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El presidente hizo lo que siempre hace: acorralado, emproblemado tras haber desatado con sus políticas un episodio de crisis y desconfianza, dobla la apuesta, culpa a los medios de comunicación, culpa a los opositores, se aferra a un símbolo, fustiga a sus adversarios por no haber hecho en el pasado lo que se tenía que hacer, decreta un cierre unilateral sin consenso y se exhibe dispuesto a mantenerlo más allá de las presiones y aun cuando afecte a la ciudadanía.
Es una estrategia con la que ha vivido y que le ha dado muchos réditos políticos. Es el método que lo llevó a la presidencia con un discurso antisistema, a pesar de ser él uno de los productos más acabados del sistema al que critica.
La crisis coyuntural, si bien explotó casi de la noche a la mañana, viene edificándose desde hace rato con varias líneas de trabajo:
La primera fue ubicarse como un enemigo de un sistema tronado, de un modelo político y económico agotado. Y presentarse como el ajeno a las élites, el único capaz de sacudirlas y desmontar su insoportable influencia.
La segunda fue la creación de una realidad paralela, alimentada por mentiras e hipocresías: ¡el hombre se quejó hasta del proceso electoral que lo condujo a una victoria aplastante!
La tercera, como en sus discursos suelta muchas falsedades y muchos mitos (no hay que olvidar que todo mito es una mentira), el enfrentamiento con los medios de comunicación es inevitable. Frente a un dato, suelta un calificativo. Frente a un hecho, responde con una calumnia. Frente a una crítica, revira con un apodo. Y claro, mientras se pelea con todo aquel que quiere ejercer el derecho a la crítica y contrastar sus dichos con la realidad, tiene también su listado de periodistas, comentaristas y medios de comunicación favoritos, avalados por él. Es natural que como parte de esta estrategia descanse mucho más en las redes sociales, aunque éstas a veces se le vengan encima.
La cuarta: con esta confianza en las redes, adopta el tono. Debe tener siempre un antagonista: puede ser una persona con nombre y apellido, puede ser un partido, un grupo o una idea conspiratoria que dice detectar en su contra. Pero siempre, siempre, hay un enemigo malvado al que combate. Tal es la columna vertebral de su mitología.
En este contexto, frente a una adversidad, la reacción es siempre la misma: primero niega lo que está pasando, luego lo acepta a medias, manipula los datos duros y culpa a la prensa de mentir o exagerar el asunto. Más tarde ubica a sus enemigos como quienes están frenando la tan deseable acción de su gobierno y jamás de los jamases reconoce que se equivoca: para él su gestión es histórica, grandiosa, no vista por décadas, la mejor de los últimos tiempos, la capaz de resolver añejos problemas en cuestión de días, la que se atreve a tocar los intereses podridos, la que prevalecerá cueste lo que cueste y sufra quien sufra.
Así pues, fiel a este método que lo ha llevado tan alto, el presidente Donald Trump encara la crisis por el cierre parcial de su gobierno.
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