Johannes Vermeer, uno de los pintores más destacados del Sigo de Oro del arte neerlandés, llevó una vida tan discreta que dejó pocos datos constatables para sus biógrafos y la posteridad. Se sabe que nació en la ciudad de Delft, que fue bautizado como cristiano protestante en 1632, que la ortografía de su nombre ha sido motivo de controversia, que se casó con una mujer católica y tuvo 15 hijos, cuatro de los cuales fallecieron antes que él. Por lo demás, no existe registro de sus estudios, tampoco de todos los cuadros de su autoría, pues no alcanzó gran notoriedad: la mayoría de sus trabajos fueron financiados por mecenas y apenas algunos de ellos circularon libremente en el mercado.

Dos de los factores que han impresionado a los estudiosos de la obra de Vermeer son su manejo de la luminosidad y la precisión con que las escenas cotidianas quedaban plasmadas en sus lienzos ya que, según la evidencia científica, ese grado de exactitud es inalcanzable para el ojo humano. Tal es el impacto que provocan sus pinturas que se le ha llegado a considerar uno de los mayores genios de la historia del arte. Sus críticos más entusiastas han dicho que estar en presencia de un Vermeer es como contemplar una fotografía profesional creada 200 años antes de que éstas fueran posibles.

¿Cómo explicar la genialidad de Vermeer? Sobre esa pregunta se sigue debatiendo hasta hoy. Entre los más recientes libros que se han publicado al respecto destacan El ojo del observador: Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada, de Laura J. Snyder, y El Luthier de Delft: Música, tiempo y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza, de Ramón Andrés; en los cuales se enfatiza la importancia de la óptica como una de las disciplinas de las que se sirvió Vermeer para alcanzar el grado de ejecución que lo caracterizó, lo que volvería su talento objetivable.

Uno de los experimentos más interesantes en torno al método empleado por el holandés es el expuesto en el documental El Vermeer de Tim (2013). En él, se da seguimiento a la obsesión del inventor Tim Jenison de reproducir un Vermeer por medio de la creación de un dispositivo óptico que, según sus pesquisas, era posible construir en el siglo XVII y que muy probablemente fue empleado por el creador de La joven de la perla.

El proyecto es una especie de work in progress. La hipótesis de que los pintores contemporáneos de Vermeer se auxiliaban de lentes y cajas obscuras para modular y ampliar su perspectiva fue documentada por David Hockney en su estudio El conocimiento secreto. La conjetura de Jenison es que Vermeer, además de lentes, empleó un espejo que le permitió observar al mismo tiempo la imagen que quería reproducir y el lienzo en el que pensaba plasmarla. Para demostrar su proposición decidió hacer una copia exacta del cuadro La lección de música.

Jenison decidió ceñirse a los recursos con los que Vermeer pudo haber trabajado, recreó la habitación que fue capturada en La lección con toda su escenografía, aprendió a utilizar la máquina óptica e incluso a hacer pintura con los procedimientos de la época. Toda esta etapa de preparación le tomó alrededor de 200 días.

Muchos historiadores del arte siguieron la producción del documental con cierta desconfianza, pues en diversos claustros académicos prevalece la idea de que la tecnología y el arte nunca deben cruzarse. Pese a las objeciones de sus detractores, Jenison siguió adelante y, luego de más de 100 días de trabajo ininterrumpido, obtuvo un resultado sorprendente que no anticiparé.

Una de las dudas que se presenta ante el desafío de Jenison es si el dominio de un oficio artesanal basta para convertir un producto en arte, o si es necesario un elemento adicional que le otorgue ese carácter. Quizá el genio es aquel que tiene la capacidad de integrar en una obra bien lograda el componente inobjetable de lo artístico: lo sublime.

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