Ángel Gilberto Adame

La ensoñación de Madero

La ensoñación de Madero
23/02/2019 |01:50
Redacción El Universal
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Cuando todavía se hacía sentir el influjo de los últimos años de la industrialización porfirista, Francisco I. Madero encabezó una comitiva que, el 25 de enero de 1912, partió de la estación de Buenavista con destino a San Juan Teotihuacán, a verificar las obras que se llevaban a cabo en la zona arqueológica a partir de los festejos del centenario de la Independencia.

Pese a que Zapata se había levantado en armas, Orozco conspiraba y los grupos opositores a su gobierno habían hecho un seguimiento minucioso de sus desatinos y “frivolidades”, siendo estas últimas la comidilla de los diarios, Madero se presentó a las nueve de la mañana en el andén, donde ya lo esperaba un nutrido grupo de diplomáticos, entre los que se contaban los de Bélgica, Brasil, Cuba, Chile, China, España, Gran Bretaña, Honduras, Italia, Japón, Noruega, Portugal y El Salvador, además de ministros y otros miembros del gabinete. La prensa reportó que una banda militar hizo una pomposa interpretación del Himno Nacional antes de que el ferrocarril se pusiera en marcha, al tiempo que una escolta se alistó en torno al máximo mandatario. El trayecto se realizó “a bordo de un coche especial de la presidencia y dos de primera clase (…) haciéndose la travesía con toda felicidad y en medio de la mayor animación”.

Poco antes de las 11 de la mañana descendieron del tren oficial para abordar uno especial “de las Pirámides”. A unos cuantos metros de la terminal sufrieron un descarrilamiento, por lo que los invitados descendieron y avanzaron a pie hacia la pirámide del Sol. Madero y su esposa, Sara Pérez, fueron los primeros en ascender hasta la cima. Posteriormente se trasladaron al museo del lugar, el cual reunía las piezas encontradas en la ciudad ancestral y en sus zonas aledañas. Algunos de los objetos que llamaron la atención de la concurrencia fueron los braseros, las vasijas, las urnas, los pebeteros, las máscaras, los afilados trozos de obsidiana y dos caracoles decorados de reciente hallazgo que se exhibían en las vitrinas. La crónica mencionó que había también “una joya de inestimable valor arqueológico e histórico: un hermoso trozo de jade, de cerca de 50 centímetros, y que se juzga notable por el rico material de su construcción y por la pureza de líneas anatómicas”.

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El recorrido continuó hacia la llamada “Ciudad subterránea”, de la que apenas pudieron observar unas escalinatas y un muro, pues las excavaciones aún no habían concluido. De hecho, un par de días antes se había encontrado “un gran altar de vistosas grecas y círculos blancos en un fondo vivo de color rojo”. Uno de los momentos más emocionantes para el séquito presidencial fue el ingreso a unas grutas, las cuales habían sido decoradas con excéntricos colores y sombreros —para deleite de los periodistas— y que impresionaron a los extranjeros por su simetría casi arquitectónica.

Concluida la excursión se sirvió un menú que constó de encurtidos, consomé printaniere royale, huachinango a la veracruzana, arroz con pollo a la valenciana, barbacoa en salsa borracha, espárragos a la vinagreta y una variada selección de postres. Los brindis se llevaron a cabo con champaña. En mitad del festejo, Madero se percató de la ausencia de Abraham González y, temiendo que su secretario de Gobernación hubiera sufrido algún percance, ordenó su búsqueda. Cuando reapareció, fue recibido en medio de carcajadas y aplausos.

El paseo concluyó con una discusión entre los reporteros y el jefe de la Guardia Presidencial. Luego de que se calmaran los ánimos, la gran mayoría de los asistentes tomó rumbo de vuelta a la capital. El Presidente, por su parte, partió con un grupo selecto de colaboradores a la Hacienda de Apam. Aunque eran los meses previos a la tormenta, Madero se desenvolvía con cierto desenfado que fácilmente podía confundirse con impericia política, como si confiase ciegamente en la rotundidad de su victoria.