Ignacio Peyró, anglófilo confeso y autor de Pompa y circunstancia: diccionario sentimental de la cultura inglesa, dijo en una entrevista que Inglaterra es “un país donde la libertad, el humor y el respeto por la ley prevalecen sobre la búsqueda radical de la perfección humana”. Por esas peculiaridades —sigue Peyró— fue que ahí pudo cimentarse un tipo de ciudadano “capaz de juego limpio y espíritu competitivo, de contención sentimental, de ironía”.

Es en las justas deportivas donde se hace más patente la idea británica del respeto a las reglas y a los oponentes. Ian Buruma anotó: “La combinación de deporte y dinero, de fair play y de competición, del máximo esfuerzo con la mínima demostración de entusiasmo, es maravillosa y típicamente inglesa”. Esa descripción, exceptuando la parte relativa al entusiasmo, está expresada en el documental futbolístico “Bobby Robson: más que un director técnico”. En él se relata la biografía de Robson desde sus inicios como jugador hasta la consolidación de su trayectoria como entrenador.

El clímax de su carrera deportiva lo vivió como seleccionador de Inglaterra. Dirigió en el Mundial de México 1986 y en el partido más polémico del campeonato, el que enfrentó a su equipo con el de Argentina. La rivalidad estaba contaminada por el contexto político resultante de la guerra de las Malvinas, misma que concluyó con la derrota de los sudamericanos —entonces gobernados por una junta militar nacionalista— y con un aumento de credibilidad para el gobierno británico de Margaret Thatcher.

Rodolfo Fogwill hizo una lectura peculiar del conflicto en Los Pichiciegos, novela que escribió cuando la lucha seguía en marcha en la que muestra la cobardía de los militares y critica el heroísmo nacionalista que la dictadura quiso infundir en la población: “cruzaban patrullas de ingleses. Venían los argentinos a entregarse, papelito en mano, mirando el suelo para encontrar algo que darles a los del campo de presos. Cruzaban los ingleses. Los argentinos se hacían a un lado para dejarlos pasar. Los ingleses ni saludos: seguían adelante, marcando el paso, inclinados, apurados, mirando al frente atrás de su oficial”.

Aunque la junta militar dejó el gobierno en 1983, en la población argentina aún latía un deseo de revancha. Eduardo Sacheri escribió sobre la tensión previa al silbatazo inicial aquella tarde de 22 de junio de 1986, que definiría el pase a las semifinales: “No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay algo más. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumuladas en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, porque estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros”.

Cuando Diego Armando Maradona anotó su polémico gol con la mano y corrió a festejarlo, Bobby Robson quedó absorto, incapaz de entender la algarabía de los jugadores y la afición. Después llegó la segunda anotación del propio Maradona, considerada entre las mejores de la historia de las copas mundiales. Para los británicos no hubo consuelo: sucumbieron ante la peor y la mejor cara del futbol en solo 90 minutos.

La prensa, los espectadores e incluso los rivales reaccionaron como si el segundo gol hubiera compensado con creces la trampa del primero. Incluso Robson, quien al principio dijo que Maradona se había negado a sí mismo el título del mejor deportista de la historia, se rindió ante la euforia latinoamericana y renunció por un instante a su fervor patriótico: “Fue una carrera predecible y un gol maravilloso. Para ser honestos, sólo puedes admirarlo. No estaba muy bien visto decir esto en Inglaterra en aquella época, por la mano de Dios. Pero sólo se debería valorar la magnificencia del gol”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses