Ángel Gilberto Adame

La tragedia de los Nervo: Catalina

La tragedia de los Nervo: Catalina
03/11/2018 |00:33
Redacción El Universal
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I

En una carta de 23 de marzo de 1912, Amado Nervo le escribió a Luis Quintanilla: “No es fácil vencer al dolor... por lo demás, el dolor es bueno: ¡Es un gigante enlutado que nos ase con su poderosa mano y que siempre, sin excepción, nos levanta! Cuando nos deja, advertimos que estamos más altos que antes. Ya no vemos lo pequeño”.

II

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Amado Nervo, quizá el escritor mexicano más popular de los albores del siglo XX, hizo del sufrimiento uno de los temas centrales de su obra. Su vocación estuvo hondamente marcada por los golpes que le asestó la muerte. Uno de los años cruciales en su agitada vida familiar fue 1875. El 30 de abril, los encabezados de la prensa dieron cuenta del asesinato de Catalina Nervo, media hermana del padre del poeta.

Tras la muerte de su primer esposo, un comerciante francés de nombre Auguste Cadène, con quien había procreado dos hijas, Catalina contrajo segundas nupcias con Vicente San Martín, pariente por vía materna de Antonio López de Santa Anna y destacado coronel que participó en la pacificación de Tepic. Poco antes de la tragedia habían mudado su residencia a la capital, a la calle de Arcos de Belén. Ignacio Martínez, en sus memorias, describió a Catalina como “una joven alta, morena, esbelta como una palmera y muy hermosa”.

Personas cercanas a la pareja afirmaron que, desde su arribo a la Ciudad de México, sus discusiones se habían incrementado, pues Catalina sospechaba que su marido le era infiel. Corría la madrugada de 29 de abril cuando decidió confrontarlo. La discusión se tornó en riña cuando San Martín intentó justificarse diciendo que sus ausencias se debían a las tardes de juerga organizadas por su amigo Carlos Alcocer, a lo que Catalina respondió: “Mira, San Martín, yo soy mujer de muy fuertes resoluciones; ya que vale Alcocer más que yo, te prevengo que aunque estoy lejos de mi tierra, hoy mismo me separo de ti; pero no ha de ser como las mujeres sin vergüenza que se contentan con su marido al uno o dos meses; yo lo hago para siempre”.

Iracundo, el militar le gritó que no saldría de la casa sino rumbo a la tumba. Catalina le aseguró que prefería la muerte que vivir atada a un hombre como él, tomó una pistola y exigió a San Martín que cumpliera con su palabra. El escándalo despertó al resto de los moradores, entre quienes se contaban los padres del coronel, las dos hijas del primer matrimonio de Catalina y el hijo que habían tenido juntos.

Luego de un momento de suspenso, los cónyuges forcejearon en medio de una gritería. Cuando San Martín quedó en posesión del arma “surcó por mi imaginación intimidar a mi esposa, y dueño ya de la pistola, disparé; por el momento creí que nada había sucedido, pero al ver la sangre de la herida, abrumado de pesar preparé la pistola para cometer un nuevo crimen suicidándome”.

La detonación alertó a los miembros de la familia, quienes pidieron ayuda sólo para constatar que Catalina había fallecido. Ya en presencia del subinspector policial, el uxoricida clamó: “Yo he matado a mi mujer; pero no fue esa mi intención: me doy por preso, lléveme a donde guste”.

La prensa hizo un seguimiento minucioso del juicio a San Martín, mismo que inició meses después y paralizó a la sociedad de la época. El periódico El Foro detalló que, desde la primera audiencia, “sobre la mesa del presidente [del jurado] se encuentran como piezas de convicción, la pistola, instrumento del crimen o de la fatalidad, y el vestido que la víctima tenía puesto cuando recibió la muerte. Es una bata de percal amarillo, que aún conserva las huellas del proyectil; pero enteramente limpia, porque fue lavada antes de que se mandara recoger”.

Las pequeñas Virginia y Catalina Cadène, de 8 y 6 años respectivamente, aseguraron que vieron a su madre acercarse a la ventana antes de escuchar el disparo. Las pruebas periciales y la autopsia arrojaron que, a diferencia de lo sostenido por el acusado, el tiro no se efectuó a quemarropa y como consecuencia de un forcejeo, puesto que la trayectoria de la bala indicaba que la descarga se había hecho a distancia.

El jurado y el juez determinaron lo siguiente: “1.- Es culpable Vicente San Martín del homicidio. 2.- El homicidio se cometió en riña. 3.- El acusado fue el agresor. 4.- Obró con ventaja. 5.- La ventaja fue de tal naturaleza que el acusado no corrió riesgo alguno. 6.- El acusado obró en momentos de obcecación y arrebato. 7.- El acusado ha tenido buenas costumbres”. Con base en este último punto y en las consideraciones absurdas del sistema de impartición de justicia —como el hecho de que el asesino tenía buen corazón—, Nicolás Azcárate, defensor del imputado y una eminencia en materia penal, logró la absolución de su cliente en abril de 1876.