José Vasconcelos inició su trayectoria en la administración pública a finales de 1914, invitado por el presidente convencionista Eulalio Gutiérrez para desempeñar el cargo de Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. Desde entonces volcó sus esfuerzos al ámbito educativo y dio signos de su liderazgo al involucrar en su proyecto de institucionalización a los personajes mejor capacitados para dotar de identidad y estabilidad a los distintos departamentos que integraban el ministerio a su cargo.

Consciente de la ingobernabilidad que asolaba al país a cuatro años del estallido de la Revolución, Vasconcelos resolvió que era necesario fortalecer los cimientos académicos de la Escuela Nacional Preparatoria, pues en ella se hallaba la simiente vocacional de una juventud que, imbuida por la belicosidad, se había alejado de las aulas. En un intento por revitalizar la vida académica convocó a una consulta estudiantil y, luego de la deliberación, nombró a Antonio Caso director de la preparatoria: “La imperfección del profesorado y de las escuelas justifica que el gobierno tome a su cargo la educación pública con acción resuelta y reformadora, por eso, en muchas ocasiones, se toman medidas y se hacen nombramientos (…) procurando que las personas elegidas sean capaces de levantar lo caído y de crear donde falte, porque también debe observarse que estamos en uno de esos momentos en que se asientan de nuevo las bases para la vida futura de todo un pueblo”.

Caso no fue el único de los colaboradores que se sumaron en esta primera etapa al proyecto vasconcelista, también se incorporó Fernando González Roa —quien había sido un alto funcionario del gabinete de Madero— como director de la Escuela Superior de Comercio y Administración; Carlos Daza, como director de la Escuela Nacional de Ingenieros; Ramón López Velarde, como jefe de la sección universitaria, y Antonio Castro Leal, como secretario de la Biblioteca Nacional.

La renovación de la estructura educacional se planteó hasta los cimientos. Asimismo se abrieron sin restricciones los espacios destinados a las exposiciones pictóricas a los artistas que desearan exponer sus trabajos, y los museos y pinacotecas estuvieron activos los siete días de la semana.

Las gestiones más importantes de ese periodo fueron las que tuvieron como meta la emancipación de la Universidad, misma que dependía de la aprobación de un proyecto de ley que la independizara del gobierno, proporcionándole libertad política y administrativa. Todos los planes fueron menguando a medida que los generales Villa y Zapata preparaban su famoso ingreso a la Ciudad de México, que finalmente ocurriría el 6 de diciembre de 1914.

Solapados por sus jefes y ante la impotencia de las autoridades oficiales, las tropas zapatistas y villistas raptaron, asesinaron, hurtaron y festejaron a placer durante esos días de desconcierto. Vasconcelos recordó en sus memorias cómo, luego de haber cumplido con los acuerdos de la Convención de Aguascalientes, su propio código moral le impedía renunciar a su encomienda: “Desistir era desertar”.

Una vez que Eulalio Gutiérrez desconoció a Villa y a Zapata y exigió el retiro de Carranza de la vida política, comenzó una persecución contra los mandos, que llevó a buena parte de los ministros de Estado al exilio. Vasconcelos, que apenas había durado un mes en el cargo, halló refugio en Estados Unidos, a la espera de una nueva oportunidad para entregarse a su pasión por la enseñanza, que siempre fue superior a sus afanes políticos. Años más tarde, al volver a un ministerio en el que ya había hecho pesar su presencia, lo hizo amparado por la unanimidad, y sintió que “el principio democrático había triunfado, con la sola condición indispensable a su vida: ¡la libertad!”.

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