Con la consulta convocada por el presidente electo AMLO sobre el futuro del nuevo aeropuerto internacional de México perdemos una enorme oportunidad. Y no es que crea que las consultas no son instrumentos útiles, incluso necesarios. Por el contrario, soy de las que piensa que recurrir a este mecanismo para consultar la opinión pública en temas cruciales de la vida nacional sería muy sano —salvo en casos en que se pretenda poner a consulta el goce de derechos fundamentales por parte de alguna minoría o sector de la población. Ahí no hay opinión que valga.
Las consultas podrían enriquecer nuestros conocimientos sobre temas de impacto y la incidencia ciudadana en los mismos. Es más: me parece que la consulta —conforme la plantea la ley— debiera ser un mecanismo utilizado y aprovechado también por gobiernos locales. Ahí donde se dan muchos temas y batallas importantes para nuestras vidas.
El problema de fondo con la consulta planteada por el presidente electo es que nos distrae artificialmente de lo que realmente tendríamos que estar discutiendo sobre el nuevo aeropuerto. Me explico: no hay argumentos que sostengan la opción de Santa Lucía y el “sistema aeroportuario” planeado por López Obrador y su equipo. Hoy no hay forma de comparar esa idea con la realidad de Texcoco. Una consulta planteada en estos términos nos pide a los ciudadanos valorar, comparar y decidir entre peras y manzanas. Simplemente no son comparables.
Como muestra un botón: el propio equipo de López Obrador ha concedido que para concluir categóricamente que Santa Lucía es una opción que efectivamente incrementa la frecuencia de vuelos —objetivo central para crear un nuevo aeropuerto en primera instancia— hace falta todavía un estudio que tarda en realizarse algunos meses. Una vez realizado ese estudio, podría suceder que Santa Lucía no cumpla con los requisitos. Si ese es el caso ¿por qué apresurar una consulta que asuma a Santa Lucía como una opción que resuelve el problema en el centro de todo, que es la saturación del actual aeropuerto?
López Obrador dice: “No le tengan miedo al pueblo”, cuando responde a críticas por la consulta. Lo que su visión no contempla es que al poner el tema a consulta en estos momentos perdemos la verdadera batalla ciudadana. Batalla que, de hecho, debiera estar encabezando el presidente electo en Texcoco. Y esa batalla no pasa por ninguna consulta, sino por una serie de decisiones y acciones ejecutivas que reviertan la opacidad, los posibles malos manejos y las dudas —ecológicas, sociales, comunitarias— que genuinamente despierta Texcoco.
El verdadero mensaje que el presidente electo tendría que estar enviando a mercados financieros globales y nacionales es: México no será, nunca más, campo abierto para el abuso y la corrupción. Y a partir de ahí construir un entorno de certidumbre de que, de ahora en adelante, en cualquier obra importante de infraestructura, habrá certeza, transparencia, rendición de cuentas, imparcialidad y austeridad.
Ese es el mensaje de transformación que el próximo gobierno debiera estar enviando hacia dentro y hacia fuera. Esa sí sería una transformación de impacto. Eso sí que tendría grandes —grandísimas— implicaciones para el país, su futuro y viabilidad financiera, de desarrollo y para las vidas de todos los mexicanos hartos, como estamos, de la corrupción y arbitrariedad.
La consulta planteada en los términos de López Obrador es, en ese sentido, quizá la más significativa oportunidad perdida. El presidente electo ya decidió.
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