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El 19 de septiembre de 1985 a las 7:19 estaba en la universidad. En ese momento, nadie hizo nada, todos nos quedamos pasmados. Recorrí una ciudad devastada, incomunicada y caótica, sin autoridad, que no pudo pronunciarse hasta la noche de ese día, cuando ya había sido totalmente rebasada por una sociedad que reaccionó más rápido ante la tragedia. La ciudad estuvo en penumbras varios días y sin información precisa. Hoy todavía nadie cree las cifras oficiales de muertos, desaparecidos y heridos. La ayuda gubernamental fuera de la zona metropolitana del Valle de México fue inexistente y no había previsiones presupuestales para atender los efectos de los desastres naturales.
El 19 de septiembre de 2017 a las 13:14 estaba en el trabajo. Todos sabíamos que hacer, nos comportamos mayoritariamente conforme a los protocolos de seguridad y seguimos las instrucciones de los monitores de protección civil en cada una de las áreas. Caminé por una ciudad con contingentes organizados, reunidos en torno a señales previamente preparadas, portadas por personas identificadas correctamente. La Policía Federal instaló con gran celeridad una carpa a un costado del Ángel de la Independencia para personas de la tercera edad y discapacitados. Los automovilistas esperaron a que las autoridades de tránsito reabrieran la circulación. La autoridad -federal y local- tuvo presencia inmediatamente y la reacción de los vecinos de los edificios colapsados fue instantánea. El comportamiento colectivo fue ejemplar. Existe el Fondo de Desastres Naturales con reglas de operación y el gobierno ejerció su función de líder de una sociedad organizada y solidaria.
¿Cuáles son las diferencias? Primero, la magnitud del sismo. No hay que soslayar que fue mayor hace treinta y dos años. Segundo, la nueva institucionalidad de México. No se trata de un mero asunto de mejores o peores gobiernos -no falta quien esté enojado porque el país no se derrumbó ante la tragedia y que el arreglo político-social que hemos construido los mexicanos haya funcionado- es un cambio radical en tres décadas en el que hay nuevas relaciones propias de la gobernanza, una organización estatal menos vertical y una sociedad más participativa. Tercero, mayores requisitos para las construcciones, un mayor desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación y la proliferación de las redes sociales (con virtudes y defectos).
Centraré mi reflexión en la nueva institucionalidad que tiene su expresión formal en una Constitución reformada profundamente en las tres últimas décadas en 5 ejes: 1) derechos humanos y amparo, 2) reforma estructural, 3) integración del poder social, relación entre poderes y autonomías constitucionales, 4) federalismo y Ciudad de México y, 5) rendición de cuentas y transparencia.
La nueva institucionalidad se refleja en lo siguiente: mayor pluralidad política, más espacios para la participación ciudadana, órganos constitucionales autónomos independientes de los poderes tradicionales, concentración del gobierno en sus tareas sustanciales -reducción del Estado empresarial-, alternancia en el poder, cooperación entre gobiernos Federal y locales de distinto origen partidista, mayor importancia de los poderes legislativo y judicial, mayor énfasis en el respeto de las personas y sus derechos, la legitimación política por resultados, la mayor apertura y libertad de los medios de comunicación, la Constitución de la Ciudad de México, la inclusión de grupos marginados por el régimen autoritario a los espacios de decisión, la proliferación y fortalecimiento de las organizaciones de la sociedad civil, los observatorios ciudadanos y los activistas de derechos humanos y un largo etcétera. Un hecho fundamental se transitó de un gobierno centralizado en la Ciudad de México ejercido por un Jefe de Departamento nombrado por el Presidente a un Jefe de gobierno electo directa y universalmente de una entidad federativa plenamente autónoma.
El orgullo y satisfacción de haber enfrentado con amplia solidaridad, rapidez, eficacia y eficiencia la tragedia no es mérito de nadie en especial. Es un efecto de la nueva institucionalidad. Los gobiernos -en plural y de distinta extracción partidistas-, la sociedad y los medios de comunicación han cumplido satisfactoriamente su papel. No hay los desequilibrios en los esfuerzos, ni las ausencias de hace treinta años. Sin duda, habrá prietitos en el arroz. Habrá quien cometerá rapiña, se aprovechará de los damnificados o no distribuirá correcta y oportunamente los bienes entre los necesitados, pero esto aparentemente es la excepción.
Lo que no se puede soslayar es que ante una tragedia similar -un sismo de grandes dimensiones- hay una nueva institucionalidad que funciona mejor. Todavía es perfectible, sin duda, y ya llegará el momento de evaluar y corregir. Hoy nos toca apoyar y ser solidarios. Demostremos que somos mucho más de lo que algunos quieren reducir a México. No somos un estado fallido, ni una sociedad pasiva. No somos un país sólo de corruptos, ni postrado ante la delincuencia. Somos una nación cada vez más integrada y abierta al mundo con un gran potencial humano y una juventud excepcional.
Profesor de Posgrado de la Universidad Anáhuac del Norte
cmatutegonzalez@yahoo.com.mx