Silvina Ocampo es una de las figuras más enigmáticas de la literatura argentina. Su biografía y su obra cargan consigo una penumbra difícil de desentrañar. Es conocida su filiación a una de las familias más ricas de su país, sus desencuentros con su hermana, la legendaria Victoria Ocampo, así como su relación con Adolfo Bioy Casares y su consecuente integración a uno de los círculos intelectuales más importantes de nuestra lengua.

Un intento por despejar algunas de las incógnitas relacionadas con Silvina es el libro de Mariana Enríquez, La hermana menor. Sin ánimo de reivindicación, Enríquez repasa algunos de los episodios más sugestivos de la vida de su protagonista, mismos que se recrean a partir de las memorias de la propia Silvina o en voz de algunas de las personas que fueron cercanas a ella.

Los fragmentos alusivos a la infancia de la menor de las Ocampo están teñidos de nostalgia pero también de decepción. Creció rodeada de lujos, aunque siempre prefirió jugar con los mendigos que se paseaban por las afueras de su casa y con el personal de servicio. Además de la ausencia casi absoluta de figuras paternas, dos momentos marcaron hondamente su recuerdo de aquella etapa: la muerte de su hermana Clara —su única compañera de juegos y quien falleció a causa de diabetes infantil— y aquél en el que, en un arrebato de soberbia, Victoria decidiera alejarla de Fanni, una empleada de la casa que las cuidaba con cariño maternal.

Sobre sus comienzos en la práctica artística, Enríquez detalla que Silvina fue, desde muy joven, una habilidosa dibujante, por lo que en sus primeros viajes por Europa se sintió seducida por la pintura y buscó un mentor que la guiara hacia la profesionalización. De esa época se conservan los retratos que hacía de sus amigos y, aunque su obra plástica no se ha catalogado, se sabe que fue discípula de Giorgio de Chirico, quien siempre tuvo una enorme confianza en el talento de su aprendiz.

De vuelta en Argentina inició su famoso romance con Bioy Casares, también heredero de una familia potentada y con quien hizo vida común desde 1934. Se instalaron en la estancia de Rincón Viejo, donde cada uno fue adentrándose en la escritura. Silvina abandonó la pintura e incursionó en el cuento y la poesía, mientras que Bioy dio sus primeros pasos en la narrativa de largo aliento y consolidó su mítica amistad con Jorge Luis Borges.

Se casaron en 1940 y aunque parecían una pareja feliz, los motivos de su matrimonio se enturbiaron por un rumor según el cual Silvina había protagonizado un amorío con la madre de Adolfo, Marta Casares. Esta versión apuntaba que para cuidar su “buen nombre” —e incluso para que las amantes pudieran encontrarse sin levantar sospechas—, las familias habían optado por concertar la consabida unión. Enríquez recuerda que, en el libro Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires, Juan José Sebreli escribió: “Marta Casares, madre de Bioy, estaba enamorada de Silvina y, para tenerla a la mano con una excusa verosímil (más que para tapar el escándalo), hizo casar a Adolfito”. Lo cierto es que los Bioy —así se les conocería desde entonces—, ya casados, abandonaron la pampa y se instalaron en Buenos Aires y que cuando Marta enfermó de gravedad se mudaron a su residencia y la cuidaron hasta su fallecimiento en 1952.

La hermana menor especula también acerca del distanciamiento definitivo entre Victoria y Silvina. Victoria, una de las editoras más imponentes de la literatura latinoamericana, había fundado la revista Sur y era cercana a algunos de los intelectuales más importantes del mundo. Silvina, mucho más discreta e introvertida, escribió una serie de relatos que se publicaron en Sur y, cuando concluyó su primer libro, Viaje Olvidado, fue el sello editorial hermano de la gaceta el que lo puso en circulación. No obstante, Victoria escribió una reseña poco elogiosa y Silvina lo sintió como una afrenta imperdonable.

Son muchas las aristas que integran una biografía tan caudalosa, las cenas con Borges, las infidelidades de Bioy, el consentimiento a la poligamia y a que su esposo procreara una hija fuera de matrimonio, los encuentros con Alejandra Pizarnik, la configuración de su mundo interior y, finalmente, la pesadilla del Alzheimer. Para acometer la titánica tarea de perfilar a Silvina, el libro de Mariana Enríquez es un peldaño indispensable, sin embargo, aún queda todo un universo por descubrir en los folios que se resguardan bajo llave en los acervos personales de las familias Bioy y Ocampo.

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