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Hace días, Héctor de Mauleón narraba en estas páginas la violencia sufrida por un policía preventivo que había perseguido e intercambiado tiros con un asaltante de microbús en la Ciudad de México. Por hacer su trabajo, por tratar de servir y proteger a la ciudadanía, ese policía fue agredido y casi linchado por vecinos y transeúntes.
Esa experiencia no es inusual para los policías. Maltrato y desprecio es lo que reciben a diario, de los ciudadanos y de las propias instituciones donde laboran. Y eso lo sabemos más allá de la anécdota.
Esta semana, el Inegi dio a conocer la primera Encuesta Nacional de Estándares y Capacitación Profesional Policial (Enecap), ejercicio donde se entrevistó a 56 mil 125 policías municipales, estatales y federales a finales de 2017, inicios de 2018. Los datos que surgen de ese esfuerzo son para espantar al más templado.
En primer lugar, resulta que hay menos policías que los que creíamos. Se cuenta con 385 mil elementos de todas las corporaciones de todos los niveles, incluyendo a las policías ministeriales. De ese total, solo 282 mil se encuentran en funciones operativas. Si nos limitamos a policías preventivas, hay sólo 252 mil elementos en tareas operativas.
No es por tanto sorpresa que los policías estén sobrecargados de trabajo. En promedio, un elemento de una corporación policial labora 70 horas a la semana. Dos terceras partes de los policías tienen turnos continuos de 12 horas o más. Uno de cada cinco trabaja en un turno de 24 horas por 24 horas.
Todo eso a cambio de remuneraciones que no alcanzan. Uno de cada cuatro policías tiene una actividad laboral alterna para complementar sus ingresos. En la Ciudad de México, uno de cada tres elementos policiales está en esa situación. Y de las prestaciones, ni hablamos. Casi una quinta parte de los policías no cuentan con seguro de vida. Seis de cada diez no reciben apoyo psicológico. Más de la mitad no obtiene ningún apoyo para gastos funerarios si muere en el ejercicio del deber.
Para rematarla, los integrantes de las corporaciones policiales tienen que aportar de su bolsa para su equipo de trabajo. Casi nueve de cada diez policías tuvieron que adquirir por sus propios medios al menos un accesorio de apoyo o protección, incluyendo cosas como esposas, gas lacrimógeno, chaleco balístico o pasamontañas. Es más, en algunos casos (uno de cada 20, para ser preciso), hasta el armamento tienen que comprar por fuera de la corporación.
Bueno, pero al menos algo de desarrollo profesional tendrán, ¿no? Pues algo, pero no mucho. Sólo algo más que la mitad recibe algún curso de actualización y apenas la cuarta parte tiene algún tipo de especialización.
¿Y que dice la encuesta sobre el respeto y reconocimiento de la sociedad? Pues que 21% de los policías han sido víctimas de discriminación por ser policías o por su posición dentro de la corporación. Y uno de cada seis ha recibido amenazas verbales o por escrito por parte de ciudadanos, delincuentes, del crimen organizado, compañeros o superiores.
En esas condiciones, ¿quién se mete de policía? ¿Qué hace a alguien escoger tan ingrata profesión? En 36.5% de los casos, la necesidad económica o el desempleo. Así de sencillo.
En resumen, así no es posible tener condiciones medianamente razonables de seguridad. No mientras los policías sean sujetos permanentes de maltratos y explotación.
¿Queremos un país seguro? Empecemos cambiando esto y poniendo los recursos necesarios para que cambie.