María Teresa Argüelles Vara es una niña de 11 años inteligente y simpática. A través de una página en Facebook, que sus padres le ayudan a administrar, escribe con una riqueza de lenguaje y madurez increíbles. Ahí, ella habla sobre sus días, sus logros, sus miedos, sus alegrías y sus enojos. Habla sobre lo que ve y lo que siente. A su edad tiene ya un libro escrito y está planeando el segundo.
Yo la he seguido durante un tiempo. Me parece extraordinaria. Por ello, me llamó la atención una frase que lanzó hace unos días. Marytere —así le dicen los que la conocen— escribió en su página: “Ha sido una temporada difícil estar en casa más de dos años, aunque comprendo que las circunstancias no dejaban de otra. No hubo escuela regular que me aceptara porque no tenía ningún papel oficial ante la SEP y no querían revalidarme lo que ya sabía. En fin, por eso es que hago mi primaria a través del INEA. Mi mamá vaya que peleó, pero no se pudo. Yo me negaba a regresar a una escuela especial, pero, después de todo este tiempo, extraño convivir con chicos como yo. Me he dado cuenta que la famosa inclusión escolar es una falacia. Sí somos iguales y tenemos los mismos derechos, pero desafortunadamente personas como yo que dependemos 100% de alguien (…) y los padres deben contratar a una persona extra que lo haga, y muy pocas personas tienen los recursos para pagar esa persona extra, más colegiatura, medicamentos, terapias, consultas médicas, etcétera”.
Marytere tiene una discapacidad y eso es parte de su realidad; sin embargo, ello no la define como persona ni debiera definir el goce de sus derechos, como el de asistir a la escuela para aprender y buscar, eventualmente, su tan ansiada independencia y autonomía. Y este punto se extiende a todos los niños con discapacidad en México. La Constitución claramente dice en su Artículo 3: “Toda persona tiene derecho a recibir educación”, no “toda persona —salvo aquella que tenga alguna discapacidad— tiene derecho a recibir una educación”. Y la cosa es que, desde siempre, el Estado ha sido omiso en construir los caminos para la verdadera inclusión educativa que, dicho sea de paso, ayudaría muchísimo a crear una sociedad más empática y justa. Como bien dice Marytere en su entrada de Facebook, esta omisión ha trasladado los costos de la inclusión a las familias: son ellas las que tienen que dedicar una enorme cantidad de recursos y tiempo para dar una batalla que se enfrenta con una burocracia educativa y prejuiciosa que deja en el aire el futuro de miles de niños mexicanos. Y otra vez: este no es un asunto de concesiones, sino de cumplimiento de la ley.
En la práctica, el sistema educativo en México ha perpetuado la segregación de los niños con discapacidad. Sí, hay centros de atención para ellos en los que pueden recibir algún tipo de educación, y algunas otras iniciativas, pero son pocas y —nuevamente— no están diseñadas pensando en que lo verdaderamente deseable es que todos los niños, sin importar su condición, puedan compartir su experiencia educativa bajo un mismo techo. A México le urgen espacios de entendimiento, del ejercicio de la igualdad y la empatía, del reconocimiento de la diversidad. No se me ocurre un mejor lugar para comenzar con eso que el salón de clases. El primer paso sería que Marytere y todos los niños con alguna discapacidad que así lo desearan tengan acceso efectivo a un salón de clases. Lo demás depende de que la sociedad los acompañe.
@anafvega