Evelyn Waugh fue uno de los novelistas británicos más famosos de la primera mitad del siglo XX. Destacó por su prosa satírica y sus críticas a lo que definió como ‘la vacuidad de la vida moderna’. En 1938, cuando su carrera despuntaba, aceptó una propuesta laboral de la familia Pearson —magnates de la industria del petróleo—, que consistía en viajar a México y escribir un libro en contra de la expropiación petrolera.

Los Pearson se contaban entre los empresarios perjudicados por la decisión del presidente Lázaro Cárdenas, por lo que el objetivo de Waugh era el de exponer la injusticia y los peligros que emanaban de las políticas progresistas del mandatario mexicano, mismas que, desde el punto de vista de sus detractores, eran más cercanas al fascismo de lo que suponía la prensa de izquierda internacional. Philip Eade relata que Waugh recibió un cheque por 989 libras para que cubriera sus viáticos y los de su segunda esposa, Laura.

Partieron del puerto de Southampton el 27 de julio, a bordo del Aquitania, con destino a Nueva York, ciudad a la que arribaron el 2 de agosto. Desde ahí zarparon en el Siboney con rumbo a la Habana y, por último, a Veracruz. En el registro de viajeros consta que ella tenía 21 años y él 35, que habían cumplido un año de casados y que llegaban en calidad de turistas.

Aunque Waugh no precisó cómo fue su recepción ni los detalles de su traslado a la capital, a mediados de agosto, ya instalado en el Hotel Ritz, le escribió a su colega Henry Yorke —perteneciente a una de las familias inversoras de Ferrocarriles Mexicanos— agradeciéndole por las facilidades que le brindó desde su arribo, y añadió: “No puedo decir lo que siento por México, ya sea porque estoy ebrio de nuevas impresiones de viaje o porque es un prodigioso bocado difícil de masticar. Por supuesto, el espectáculo es encantador, pero me siento muy alejado de él en este momento. Todo el mundo quiere discutir sobre cuestiones políticas y financieras”.

En otra carta dirigida a su suegra, dijo: “México es un lugar desconcertante y no puedo decir que nos sintamos como en casa. Es como sentarse en un cine a ver una película de viaje sobre un país que nadie tiene la intención de visitar. Cientos de turistas americanos, un puñado descontento de hombres ingleses de negocios, tráfico homicida, ruido y polvo”.

Consta que la pareja visitó Cuernavaca, Puebla y Orizaba. Luego de casi dos meses familiarizándose con el contexto nacional, cruzaron la frontera por Laredo el primero de octubre. Se sabe también, por su correspondencia, que cuando volvieron a Londres y revisaron su equipaje descubrieron que faltaban una corbata y un cepillo de marfil. Laura, además, desarrolló un cuadro de apendicitis.

El resultado de la encomienda se tituló Robo al amparo de la ley (1939) aunque, como escribió Armando González Torres, “originalmente se iba a llamar País de ladrones, pero en un gesto de urbanidad se suaviza. Cumplida su misión Waugh nunca vuelve a México, apenas menciona al país en ulteriores ocasiones y, a diferencia de lo que ocurre con otros de sus viajes, la experiencia no se plasma en relatos o novelas de ambientación o tema mexicano”.

La nota inaugural del libro es un agradecimiento a todos los artífices de su viaje, aunque Waugh advierte que se abstuvo de mencionar sus nombres previendo que las conclusiones no fueran de su agrado: “Lamento que todos los episodios felices que pasé deban tener poco protagonismo en las siguientes páginas, pero, como mis amigos saben mejor que yo, en este momento no hay ocasión para la felicidad en México”.

El capítulo introductorio dejó ver comentarios más mordaces: “Para mucha gente México tuvo un carácter lunar. Aún lo conserva, pero no en un sentido poético. Es una tierra baldía, parte de un planeta que ha muerto o está muriendo. La política, destructiva en cualquier sitio, ha secado esta tierra, la ha congelado, la ha roto y la ha convertido en polvo. ¿Esta civilización, como un leproso, comienza a pudrirse en sus extremidades?”.

Más allá de su trasfondo político, la visita de Waugh incorporó una visión mucho menos literaria que las de otros compatriotas suyos y se colocó, al margen del pasado mítico, en la región inhóspita de la corrupción sobre la que se erigen nuestras instituciones.

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