¿Golpeará la popularidad de Andrés Manuel López Obrador la crisis de abasto que ha generado su estrategia de combate al robo de gasolina? Es aún difícil de saber. Las encuestas dicen que, hasta ahora, el apoyo al presidente permanece prácticamente intacto entre las personas que votaron por él, y que no ha aumentado significativamente entre los que no lo hicieron. Es decir, que todavía no le cuesta. Sin embargo, la moneda sigue en el aire. Hay dos escenarios. Si la estrategia implementada por López Obrador termina con “éxito”, definido como una significativa disminución en el robo de combustibles a Pemex y la detención y el procesamiento judicial de los principales huachicoleros –de cuello blanco y no– el presidente saldrá incluso fortalecido de este episodio. Así también lo dicen las encuestas: la gente apoya mayoritariamente la lucha en contra de los grupos huachicoleros y están dispuestos a asumir –hasta ahora– los costos que representa. En cambio, si la estrategia termina en nada, otra historia será. Por el bien de todos, ojalá que este no sea el escenario.

Pero más allá de la popularidad presidencial o de la importancia que tiene enfrentar al crimen organizado en cualquiera de sus formas, el episodio ya es una oportunidad perdida. Para López Obrador, porque ha sido incapaz de brindar información pública oportuna, clara y confiable, y sin ésta no hay rendición de cuentas, diálogo o consensos posibles. Una transformación de la vida pública como a la que aspira encabezar el presidente tendría que cumplir necesariamente con esa condición mínima (porque de lo otro, los mexicanos ya hemos tenido suficiente). Si su transformación no pasa por ahí, simplemente no será.

Durante la crisis, López Obrador ha navegado en un mar de ambigüedad y opacidad. En las conferencias mañaneras, compañeros reporteros se han cansado de tratar de obtener de él respuestas claras y directas; respuestas que no pasen por el filtro ideológico o político, sin mucho éxito. El presidente, en cambio, salta de idea en idea sin proporcionar la información pura y dura que se le está pidiendo, pide paciencia y colaboración (sin decir hasta cuándo), acusa a sus adversarios y a “quienes están dedicados a cuestionarnos” y arremete contra los medios que difunden lo que él considera información falsa o tendenciosa. ¿El resultado? Un discurso público que en vez de generar certeza e intentar tender puentes de diálogo entre el gobierno federal y los distintos sectores sociales, económicos y niveles de gobierno, simplemente abre flancos innecesarios, genera falsos debates, especulaciones irresponsables y más polarización.

Claramente ajeno a la posibilidad de aprovechar la crisis para promover un diálogo social informado, amplio y constructivo, López Obrador no deja atrás el tono de confrontación, como si siguiera en campaña, como si la vida pública fuera un juego de suma cero: si alguien gana el otro pierde. Incapaz de ver, incluso, que el apoyo social en torno al combate a este delito y a otros temas de seguridad le alcanzaría para eso y más. A poco más de un mes de asumir la Presidencia, todo lo que cuestione su estrategia sigue proviniendo de “adversarios” (que por supuesto tiene, pero a los que difícilmente se les puede atribuir la totalidad de las críticas), o de la prensa fifí (sí, continúa utilizando el término para hablar de los medios y periodistas que no le caen bien) y de “aquellos que quieren dañarnos”. Si tan solo alcanzara a ver más allá. Vaya forma de perder una oportunidad.


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