En abril de 2017, en este espacio, escribí lo siguiente:
“Empecemos con una cifra de cuatro dígitos: 6,511. Ese es el total de víctimas de homicidio doloso acumulado en los primeros tres meses de 2017, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Dividámoslo entre 90, el número de días del periodo. Se obtiene un promedio (aproximado) de 72.3 asesinatos por día. Multipliquemos ese número por 365. Llegamos entonces a un total anual estimado de 26,389 víctimas de homicidio doloso para el año que corre.
Pero allí no acaba el cálculo. Todas las operaciones previas las hice a partir de datos del SESNSP. Pero, desde hace un buen tiempo, el SESNSP reporta menos homicidios que el Inegi. Un diez por ciento menos, aproximadamente, si se hace la comparación con víctimas. Luego entonces, si 2017 se parece a años recientes, el número de víctimas que acabe reportando el Inegi se ubicará en torno a 29 mil.
Eso, claro, si el resto de 2017 se parece al primer trimestre del año. Si es ligeramente más violento en promedio (algo nada descabellado), el total de asesinados bien podría llegar a 30 mil.”
El sábado pasado, el SESNSP reveló el total anual de 2017: 29,158 víctimas de homicidio doloso (Nota: hace un mes, el SESNSP dio a conocer una nueva metodología de reporte de incidencia delictiva. En la nueva serie, el total fue de 28,734 víctimas. Por razones de comparabilidad, usé el dato de la serie original).
Ese dato del Secretariado implica un total aproximado de 32 mil víctimas en la cuenta de Inegi. Lo sabremos con más precisión en julio próximo, cuando se den a conocer las cifras preliminares de esa fuente.
Entonces, con toda probabilidad, me quedé corto en mi pronóstico. La segunda mitad del año fue mucho más violenta de lo que anticipaba. Para el último trimestre, se registraron en promedio 86.4 homicidios por día, 20% más que la cifra ya alarmante que reportaba yo en mi artículo de abril.
Y la escalada, además, todavía no se detiene. En el cuarto trimestre, el número de víctimas creció 6.5% con respecto al trimestre previo. Eso implica una tasa anualizada de crecimiento de 28%.
El ascenso de la violencia tiene un alcance nacional. En 28 de 32 entidades federativas, aumentó el número de víctimas de homicidio doloso. En 13 estados, se acumularon más de mil víctimas. Un año antes, se había superado esa cota en 11 estados. En 2015, sólo cuatro estados sobrepasaron ese nivel.
Entonces, ¿dónde acaba esto? ¿Dónde se detendrá el ascenso vertiginoso de la violencia homicida? Ni idea. Sólo sé que mi esperanza de hace unos meses se vio frustrada. Así concluí mi columna de abril:
“No queda entonces más que una conclusión: esto ya es una crisis de grandes proporciones. Ojalá el país y sus autoridades no se tarden mucho tiempo en reconocerlo y actuar en consecuencia. Ojalá 30 mil sea el límite superior de la escalada de violencia y no estemos en un año hablando de nuevas cimas en la cordillera de la tragedia.”
Hoy, casi un año después, estamos en efecto hablando de nuevas cimas ¿Son las últimas? ¿Estamos ahora sí ya cerca del pico? Francamente lo dudo. Esto ya no es la Sierra Madre. Es el Himalaya.
Nota: no sabemos aún si 2017 fue el año más violento de las últimas décadas. Lo sabremos cuando publique el Inegi sus cifras y cuando podamos hacer la comparación en términos relativos, usando tasas por 100 mil habitantes. Por mientras, aguanten el palmarés.
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