En Europa, origen de los partidos políticos como instrumentos para la representación ciudadana, la dimensión ideológica de éstos se ha movido en un espectro izquierda-derecha desde la consolidación del Estado moderno y las consecuencias del proceso de industrialización experimentado por éste. El inicio de la distinción está dado por el contexto de la Revolución Francesa de 1789 y las posiciones a favor o en contra del régimen. La evolución de esta tensión ideológica ha ido cambiando para abarcar el aspecto político, económico y social.

La literatura académica ha establecido dentro de este espectro político la identificación de los partidos como comunistas, socialistas, verdes, liberales, cristiano-demócratas, conservadores y extrema-derecha. En el marco del proceso de integración supranacional puede decirse que la izquierda procede de una tradición “internacionalista” mientras que la derecha ha encontrado sus raíces en las visiones nacionalistas, aunque no siempre ha existido una correlación pura.

Para realizar un análisis sobre la izquierda política en Europa se vuelve fundamental recordar dos elementos. El primero de ellos, el peso de la idea del estado de bienestar como instrumento socioeconómico frente al desarrollo capitalista. Y el segundo, el papel que tuvo la extinta URSS, en un primer momento en la lucha contra el fascismo y el nazismo, lo que favoreció a la izquierda política, sobre todo en su dimensión socialdemócrata; y posteriormente con el totalitarismo soviético, que hizo que las posturas ideológicas más cercanas a los ideales comunistas encontraran resistencia frente a las prácticas que en ese entonces resultaban indefendibles.

Con el cambio de las tensiones ideológicas que se presentó a partir del periodo 1989-1991, junto con los avances en el proceso de integración regional, pareciera que los partidos políticos de izquierda en Europa tuvieron un periodo “dorado” a finales del siglo pasado: entre los años 80 y 90, las formaciones políticas ubicadas a la izquierda del espectro obtuvieron un porcentaje similar de escaños parlamentarios al obtenido por la derecha en Europa occidental. (Véase )

Este escenario hizo que la centroizquierda, asociada a la socialdemocracia, se presentara como la fuerza política predominante en muchos de los gobiernos nacionales europeos en una época que demandaba grandes expectativas de adaptación al que se consideraba un nuevo tiempo político y económico. Dos de los conceptos principales formulados durante este tiempo para la izquierda fueron que ésta debía ser “reformista” (en lo económico y político principalmente) y “progresista” (en aspectos sociales y culturales).

Sin embargo, dentro del proceso de la globalización catalogada como “irrevocable”, paulatinamente la aproximación de las políticas públicas desarrolladas hacia los asuntos centrales de gobierno en la mayoría de los países europeos ha hecho que se hable de convergencias ideológicas con el objetivo de ampliar las bases electorales. En este sentido, en un contexto europeo que ha generado en los últimos lustros una serie de crisis: institucional (2005-2009), financiera (2008-2012) y de identidad (2010-2017) —que bien pueden ser extendidas al sistema internacional en general—, los factores que han difuminado las diferencias ideológicas entre los grandes partidos políticos tradicionales de centroizquierda y centroderecha (ambos grandes promotores de la integración regional que representa la Unión Europea), pareciera que han tenido como mayor damnificada al ala izquierda del espectro político.

Esto puede constatarse con hechos en dos vertientes. En primer lugar, para estos momentos, de los aún 28 Estados miembros de la UE (que si bien no representan la totalidad europea son el mayor referente) sólo cinco tienen gobiernos catalogados como de izquierda —Grecia y Portugal, ambos desde 2015— o centroizquierda —Eslovenia y Suecia, ambos desde 2014, y Malta, desde 2017—. Aquí lo que destaca es que llevamos ya varios años hablando de que el socialismo o la socialdemocracia son “barridos” del mapa europeo. Suele ejemplificarse con los casos de los gobiernos de coalición bajo el argumento de la estabilidad, que ha contribuido a la noción de la “no diferenciación” ideológica: hace un año, en 11 de los 28 socios comunitarios izquierda y derecha gobernaban juntos. Suele citarse como la comprobación por antonomasia de dicha tesis al caso de Alemania y la gran coalición que después de las elecciones del año pasado vuelve a reeditarse para mantener a Angela Merkel en la cancillería federal.

La segunda de las vertientes que se ha presentado se encuentra en la disminución lenta pero constante del porcentaje de votos de la izquierda europea tradicional (socialismo y socialdemócratas) en las elecciones parlamentarias a lo largo del siglo XXI. (Véase: ). No es fácil responder a la pregunta del por qué se ha producido esta disminución, pero lo que sí parece claro es que el espacio político-electoral que antes ocupaba la ideología progresista ha sido ocupado por una serie de organizaciones políticas que en el entorno europeo se mueven entre la extrema derecha, el populismo o el euroescepticismo como expresión de rechazo a la globalización neoliberal y a la interconectividad global. Aquí a los casos del Frente Nacional francés, del Partido por la Independencia del Reino Unido, de los partidos xenófobos nórdicos (como los Auténticos Finlandeses o el Partido Popular Danés), de los partidos populistas con nombres como “por la Libertad (Países Bajos) o “Ley y Justicia” (Polonia) se suman los italianos de la Liga (antes con el apellido Norte) y el Movimiento 5 Estrellas como ejemplos más recientes.

A pesar de la dificultad para plantear una respuesta, sin lugar a dudas ésta pasa por establecer que la izquierda europea progresista ha sido incapaz de afrontar el desencanto ante a la pérdida de legitimidad política de la representación ciudadana en el contexto de contradicciones e incertidumbres que ha generado estas formas de respuestas radicales y de conservadurismo por fenómenos como la precariedad económica, los desplazamientos masivos forzados, la exclusión (real o sentida) social y la desigualdad humanitaria.

Internacionalista por la UNAM.  Experto en integración europea
agarciag@comunidad.unam.mx

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