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Fifty-fifty, coinciden dos fuentes de alto nivel de los gobiernos de México y Estados Unidos. Y justo así lo frasean: cincuenta y cincuenta a que Canadá entre al acuerdo comercial que ya tienen México y Estados Unidos. Un volado. Existe la misma probabilidad de que funcione o que no.
Redacto esta columna a punto de despegar desde Washington hacia la Ciudad de México. Aquí se quedan los funcionarios mexicanos que se han encargado de la renegociación comercial con Estados Unidos. Tienen una misión: apoyar a que Canadá se incorpore al acuerdo.
Como prácticamente no tiene asuntos pendientes con Canadá, México se queda casi en plan de mediador. Mejor dicho, de réferi de box porque Canadá y Estados Unidos llevan una pésima relación, pero ambos tienen por separado una buena comunicación con nuestro país.
Ya desde hace varios meses le informé en estas Historias de Reportero que estaban tan mal las cosas entre los mandatarios Trump y Trudeau, y sus funcionarios, que los del equipo de Peña Nieto han tenido que fungir como intermediarios (y quizá ahora tenga que jugar el mismo papel el compacto grupo de López Obrador desplegado en Washington).
Está claro que México quiere a Canadá en el acuerdo comercial. Los empresarios de nuestro país han sido enfáticos en presionar en esa dirección porque existe una muy relevante porción de nuestra industria que está productivamente integrada con toda Norteamérica y perder al más norteño de los socios les implicaría una mala noticia (el tema del gas, por ejemplo, es central: poder diversificar y conseguir mejores precios para no depender por completo del gas estadounidense).
El problema es el reloj: el plazo es hasta el viernes. O se sube Canadá al tren tratando de acomodar un vagón que le venga bien o el ferrocarril deja la estación sólo con México y Estados Unidos.
SACIAMORBOS. ¿Qué está pensando hacer el presidente electo López Obrador con el sector energético mexicano, con la posibilidad de que haya inversión privada en él, con la reforma energética?
El tema energético, hoy sabemos, fue uno de los puntos álgidos de la negociación con Estados Unidos. Estaba superado, negociado ya entre los gobiernos de Peña y Trump, pero cuando se incorporaron los de López Obrador pidieron revisar el tema. Jesús Seade, encargado de la negociación del gobierno electo, dijo que el presidente entrante no quería que el TLC reflejara el lenguaje de la reforma energética, porque si bien ha sido claro en que no la va a echar abajo, no le gusta. Y entonces, cambiaron el lenguaje, le agregaron unos párrafos para enfatizar la soberanía mexicana sobre sus recursos energéticos.
Hasta ahí parecería un asunto de mero fraseo. Sin embargo, en su reacción al acuerdo comercial binacional, López Obrador declaró que “sí hubo una negociación sobre este tema (el energético)” y dejó en claro que quedó plasmado en el texto que “México se reserva el derecho de reformar su Constitución, sus leyes en materia energética”.