En mi trabajo prácticamente todos los días reporto sobre el asesinato o la violación de una mujer en México. “Fue encontrada muerta con signos de violencia”, “había desaparecido desde el mes pasado y fue hallada en una zanja”, o en la cajuela de su coche o en el clóset de su casa. Diario. El cuerpo de la mayor parte de estas mujeres, si no es que de todas ellas, es encontrado con signos de violencia sexual.

Por eso no deja de sorprenderme que haya todavía una buena cantidad de gente que tienda a criminalizar a estas mujeres “porque estaban solas”, “porque habían bebido alcohol o fumado marihuana”, “porque traía tatuajes, entonces seguro andaba en malos pasos”, “porque así es la gente pobre, a poco no, como medio promiscuos y luego les pasan estas cosas”. No deja de sorprenderme tampoco que el ataque y la condena venga tanto de hombres como de mujeres, y que frecuentemente se ataque también a los que buscamos poner el tema de la violencia contra las mujeres en donde merece estar: en el centro de la conversación pública.

Estoy convencida de que estamos viviendo un momento importante en muchos países del mundo. La reivindicación de lo femenino, la lucha contra la normalización de la violencia contra las mujeres y el papel de la mujer en lo público son algunos de los temas que tenemos que seguir empujando, mujeres y hombres aliados, porque hay todavía un largo camino que recorrer. Y si hay quienes lo duden o se ofendan o continúen con eso de que hablar de feminismo convierte a quien sea en feminazi, les dejo aquí un pequeño recordatorio de la historia de tres mujeres y tres manadas:

Manada 1: Veracruz , México. El 3 de enero de 2015 cuatro jóvenes abusaron de una chica menor de edad. La víctima señaló directamente a uno de ellos —Diego Cruz— como el responsable de introducir, sin consentimiento, sus dedos en la vagina de la joven. A los demás los acusó de tocarle los senos y, en general, de intimidarla durante todo el episodio. El juez del caso resolvió que Diego realizó “tocamientos vaginales”, pero sin intención de copular. A la chica después la violaron. Uno de los violadores sigue prófugo.

Manada 2: Pamplona, España. El 7 de julio de 2016, un grupo de cinco jóvenes atacó sexualmente a una chica, además de grabar el ataque. A pesar de haber evidencia amplísima del terrible ataque, los atacantes fueron condenados por abuso sexual, pero no por violación. El juez, en este caso, consideró que la víctima no parecía defenderse durante el ataque. Estaba “pasiva o neutral”. Hace dos días, uno de los violadores hizo pública una carta en la que acusaba a la víctima y a sus defensores de haber hecho un montaje para desacreditarlo. Pobrecito.

Manada 3: Santiago de Chile. Hace sólo unos días, una mujer argentina de 28 años fue violada por un grupo de hombres que salían de un partido de futbol. La víctima logró llegar a su casa como pudo y su esposo la llevó al hospital, en donde estuvo varios días en estado de shock. Todavía se desconoce la identidad de los agresores, aunque la policía ya estudia los videos que registraron la agresión. El caso pondrá a prueba, como el de La Manada y el de Los Porkys, al sistema de justicia chileno. Ya veremos.

Estas son las historias de tres manadas, de las muchas que nunca salen a la luz pública. Es, en el fondo, la historia de miles de víctimas, de leyes absurdas, de jueces obtusos y sentencias irrisorias, de machismo, de abuso y de poder. Y no, no importa cuántas veces lo tengamos que repetir: no es normal.

Twitter: @anafvega

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