Al Gran Museo del Mundo Maya llegó Andrés Manuel López Obrador como el claro puntero. El favorito para ganar. Nada nuevo en su posición respecto a los primeros dos debates. Pero Anaya y José Antonio Meade sí llegaron en una situación distinta. Llegaron a matar para defender quien puede quedarse con el segundo lugar que tenía Anaya desde el arranque y que fue perdiendo desde el primer escándalo de presunto lavado de dinero y la famosa nave industrial.
El odio entre Ricardo Anaya y el PRI, y viceversa, ha demostrado ser mucho más fuerte que sus ganas de enfrentarse al primer lugar. Aun cuando saben que el segundo lugar no llega a Los Pinos, Anaya se ha dedicado desde el primer momento de su campaña a señalar al PRI y al gobierno de Peña Nieto como corruptos incorregibles. El enemigo a vencer.
Y José Antonio Meade también ha dedicado sus baterías en atacar a Ricardo Anaya. Por eso, cuando sale, hace casi una semana, el video de Juan Barreiro, Anaya señala al gobierno como el encargado de enviarle dicho golpe. No presenta prueba alguna de su señalamiento. Tampoco voltea siquiera a ver a AMLO como la posible fuente del ataque.
Aun cuando ya se dieron cuenta que golpearse entre sí tiene como efecto subir las preferencias de López Obrador, volvieron a la misma estrategia en los días previos y durante el tercer debate.
Así escuchamos a Anaya anoche en Mérida. Volvió a denunciar un acuerdo entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Acuerdo del cual no tiene ninguna prueba y que parece más bien ser patadas de ahogado de quien parece asumirse perdedor de la elección.
Habló al momento de cerrar el debate de transformar el enojo en esperanza, pero lo hace unos minutos después de enojarse y atacar justamente a sus contrincantes.
José Antonio Meade hizo lo mismo. Cuando le quedaban 3 segundos de intervención, en una ocasión dijo que los aprovechaba. Lo que hizo fue desaprovecharlos volviendo a atacar a Ricardo Anaya diciendo que de todos los presentes él era el único indiciado. En la otra ocasión los volvió a desaprovechar felicitando a Selección Mexicana. Ni al caso.
Los ataques a Andrés Manuel López Obrador merecerían una respuesta puntual y no un simple voto de confianza sobre su honestidad. Está bien que denuncie el tremendo robo de medicamentos en el país. Lástima que no hay claridad de que con solo acabar con ese robo alcanza para el programa de salud que propone quien sería su secretario de Salud, de ganar la Presidencia.
Ricardo Anaya también le pidió que contestara sin chistes ni payasadas si cuando fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México le otorgó contratos de manera directa por 170 millones de pesos al empresario José María Riobó. La respuesta de AMLO: “Yo no soy corrupto”, sin más explicación de por medio, es insuficiente.
Interesante que cuando se tocó el tema de la reforma educativa, los candidatos deciden hablarle a los maestros de México para asegurarles, cada uno con su visión, que sus propuestas no los van a dañar. Le hablan pues a los maestros. ¿Y a los alumnos y a los padres de familia? ¿Ellos no cuentan en materia educativa?
Interesante también la mención que hizo Meade sobre el nexo Odebrecht con Javier Jiménez Espriú, a quien AMLO propone como secretario de Comunicaciones y Transportes.
En los debates el que no pierde gana. En este tercer debate, por lo tanto, gana AMLO quien seguirá como puntero.
APOSTILLA: sobre la cumbre en Singapur en donde se encontraron Donald Trump y Kim Jong-Un, analistas y el propio Trump ha dicho que ya logró lo que ninguno de sus antecesores había logrado. Y sí; Trump logró darle la mano a un dictador. Si sus antecesores no lo habían hecho es porque no se querían prestar a legitimar un régimen que abusa de sus ciudadanos a cambio de una simple fotografía y la idea de que va a ganar con ello el Premio Nobel de la Paz.
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