Las protestas de integrantes de la Policía Federal cumplen hoy su tercer día. No hay aún viso alguno de solución ni mucha voluntad de las partes por llegar a un acuerdo. Ayer, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó que el asunto “ni le preocupa ni le ocupa”. Por su parte, el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, afirmó que el movimiento no tenía razón de ser y sugirió que el movimiento pudiera ser controlado por intereses ajenos a la corporación.
Por su parte, los policías federales que mantienen tomado el Centro de Mando (Contel) en Iztalapapa tronaron contra sus propios representantes y rechazaron el ofrecimiento de las autoridades de irse a otras instituciones (Comar, INM, SPF, etc.).
Por mientras, se cierne la posibilidad de que el conflicto termine en un enfrentamiento serio: ayer, elementos de la Policía Militar fueron enviados a las inmediaciones de Contel. Se retiraron a los pocos minutos.
En estas circunstancias, ¿qué se debería hacer para desactivar el conflicto? No sé, para ser sincero. Por ahora, no parece haber muy buenas alternativas: si el gobierno no cede y reprime el movimiento, se corre el riesgo de una deserción masiva de la Policía Federal que dejaría coja a la Guardia Nacional por años. Pero si el gobierno cede a las demandas de los policías federales, se dificultaría el proceso de homologación de sueldos y prestaciones de la Guardia Nacional, y el malestar podría trasladarse ahora a las Fuerzas Armadas.
En realidad, la mejor alternativa sería deshacer a la Guardia Nacional como organismo mixto, dejarla como un cuerpo de origen militar bajo mando civil, dedicada a funciones de control territorial en zonas rurales y pequeñas poblaciones, al tiempo que se preserva a una Policía Federal fortalecida que cubra las zonas urbanas. Es decir, un modelo como el de España, Francia o Italia.
Pero eso no va a suceder. Dentro de esas limitaciones, ¿qué podría intentar la autoridad? Van algunas humildes sugerencias:
1. Hay que abandonar la estridencia. Esto no es una asonada ni un motín: esto es un conflicto laboral que involucra a una categoría muy particular de trabajadores. Pero al final del día, se están discutiendo temas laborales: sueldos, prestaciones, requisitos de ingreso, etc.. Si se concibe de esa manera, el asunto se vuelve mucho más manejable.
2. Los policías federales están peleando por asuntos laborales concretos, pero también por respeto. No es mucho pedir que no les digan corruptos, sin más distinciones, ni les echen en cara, como hizo ayer el secretario Durazo, actos de presunto cohecho que se gestaron en las altas esferas de la Secretaría de Gobernación en el sexenio pasado. No es una exigencia absurda que el gobierno reconozca los muchos servicios que los policías federales le han rendido al país.
3. El tratamiento desigual entre militares y policías federales tiene que parar. Si se les están exigiendo pruebas físicas o médicas a los policías federales, lo mismo se le debe exigir a los militares. Si se pide que los policías federales se sometan rigurosamente a las disposiciones legales, lo mismo se debería pedir a los soldados y marinos. Por ejemplo, las evaluaciones podrían ser cruzadas: los policías federales serían evaluados por militares y los militares en la Policía Federal.
4. Hay que dejar de ver una conspiración detrás de esto. El malestar de los policías federales tiene motivos justificados y se ha venido manifestando desde hace meses. No necesitan a nadie de fuera para movilizarse y no son títeres de nadie. Hay que tratarlos como actores legítimos.
En resumen, se necesita tacto y política. No más que eso, pero no menos.
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