El juicio en contra de Nikolai Bujarin, quien fuera considerado el “hijo predilecto de Lenin”, fue el más llamativo entre los llamados “Procesos de Moscú”, mismos que tuvieron como víctimas a los miembros del politburó que habían sido acusados de contravenir los principios del gobierno encabezado por Stalin.
Fernando de los Ríos solía recordar una charla que tuvo con Bujarin en Rusia, en la que éste justificaba la necesidad del terror como elemento indispensable para la consolidación de la dictadura del proletariado: “El terror debe ser tan grande y tan extenso en el tiempo cuanto mayor y cuanto más tiempo perdure la oposición”. En última instancia, el pensador ruso insinuaba que la forma más reactiva de la disidencia era la manifestación pública de la inconformidad. De los Ríos le advirtió: “Ojalá me equivoque, pero lo veo a usted víctima de su propia tesis”.
La causa de Bujarin se desahogó entre el 2 y el 13 de marzo de 1938. Se le acusó de formar parte de un complot cuyo propósito fue dar un golpe de Estado para derrocar el comunismo. Los supuestos perpetradores de la conspiración fueron conocidos como el bloque trotskista-derechista. Karl Schlögel, en Terror y utopía, enlistó los supuestos delitos que había cometido, entre los que se contaban: “Traición a la patria, espionaje, desviacionismo, terrorismo, labor de sabotaje y desmoralización del poder militar de la URSS”. El fiscal que encabezó el interrogatorio fue Andrei Vichinsky, personaje tristemente célebre por su capacidad para inventar cargos a los procesados a medida que iban desahogándose las preguntas.
Durante el tiempo que pasó detenido, Bujarin noveló parte de su biografía. Kolia Petrov, nombre que le otorgó al protagonista, comienza sus andanzas en una Rusia zarista y vive la transición hacia el comunismo, al tiempo que va integrándose en el universo intelectual y político que marcó la Revolución.
En su declaración, Bujarin reconoció formar parte de los opositores al régimen, incluso dijo que había asumido el liderazgo y confesó que avaló actos de terrorismo con miras a tomar el poder. En su confesión, escrita a la sombra de la coerción inflexible del estalinismo, reivindicó el triunfo de la llamada conciencia revolucionaria: “Nos alzamos contra la alegría de la nueva vida, con métodos de lucha completamente criminales. (…) Reconozco que mis cómplices de la contrarrevolución, conmigo al frente, intentaron acabar con la obra de Lenin, continuada por Stalin con un éxito prodigioso. La lógica de esta lucha, bajo una capa ideológica, nos hacía descender paso a paso hasta el más oscuro cenagal. Una vez más se ha probado que el abandono de la posición bolchevique señala el paso al bandidismo político contrarrevolucionario. Hoy el bandidismo contrarrevolucionario ha sido aplastado; hemos sido derrotados, nos hemos arrepentido de nuestros horribles crímenes”.
Existe, sin embargo, otro documento que Anna Lárina, esposa de Bujarin, conservó íntegramente en sus recuerdos durante décadas antes de hacerlo público y luchar por la rehabilitación histórica de su marido. En sus memorias, Lárina relató que, hasta 1956, después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en el que se condenó el culto a la personalidad estalinista, reunió la fuerza necesaria para redactar el texto definitivo, en el que puede leerse el testamento del otrora líder comunista: “Nunca fui un traidor, hubiera dado mi vida por la de Lenin sin vacilar. Apreciaba a Kírov y nunca tramé nada contra Stalin. Pido a la nueva, honrada y joven generación de dirigentes del partido que lea mi carta ante un pleno del Comité Central y que se haga justicia”.
Luego de que concluyera el proceso, Bujarin fue ejecutado por un pelotón el 15 de marzo de 1938. Su muerte fue sentida hondamente a nivel internacional, pues los ojos del mundo no daban crédito al asesinato del excepcional teórico marxista. Uno de los que más lamentó lo ocurrido fue un joven Octavio Paz, quien apenas comenzaba la fragua de su conciencia política.