A comienzos de 1912, cuando ya surgían dudas sobre la viabilidad de su proyecto de gobierno, Francisco I. Madero buscó vías para reafirmar la legitimidad de su presidencia. Una crítica recurrente de sus detractores era la excesiva influencia que ejercía en él su hermano Gustavo, a quien tildaban de soberbio, faccioso, corrupto y manipulador.

Poco a poco, las relaciones de Gustavo con la milicia, el Congreso y la prensa fueron alcanzando un grado de tensión casi insostenible. Con ese contexto de fondo —y fiel a su espíritu conciliador—, Francisco lo postuló como embajador de una comisión extraordinaria que viajaría a Japón en agradecimiento al apoyo que el país oriental había brindado a México en los festejos del centenario de la independencia.

Una nota publicada en El Tiempo el 27 de febrero explicó que el gobierno nipón insistió en la importancia de que el emisario fuera un familiar del Presidente. En principio se le asignó tal encomienda a Emilio Madero, “pero en vistas de que este señor se encuentra al frente de sus cuerpos de rurales y con motivo de las revueltas que hay por el estado de Coahuila, no puede desprenderse del mando de sus tropas”. Al día siguiente, el mismo diario aclaró que Gustavo tampoco había aceptado el nombramiento.

Por entonces, los Madero vivían en constante confrontación. Al parecer de Gustavo, los incesantes cambios en el gabinete debilitaban la posición del Ejecutivo, mientras que Francisco veía un Congreso fragmentado por la intransigencia de su hermano menor, el cual fungía como diputado. Los medios hicieron eco de las discusiones que se decía tenían lugar entre ellos, lo que obligó a Gustavo a declarar: “Nos unen lazos de sangre, juntos hemos luchado para salvar a México de la oprobiosa dictadura que lo consumía, y juntos compartimos las pruebas, las vicisitudes y los azares de la revolución de noviembre; y si algunas veces diferimos en opiniones, en cuanto a personas o en asuntos de detalle, estas no pueden ocasionar jamás rompimiento ni enemistad radical o definitiva, pues siempre trabajaré por la consolidación de este gobierno que representa mis ideas y al que están vinculados todos mis intereses”.

El 10 de junio se leyó: “Ya es un hecho que Gustavo Madero va al Japón en calidad de embajador extraordinario, y los que en esas cosas entienden, dicen que conveniencias políticas han movido al señor Madero a dar ese paso. (…) No falta quien dice que la mayor de todas es mandarlo allá lejos con todos los honores y miramientos”. Aunque no se fijó una fecha para su viaje, la muerte del emperador Mutsuhito, acaecida el 30 de julio, parecía precipitar su partida, sin embargo, La Patria tomó nota de su declinación temporal “por las urgentísimas ocupaciones que demandan su presencia en México”.

Para diciembre, con el sinsabor de la derrota política y sintiendo que era el propio Francisco quien lo enviaba a esa suerte de exilio, Gustavo se resignó a la larga travesía y esperó el refrendo correspondiente. El 15, El País informó: “Cuando se trató lo de la licencia a don Gustavo Madero, la Cámara aprobó casi por aclamación, como diciendo: ¡Vaya usted con viento fresco, y lo antes posible!”.

En enero de 1913 hubo una seguidilla de cenas y homenajes para despedirlo. Uno de los más sonados fue el que tuvo lugar en el Bucareli Hall la noche del 15, en el cual, animado por los aplausos y las copas de champaña, Gustavo tomó la palabra: “Me voy al Japón con el alma desgarrada porque veo que el suelo nacional se está manchado con la sangre de hermanos. Los unos defendiendo al gobierno constituido, que es la legalidad, y los otros guiados por ambiciones personales sostienen una revolución, y los más, por desgracia, son engañados por esos malos mexicanos. Yo hubiera querido irme al Japón cuando la patria estuviera ya tranquila y encarrilada por el sendero de la paz y el progreso, pero a pesar de las demoras de mi viaje no me fue posible tener esa satisfacción”.

Pese a que ya había concluido con los preparativos, dispuesto a desenmascarar la conspiración que se fraguaba en contra de su hermano, Gustavo decidió diferir su salida y permaneció en la capital. En el último telegrama que envió a su esposa Carolina Villarreal, fechado el 16 de febrero, dijo: “El viaje a Japón lo he pospuesto un mes más, pues no pude salir ayer como era mi intención. Procuraré irme a tu lado lo más pronto posible, pues yo también estoy ansioso por verte a ti y a mis hijos”.

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