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La polémica y la confrontación contribuyeron, casi en igual medida que el talento poético, a la construcción de la figura de Pablo Neruda. Tales son su relevancia y su vigencia que a 45 años de su muerte sigue protagonizando todo tipo de controversias. Una de las más recientes fue la iniciativa de colocarle su nombre al Aeropuerto Internacional de Santiago de Chile, propuesta que ha sido objetada a causa de los episodios de misoginia que se le atribuyen al poeta.
Su obra tampoco ha conquistado el reconocimiento unánime en el ámbito literario. Durante la década de los treinta, Neruda mantuvo un pulso con Vicente Huidobro por la hegemonía en el canon de la literatura andina. Los círculos intelectuales dieron seguimiento a las diatribas que se dirigieron en diarios y pastiches. Luego de verterse las más agrias y violentas acusaciones, Huidobro, en una entrevista, le dio una estocada inolvidable: “—¿Qué piensa usted de Pablo Neruda? —¿Es forzoso bajar de plano y hablar de cosas mediocres? Usted sabe que no me agrada lo calugoso, lo gelatinoso. —¿Cree que esa poesía que usted llama gelatinosa puede hacer escuela? —Es posible, pero sólo entre los mediocres. Es una poesía fácil, bobalicona, al alcance de cualquier plumífero. Es, como dice un amigo mío, la poesía especial para todas las tontas de América”.
Leonardo Sanhueza, en su compilación de textos antinerudianos, explica que entre sus malquerientes Neruda era conocido como ‘El Bacalao’. El mote tuvo su origen en la revista Mandrágora (1° de diciembre de 1938), cuyos editores eran afines a la poesía de Huidobro: “[Neruda] Es un hombrecito viscoso que ha vuelto a América, después de una corta ausencia, sólo a hacerse propaganda y a sembrar la discordia. […] Tiene alma y cuerpo de bacalao. Su especialidad es hacerse reclamo con los muertos y los agónicos, meterse como rata por todas partes, lamer los pies, darse vuelta la chaqueta y aferrarse a la solapa de los personajes que suben o se asoman al balcón para ver el modo de pescar algún aplauso sobrante. […] Donde él llega, llega la discordia, la intriga, la villanía, la calumnia, el enredo”.
Al frente abierto en contra suya se sumó otro de los poetas emblemáticos chilenos, Pablo de Rokha, quien denunció la manera en que su rival ascendió a la fama: “Todos los críticos de arte de Chile fueron visitados y saludados por Pablo Neruda. He ahí entonces un renombre de estafa, he ahí entonces un renombre que obedece a una gran máquina, perfectamente montada y administrada por el astuto criollo […]. Neruda entona la palinodia del versito surrealista, viste bien, come bien, duerme bien y todos los primeros se va a incautar sus buenos pesos, emanados de la Tesorería General de la República”.
La animadversión provocada por Neruda no se limitó a los escritores de su país. Otro de sus enfrentamientos más sonados fue el que tuvo con Juan Ramón Jiménez, luego de que éste se negase a firmar uno de los tantos manifiestos en que se atacaba a Huidobro. El andaluz, en respuesta a la furia nerudiana, espetó: “No tiene calidad Neruda porque no es estático ni dinámico, sino estanco. ¿Y cómo un escritor estancado podrá nunca ser guía de una patria, expresión de una tierra, representación de un continente?”.
Del inmenso caudal de invectivas en su contra cabe mencionar la de Ricardo Paseyro, quien definió el ‘nerudismo’ como un “fenómeno agudo de corrupción de la palabra”. Juan Larrea relató sus desencuentros con el chileno luego de haberlo tratado por casi cuatro décadas, “Neruda carecía de esas humanas fibras sensibles donde el amor y la amistad se justifican y modulan”. Octavio Paz, con quien tuvo una relación tempestuosa y arisca, lo nombró “el gran volcán taciturno”. Guillermo Cabrera Infante denunció su servilismo hacia Fidel Castro y su indiferencia ante la pobreza y el desasosiego insular.
De temperamento irreductible, Neruda llegó a ser considerado por la CIA como una amenaza para la seguridad internacional. Fue tal la desconfianza que produjo su acendrado comunismo que la agencia intervino para que no obtuviera el Premio Nobel en 1963, año en el que era favorito para recibirlo.
