Antes de que existieran los hashtags, incluso mucho antes de que existiera Twitter o de que la mitad de nuestras conversaciones públicas tuvieran salida a través de redes sociales, Tarana Burke trabajaba con niñas y adolescentes en Alabama. De entornos marginados y pobres, estas niñas —diagnosticaban Burke y su equipo— necesitaban mejorar su autoestima para salir adelante. Fue así que se sentó con cientos de ellas a platicar, y fue así también que se enteró que su problema central no era la pobreza, ni la marginación, sino que una buena parte de ellas había sido víctima de abuso sexual.

La cantidad de testimonios que recibía Burke en ese distante 2007, la llevó a abrir una página de internet en el que comenzó a reproducir las experiencias que las chicas le relataban. Una historia llevaba a otra, y a otra, y a otra. En ese entonces, la velocidad a la que se transmitía la información de una persona a otra no tiene nada que ver con el fenómeno de “viralización” que hoy conocemos en el que algo puede hacerse noticia mundial y tema de conversación en unas pocas horas. Aún así, la iniciativa comenzó a reunir cientos, quizá miles de testimonios de mujeres que decían: “Yo también”, “Pensé que estaba sola en esto”, “Cómo puedo ayudar”.

10 años después del “Yo También” de Burke, en octubre de 2017, después de que salieron a la luz serias acusaciones de acoso sexual a varias mujeres del productor Harvey Weinstein, la actriz y activista estadunidense Alyssa Milano escribió en Twitter y en su página de Facebook: “Si has sido acosada o agredida sexualmente escribe “Yo también” en respuesta a este tuit”. En sólo 24 horas, el mensaje de Milano en Facebook había sido compartido 4.5 millones de veces. En Twitter, tenía más de 70 mil respuestas.

Mujeres de todas condiciones, razas, religiones y backgrounds que relataban valientemente sus experiencias, visibilizando —a veces por primera vez— el abuso y el dolor que las había acompañado durante sus vida. Y del #MeToo, apareció poco después el #YoTambién en español y el #MonAussi francés, mostrando la magnitud de la violencia en contra de las mujeres. En total, en un solo día el hashtag #MeToo fue utilizado por personas de más de 85 países y había generado 1.7 millones de tuits en la plataforma.

La colectividad de mujeres que salieron a decir #MeToo ayudaron a ponerle cara a la violencia sexual en contra de las mujeres, una verdadera pandemia global. Sin embargo, por cada mujer que salió a contar su historia, hay muchas más que no lo han hecho. Son niñas y mujeres que no han hablado por vergüenza, por miedo al castigo o a la venganza o porque quizá simplemente todavía no entienden que la violencia en su contra no es normal. Diez millones de adolescentes en todo el mundo son forzadas cada año a tener relaciones sexuales. De ellas, solo 1% pide ayuda. Por ello, después de #YoTambién, lo que sigue es #EllaTambién, una campaña lanzada por las propias Burke y Milano en colaboración con UNICEF, para alzar la voz en contra de todas esas víctimas silenciosas de la violencia. Porque su experiencia debe contar y debe ser contada. Porque nuestro el silencio es cómplice.

PASE USTED. Sobre este mismo tema ya lo ha preguntado León Krauze en estas páginas: “¿Cuántas personas tienen, hoy mismo, evidencia incontrovertible para exhibir perversiones y abusos de toda índole en nuestra sociedad?... Sólo se necesita que alguien se anime a denunciar, a ponerlo todo en línea con tal de acabar con el ciclo de abuso”. Otra vez: nuestro silencio es cómplice. ¿Hasta cuándo?

@anafvega

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