazgo. Mostró a su país como una potencia en infraestructura, instalaciones, comunicaciones y seguridad.

La imagen de esta Rusia de 2018 se colocó muy lejos de aquella de la Rusia post-transición entre comunismo y capitalismo.

Escondió con habilidad de los ojos de turistas y visitantes distinguidos su cara fea, autoritaria y discriminatoria de las minorías. Tuvo incluso la suerte de que Ucrania, recordatorio permanente de su arbitrariedad, no clasificara. Y que Inglaterra, con la que sostiene una sucia disputa manchada por el espionaje y el asesinato, se quedara a un paso de la gran final.

Su equipo de futbol logró la mejor participación de su historia cono nación independiente post-soviética y la mayoría de los ciudadanos gozó como pocas veces.

Hasta pudo hacer que pasara casi inadvertida la jugada sucia de impulsar al inicio del torneo la impopular reforma para aumentar la edad de jubilación de los trabajadores rusos, de 55 a 63 años para las mujeres y de 60 a 65 para los hombres, en un país que quizá lo único que añora del viejo comunismo es la fuerte red de seguridad social que le brindaba.

Con el marcador a su favor, presidió confiado la ceremonia de premiación del campeón en la cancha, Francia, y el subcampeón, Croacia. Al desatarse la lluvia con fuerza sobre esa zona de Moscú, se produjo una imagen elocuente en sí misma: los encargados de la seguridad corrieron por un paraguas para mantener seco a Putin y sólo a él. Tuvo que pasar un rato para que llegara otro paraguas para el presidente francés Emmanuel Macron, y aún más tiempo para que hubiera protección para la presidenta croata, Kolinda Gabar-Kitarovic, ya empapada pero feliz con el subcampeonato de sus muchachos.

Así, protegido de la lluvia y con un campeonato que presumir ante el mundo, llega Putin hoy a Helsinki a reunirse con Donald Trump, a salvo de las salpicaduras de los 12 agentes rusos de inteligencia imputados ya oficialmente por interferir en la elección presidencial estadounidense y con la posibilidad de ver de frente, incluso un poco hacia abajo, al líder de una nación que es en realidad mucho más poderosa que la suya. Tras vapulear en el discurso a sus aliados de la Unión Europea y la OTAN y cuidar de no hablar mal de Putin, parecería que es la mano de Trump la que sostiene el paraguas del hombre fuerte de Rusia 2018.

SACIAMORBOS. ...Y pese a todo, un error de marcación permitió que se le colaran cuatro integrantes del colectivo Pussy Riot a la cancha durante 25 segundos para recordarle al mundo el autoritarismo de su régimen.

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