A finales de 1970, Rosario Castellanos y Ricardo Guerra iniciaron un juicio de divorcio voluntario que pondría fin a 15 años de matrimonio que se caracterizaron —así lo deja ver el volumen que compila las “Cartas a Ricardo”— por la infidelidad, la lejanía, la ausencia y el silencio. Una vez que concluyó el trámite, Rosario decidió aceptar un cargo diplomático que le ofrecía el gobierno entrante de Luis Echeverría, deseoso de congraciarse con la intelectualidad mexicana. El 11 de febrero de 1971, la escritora era nombrada embajadora de México en Israel, el cual apenas tenía 23 años de existencia. De todos los funcionarios nombrados en esa promoción fue la única mujer. Su expediente personal de la Secretaría de Relaciones Exteriores incluye, entre las referencias que proporcionó, a Fernando Benítez.
Hasta su ingreso en el servicio exterior, Castellanos se había desempeñado en la administración pública como promotora de actos culturales del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (1952), directora del teatro guiñol del centro tzeltal-tzotzil de San Cristóbal de las Casas (1956-1958), redactora de textos del Instituto Nacional Indigenista, directora general de información y prensa de la UNAM (1960-1966) y secretaria del Pen Club de México a partir de 1969.
Pese a su inexperiencia tomó posesión de la embajada en Tel-Aviv el 30 de marzo. En su presentación ante el presidente Zalman Shazar dijo: “La tarea a la que me refiero es la de estrechar los nexos que unen a Israel y a México. Dos pueblos que han luchado, a lo largo de su historia, por sobrevivir con dignidad: que han creído en la justicia más que en la fuerza; que han mantenido y siguen manteniendo incólumes los ideales de autodeterminación política, de independencia económica y de autonomía cultural”.
Un mes después de su arribo solicitó autorización para acudir a la quinta Reunión Internacional de Escritores, a celebrarse en Finlandia, a la que acudiría como la primera representante mexicana. Desde la ciudad de Lahti envió un telegrama cifrado a sus superiores en el que reportó que, entre los organizadores del evento, no había presencia de comunistas. En octubre compareció a un encuentro de jefes de misión de Medio Oriente y África con el secretario Emilio Rabasa Mishkin, en el que expuso las constantes amenazas bélicas de que era objeto la nación israelí.
A finales de septiembre de 1972 viajó a México para recoger el “Premio Sourasky de Letras”, mismo que le fue entregado el 6 de octubre. En paralelo a su trabajo como emisaria se desempeñó como catedrática de literatura latinoamericana en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
En su documentación consta que solicitó una licencia en marzo de 1974 para trasladarse de Tel-Aviv a Teherán, donde estuvo del 4 al 14 de abril. Fue la última ocasión en que se alejó de la embajada antes de su trágico fallecimiento por electrocución el 7 de agosto, con 49 años. El periódico Crónica Judía relató que la embajadora se encontraba en la residencia diplomática y quiso cambiar de sitio una lámpara, entonces su chofer escuchó un grito y, cuando ingresó a la vivienda, la encontró tendida en el piso. Las unidades de auxilio la trasladaron de emergencia a un hospital, donde corroboraron su deceso. Acaso lo más desconcertante de la trampa que le tendió el destino fue que apenas dos días antes, en una entrevista que concedió a Revista de Revistas, habló sobre las inconveniencias de la energía eléctrica en el joven país: “En un caluroso día, pusimos a caminar el aire acondicionado en la embajada, con el resultado automático de que se fundió la luz. Esto sucede cada vez que ponemos el aire acondicionado porque la luz no es suficiente. Cada vez hay que buscar un electricista y la cosa se convierte en algo totalmente kafkiano. Yo lo he tomado con humor. Pero a veces la cosa pasa ya de los límites aceptables desde el punto de vista humorístico y uno quisiera explotar”.
Rabasa envió un agradecimiento al gobierno israelí por los honores ofrecidos a la ilustre mexicana. El 9 de agosto, a las nueve y media de la mañana, se inició la ceremonia luctuosa que se llevó a cabo en las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores; el exembajador Shlomo Argov expresó: “Con su muerte desaparece algo bello del panorama humano en Israel. Permítaseme decir que sentiremos su ausencia en la misma medida que ustedes. Son muchos los lazos que unen a nuestros dos pueblos a pesar de las distancias que nos separan, y desde ahora nos une también la memoria de una mujer encantadora, Rosario Castellanos”. Luego se procedió a su velación en el Palacio de Bellas Artes, acto al que acudió el presidente.
Se le inhumó en el Panteón Civil de Dolores, en la sección correspondiente a la “Rotonda de los hombres ilustres”. Como reconocimiento póstumo a su trabajo intelectual, el Fondo de Cultura Económica se dio a la tarea de editar su Obra Completa.