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La madrugada del 27 de noviembre de 1914, un grupo de periodistas y trabajadores encabezados por Conrado Díaz Soto y Gama y Octavio Paz Solórzano laboraba a marchas forzadas en las prensas que habían sido de El Imparcial. Su encomienda, dictada por el propio general Emiliano Zapata, era la de imprimir el primer periódico de raigambre exclusivamente zapatista, mismo que bautizaron con el nombre de El Nacional.
En aquel año infausto, la Ciudad de México había sido alcanzada por la vorágine de la Revolución. Las sucesivas huidas e incursiones de los distintos ejércitos habían sembrado el pánico entre la población. El control de la capital no sólo implicaba una ventaja táctica y militar, también significaba la posesión del poder periodístico, mismo que era empleado con fines fundamentalmente propagandísticos. Por ello, cuando Carranza huía hacia Veracruz, ordenó a sus huestes que destruyeran las imprentas capitalinas antes de que estuvieran a disposición de Villa y de Zapata, sus antagonistas en turno.
Las fuerzas zapatistas habían logrado contener los destrozos y se habían puesto manos a la obra para reportar, en el primer número de El Nacional, la llegada de su máximo jefe a la estación de San Lázaro. También incluyeron en sus páginas el Plan de Ayala, que seguía siendo, en la doctrina zapatista, el documento eje sobre el cual giraban todas las aspiraciones de la Revolución Mexicana. Apenas entró en circulación, otros diarios y gacetas de la época le dieron la bienvenida por tratarse de una publicación “independiente y progresista”.
La meta de Zapata era vencer las reticencias que pesaban sobre su movimiento, pues el cambiante escenario político le exigía trascender el programa agrario para allegarse de nuevos apoyos que le permitieran ampliar su base de simpatizantes, máxime después de su negativa a negociar con las facciones que no promovieran el empoderamiento inmediato del campesinado. Además su gente se había hecho fama en el bandidaje y el saqueo, por lo que su objetivo sucedáneo era el de sanear su reputación.
Apenas comenzaba la andadura de El Nacional cuando Villa, en aquel entonces un aliado incómodo de Ejército del Sur, envió a sus hombres a las oficinas para exigir que entregaran las imprentas. El licenciado Paz refirió que sólo se habían publicado cinco números cuando fueron alcanzados por la mordaza.
Una vez que los villistas mostraron las armas, Paz se rehusó a escucharlos y aclaró que Zapata era el único que podía ordenarle la suspensión del tiraje. Ante su negativa lo amenazaron con llevarlo al paredón, a lo que respondió: “¡Pues aunque me fusilen! Y sálganse de aquí inmediatamente, porque yo sí los voy a fusilar si no se van”. Según su relato, el asunto llegó a oídos de los altos mandos surianos, quienes le recomendaron ser prudente, pues Villa tenía pensado discutir con Zapata cuál sería la línea editorial que guiaría su coalición.
A pesar del intento y de las esperanzas que hubiera podido albergar Zapata en El Nacional, una vez que éste cerró no tuvo oportunidad de crear otro proyecto editorial tan ambicioso. La separación de Villa, aunque se supuso estratégica desde el punto de vista de los generales, significó también el debilitamiento de sus tropas, por lo que el caudillo debió devolverse a Morelos con la intención de resguardar su proyecto de nación. Desde entonces, todos los periódicos de filiación zapatista fueron de circulación regional.
Por todo lo que representa el movimiento zapatista en la historia de México, es una desgracia que no exista, en ninguna de las hemerotecas del país, registro material de estas publicaciones. Con malicia o sin ella, se ha producido un sesgo en nuestra memoria histórica que abarca muchas de las aristas del movimiento revolucionario. Uno de los desafíos para las nuevas administraciones es el de plantearse la organización rigurosa del cúmulo de información hemerográfica que enriquece y refuta nuestro pasado.