Mañana se van unos y llegan otros.
El país que heredan sufre de violencia estructural, sistémica, persistente: 275 mil víctimas de homicidio en los últimos doce años. Y 150 mil en los 12 previos. Y unos 190 mil entre 1982 y 1994. La violencia está en la vida nacional desde hace décadas, sino es que siglos. Y desde inicios de los setenta hemos sido incapaces de disminuirla de manera sostenible.
El país que heredan se ahoga en delitos: 33 millones por año, según la más reciente Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (ENVIPE). Uno de cada tres hogares tiene a un integrante que ha sido víctima de algún delito en el último año. Y en la inmensa mayoría de los casos, nadie se toma la molestia de reportar nada: en 94% de los delitos, no hay denuncia. O hay denuncia, pero nadie abre un expediente.
El país que heredan vive con miedo. Ocho de cada diez mexicanos afirma sentirse inseguro en su entidad federativa (según ENVIPE). Tres cuartas partes se percibe como posible víctima de un delito. Siete de cada diez no permiten que sus hijos jueguen en la calle. Casi la mitad evita salir de noche.
El país que heredan desconfía profundamente de sus autoridades. Ni la décima parte de la población afirma tener mucha confianza en sus policías municipales. Casi siete de cada diez ciudadanos consideran que el Ministerio Público es corrupto. Un porcentaje similar opina lo mismo de los jueces. Y la opinión sobre el desempeño es catastrófica: menos de 8% considera que su policía estatal es muy efectiva.
El país que heredan maltrata a sus policías. Nueve de cada diez policías estatales y municipales ganan menos de 15 mil pesos al mes. La jornada laboral promedio de un miembro de una corporación policial es de 70 horas a la semana, según la Encuesta Nacional de Estándares y Capacitación Policial (ENECAP). Nueve de cada diez policías tienen que poner de su bolsa para equipo, uniforme o hasta armamento.
El país que heredan gasta poco y mal en seguridad y justicia. El presupuesto para todo —policías, fiscalías, tribunales, prisiones, etcétera— no llega a 1% del PIB, menos de la mitad de lo que gastan en esos teman los países de la OCDE. Y mucho de lo que se gasta se va a fierros, a equipamiento vistoso, a cámaras y patrullas, no al personal, no a capacitación, no a cuidar a los que nos cuidan. Y eso sin olvidar la corrupción que permea a demasiadas instituciones.
El país que heredan es muchos países a la vez. En medio del desastre, hay señales de esperanza. Están los esfuerzos de reforma policial en Morelia, en Ciudad Nezahualcóyotl, en Escobedo. Están los logros innegables del nuevo sistema de justicia penal, el hecho de que ahora los inculpados pueden ver a un juez. Está la enorme noticia de que, a nivel nacional, ya no hay sobrepoblación carcelaria. Están la responsabilidad y el sentido cívico de muchísimos policías y fiscales y jueces. Y está la densidad de la sociedad civil, desde los colectivos de familiares de desaparecidos hasta las organizaciones dedicadas a la reinserción de reos, pasando por muchas otras causas, chicas o grandes.
El país que heredan no tiene arreglo rápido ni fácil. No hay varitas mágicas. No hay atajos. Se requiere un largo y sostenido esfuerzo de construcción de Estado, de edificación de instituciones. Y por eso, porque la tarea es enorme, más vale construir sobre lo construido que reinventar la rueda.
El país que heredan les dará el beneficio de la duda, pero no se quedará callado si las cosas no funcionan. Nadie espera milagros, pero todos esperan seriedad.
El país que heredan les desea mucha suerte porque sabe que su suerte es la de todos nosotros.
Que tengan muy buen sexenio.
alejandrohope@outlook.com.
@ahope71