Imaginemos la escena: el presidente Enrique Peña Nieto decide parar su marcha durante una gira de trabajo para recibir algunas preguntas de los reporteros de la fuente. Ya sé, ya sé. Nunca lo hace, pero imaginemos por un momento que sí. Entonces, al presidente se le acerca una reportera que a bocajarro le hace una pregunta incómoda. El presidente pausa y responde: “Cuidado con eso....no voy a hablar de eso corazoncito”. Otra reportera retoma el tema que plantea su colega e insiste, y el presidente Peña responde: “Voy ahora a una reunión con los legisladores corazón, corazoncitos... corazoncitos, corazones”. La primera reportera vuelve al ataque e insiste en la pregunta, por tercera vez, y el presidente concluye: “No, no, no corazón”.
¿Se imaginan el tamaño de escándalo que hubiera sido? No me cabe duda de que la condena sería sido unánime: por el tono, por la forma y por el fondo. Porque, estoy segura, una gran mayoría estaríamos de acuerdo en que una reportera debe poder hacer las preguntas que considere pertinentes sin que su fuente le responda “corazón” y porque simple y sencillamente esa no hubiera sido la respuesta si el reportero hubiera sido varón. Es decir, porque interviene en su respuesta un filtro relativo al género. Era mujer, y a la mujer se le puede decir “corazón”.
Claro, no fue Peña, fue Andrés Manuel y entonces las cosas cambian. Hay que entender que “así se habla en Tabasco”, que “él siempre ha sido así, dicharachero”, que “es una forma cariñosa de hablar, así como se le habla a una amiga o a una hermana”, que, honestamente, las “feminazis” le buscamos tres pies al gato y que lo único que hacemos es andar cazando agravios para ofendernos “de todo”. Y no. Ninguno de esos argumentos es válido en un país como el nuestro, en el que la violencia contra las mujeres es cotidiana, sistemática y, en muchos casos, institucionalizada. Ni Andrés Manuel es amigo de las reporteras, ni su hermano, ni es aceptable que responda condescendientemente, ni es cierto que en un contexto profesional “así se habla en Tabasco”. No.
En este caso también hay que entender, aparentemente, que en México hay demasiados problemas y atrocidades como para que le demos peso a el presidente electo le diga “corazón” a unas reporteras que le preguntaron algo que claramente no quería responder. Y no. Señalar que estuvo mal que el presidente electo eluda la respuesta con un comentario sexista y condescendiente no implica restarle importancia a lo demás, ni que automáticamente “se nos olviden” los más de 35 mil desaparecidos y la pesadilla en la que viven sus familias, la terrible crisis de seguridad en la que nos encontramos, las trazas y los socavones y Tanhuato, Ayotzinapa, la Guardería ABC, la repugnante corrupción del régimen o la pobreza de millones y la riqueza de tan pocos. Este no es un concurso de desgracias nacionales. Aquí no hay ganadores.
Es una pena que Andrés Manuel no pudiera simplemente disculparse, y tema zanjado. Responder, como lo hizo, es no entender, ni querer entender que el tema que detonó su “corazón, corazoncitos” va más allá de cualquier posición política o ideológica, costumbre, o de cualquier uso cultural o regional del lenguaje. Se trata de reconocer una realidad dolorosa y diaria y de no contribuir a normalizar una violencia que no es normal.
No todo se trata de él y eso es lo que no logra entender. Empatía, le llaman.
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