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En julio de 1940 se desató una campaña nacional encabezada por agrupaciones sindicales vinculadas al Partido Comunista Mexicano, las cuales se dirigieron al presidente Lázaro Cárdenas para protestar contra la policía de la capital “por la persecución que ha emprendido en contra de los elementos comunistas por el asalto a la casa de León Trotsky, y a que a este señor se le aplique el artículo 33 por indeseable y por haber insultado al proletariado nacional”.
El ataque armado que se consumó en la casa del revolucionario ruso la madrugada del 24 de mayo no dejó víctimas mortales, pero hizo visible la voluntad del comunismo soviético de liquidar a Trotsky y su influencia del devenir de la izquierda internacional. El nombre más sonado de quienes irrumpieron en la fortaleza ubicada en Coyoacán —en la calle de Viena— fue el de David Alfaro Siqueiros, quien luego de combatir por el bando republicano regresó a México con un firme propósito —como dejó constancia en sus memorias—: “Cueste lo que cueste (…) el cuartel general de Trotsky en México debe ser clausurado, aunque para ello tengamos que encontrar alguna fórmula violenta”. Según su crónica, él fue quien se encargó de “inmovilizar a la defensa exterior de la casa (…), constituida por 35 policías mexicanos armados con máuseres”, también arguyó que su único propósito era apoderarse de la documentación que desenmascararía a Trotsky como aliado y espía del nazi-fascismo.
Pese a la resonancia que tuvo la participación de Siqueiros, la cúpula trotskista señaló como el artífice de la conspiración a Narciso Bassols, antifascista recalcitrante y representante de México ante la Sociedad de las Naciones durante la Guerra Civil española. Bassols era uno de los izquierdistas más influyentes en México, toda vez que había ocupado sucesivamente las secretarías de Educación y Gobernación.
Socialista no militante, Bassols envió una carta a Cárdenas a finales de junio, en la que le expresó su indignación por la forma “altamente escandalosa (…) y con encabezados sin precedente en la historia de la criminalidad (con que los periódicos) me mancharon declarándome autor intelectual de un asalto”. Pidió también que se denunciaran enérgicamente los rumores que pesaban sobre su persona y la de su esposa, Clementina Batalla, de quien se aseguraba que había partido “rumbo a Colima para dar instrucciones a Siqueiros”. Concluyó diciendo: “No puedo creer semejante monstruosidad que ensucia la reputación de una madre ejemplar superior a cualquier estúpida sospecha”.
En la carpeta de investigación sobre estos hechos aparece también un oficio de Ignacio García Téllez a la Presidencia en el que mostró su preocupación y la de Vicente Lombardo Toledano —acaso el adversario intelectual que combatió con mayor firmeza el trotskismo en nuestro país— por los señalamientos a Bassols: “El licenciado Bassols me negó toda participación sobre la responsabilidad que se le atribuye y desea que la Secretaría haga alguna aclaración en el sentido de que, por las investigaciones hechas, no son exactas las versiones de la prensa sobre su actitud delictiva”.
El ataque mediático sobre Bassols fue opacado por la consumación del asesinato de Trotsky. A partir del 20 de agosto la atención se centró en Frank Jackson. Siqueiros partió rumbo a Chile por conducto de una maniobra avalada por el cónsul andino en México, Pablo Neruda. Bassols, pasado el tiempo, sería recordado como un intelectual que siempre repudió la hegemonía del poder adquisitivo. Aunque jamás sabremos si, en su afán de depurar la maldad del mundo, conspiró contra un hombre en el exilio.