Quizás uno de los aspectos más reveladores de La camarista (2018), de Lila Avilés, sea la cantidad de tiempo que los trabajadores de limpieza en un lujoso hotel pasan ocultos. En pasadizos escuetos, monocromáticos, y escaleras de servicio por donde sólo suben y bajan uniformes grises, el lugar de trabajo parece más bien una prisión donde la fealdad abunda pero avergüenza. Cuando los huéspedes llegan a ver a los empleados, la relación no es de iguales sino de sirvientes que ocultan su humanidad y se ponen al servicio de mujeres y hombres que, de no necesitarlos, probablemente ni los mirarían. Entonces el tema de Avilés se nos manifiesta con claridad —que no didacticismo—: el trabajo en el siglo XXI ni dignifica ni libera: oprime y deshumaniza. La camarista es una elocuente denuncia de una esclavitud que otras películas, de Sueño de amor (Maid in Manhattan, 2002) a Roma (2018), ocultan o ignoran con imágenes románticas que mistifican la opresión.
En su filme Avilés no cuenta una historia como tal, es decir, su énfasis narrativo está en capturar la cotidianidad de Eve (Gabriela Cartol), una camarista cuyas aspiraciones incluyen trabajar en el anhelado piso 42, quedarse con un hermoso vestido rojo que alguien olvidó, y salir temprano del trabajo uno que otro día. Su tediosa existencia adquiere un ritmo ligeramente distinto cuando comienza a tomar un curso para aprobar el examen del Ceneval y conoce a Minitoy (Teresa Sánchez), una simpática colega. Esta nueva presencia alterna entre lo amistoso y lo chocante pero, en cambio, la existencia de Eve sigue tan pálida y desnutrida como antes. En vez de recurrir a grandes sucesos qué contar, Avilés nos muestra un mundo de nimiedades, aparentemente sin escapatoria. Los detalles forman el grueso de su estilo, con perfectas imitaciones del español de distintas clases sociales —una rareza en el cine mexicano— y una representación ominosa del tiempo. Más que nada, La camarista es la desgastante rutina de muchos que se nos presenta en forma de película.
Las escenas abarcan desde lo satírico hasta lo erótico, y buscan introducirnos a un mundo donde los días se van en coleccionar anécdotas, inquietantes casi todas. En la primera escena Eve encuentra a un anciano inmóvil escondido bajo su cama, y en otra el simulacro se hace realidad cuando Eve reporta un cadáver pero no sin terminar de asear la habitación. Además de Minitoy, Eve a menudo visita a una huésped argentina (Agustina Quinci) y a su bebé, a quien cuida mientras la madre se mete a bañar. Esta relación, en particular, expresa la horizontalidad del trato al que está acostumbrada Eve. Mientras la huésped le cuenta sobre remedios para la piel y la belleza de las bonaerenses como si Eve tuviera los medios para comprar cremas y viajar, la protagonista sólo baja la cabeza y escucha en silencio. Incluso en un punto se deja examinar por la huésped, que “descubre” la belleza de la muchacha que asea.
Sin embargo Cartol no interpreta a Eve como una víctima. Su personaje es una mujer que ve a otros vulnerarla con peticiones prepotentes o estúpidas pero no por ello permite que lo logren. Su voluntad de escapar se le sale de la mirada y también de su forma tan poderosa de caminar sin miedo. Eve podrá ser silenciosa pero no tímida, como lo expresa una escena formidable donde se desnuda mientras la mira afuera de la habitación un limpiador de ventanas. Al igual que en Toni Erdmann (2016), de Maren Ade, la sexualidad de los trabajadores se compone de espacio entre los cuerpos y en ello demuestra la distancia que provoca nuestra cultura laboral. Trabajar es alejarse de otros y de uno mismo, pero Eve convierte esa distancia en una oportunidad de empoderarse y tentar. El hombre que le atrae y que la mira puede ver su intimidad pero dependerá de ella que la toque. La conclusión melancólica, sin embargo, es que hay fuerzas más grandes, invencibles, como la enajenación y el cansancio. Eve las enfrenta como puede porque la desigualdad la vence a diario, y sin embargo ella camina como si no hubiera nada enfrente. Un día eso le permitirá siquiera sentir el sol.
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