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Marzo es el mes que trae más melancolía al mundo de los costalazos por el aún fresco recuerdo del Hijo del Perro Aguayo, el hijo de la leyenda, el rudo que se ganó el corazón de miles de aficionados en 20 años de trayectoria en los encordados, y que lo llevaron a convertirse en una de las más grandes figuras de la lucha libre. Pedro Aguayo Ramírez falleció la noche del 21 de marzo en Tijuana, con apenas 35 años de edad, en el mejor momento de su carrera.
La lucha en la ciudad fronteriza escribió uno de los capítulos más tristes en la historia del deporte, porque el ídolo de multitudes perdió la vida haciendo lo que más le gustaba, luchar. Fue el cuadrilátero del Auditorio de Tijuana donde escribió la última página de un libro plagado de éxitos, furia y alegrías.
Pocos como él para obtener victorias, a la buena o a la mala, con justicia o con trampas, pero siempre mantuvo los reflectores de los medios sobre su figura, con su particular y aguerrido estilo que se revolucionaba al salir del escenario para encender hasta al público más frío.
Entre sus más grandes logros obtenidos se cuentan 14 cabelleras, tres máscaras, campeonatos nacionales y mundiales, además de obtener trofeos y victorias en los torneos más importantes de nuestra lucha, tanto en el Consejo Mundial de Lucha Libre (La Leyenda de Plata), como en la Triple A (Rey de Reyes).
El Perro nunca perdió la cabellera, la expuso en 17 ocasiones y siempre salió con el brazo en alto, por eso se convirtió en la cabellera más cotizada de la historia, y por lo tanto en la leyenda más joven. A sus pies cayeron figuras tan grandes como el Cobarde, el Texano, los hermanos Dinamita (Cien Caras, Máscara Año 2000 y Universo 2000), su compadre Héctor Garza, el Negro Casas, el Dandy y el Cibernético. Nombres que deslumbran en donde se paren, y que imponen en todos los cuadriláteros, pero el Hijo del Perro pudo con ellos, y podía con muchos más.
Nadie imaginaba el final del Hijo del Perro, pero es la manera en la que a muchos luchadores les gustaría morir, luchando entre las 12 cuerdas y rodeado de miles de aficionados que coreaban su nombre. Tres años después, ningún profesional de este deporte puede descartar un final así, nadie está a salvo por el riesgo que la lucha conlleva. Las caídas, las patadas y los golpes lastiman el cuerpo de los héroes de carne y hueso día con día, y aquella noche el cuerpo de Pedro dijo ya no más. Esa noche su luz se apagó por siempre.
deportes@eluniversal.com.mx
La lucha en la ciudad fronteriza escribió uno de los capítulos más tristes en la historia del deporte, porque el ídolo de multitudes perdió la vida haciendo lo que más le gustaba, luchar. Fue el cuadrilátero del Auditorio de Tijuana donde escribió la última página de un libro plagado de éxitos, furia y alegrías.
Pocos como él para obtener victorias, a la buena o a la mala, con justicia o con trampas, pero siempre mantuvo los reflectores de los medios sobre su figura, con su particular y aguerrido estilo que se revolucionaba al salir del escenario para encender hasta al público más frío.
Entre sus más grandes logros obtenidos se cuentan 14 cabelleras, tres máscaras, campeonatos nacionales y mundiales, además de obtener trofeos y victorias en los torneos más importantes de nuestra lucha, tanto en el Consejo Mundial de Lucha Libre (La Leyenda de Plata), como en la Triple A (Rey de Reyes).
El Perro nunca perdió la cabellera, la expuso en 17 ocasiones y siempre salió con el brazo en alto, por eso se convirtió en la cabellera más cotizada de la historia, y por lo tanto en la leyenda más joven. A sus pies cayeron figuras tan grandes como el Cobarde, el Texano, los hermanos Dinamita (Cien Caras, Máscara Año 2000 y Universo 2000), su compadre Héctor Garza, el Negro Casas, el Dandy y el Cibernético. Nombres que deslumbran en donde se paren, y que imponen en todos los cuadriláteros, pero el Hijo del Perro pudo con ellos, y podía con muchos más.
Nadie imaginaba el final del Hijo del Perro, pero es la manera en la que a muchos luchadores les gustaría morir, luchando entre las 12 cuerdas y rodeado de miles de aficionados que coreaban su nombre. Tres años después, ningún profesional de este deporte puede descartar un final así, nadie está a salvo por el riesgo que la lucha conlleva. Las caídas, las patadas y los golpes lastiman el cuerpo de los héroes de carne y hueso día con día, y aquella noche el cuerpo de Pedro dijo ya no más. Esa noche su luz se apagó por siempre.
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