Hace seis años, el optimismo abundaba en el equipo de transición del entonces presidente electo Enrique Peña Nieto. Los encargados de los temas de seguridad parecían convencidos de su capacidad para resolver problemas que habían resultado inmanejables para la administración Calderón.

Hoy, a pocas semanas de concluir el sexenio, está más que claro que las esperanzas resultaron infundadas, por decir lo mínimo. Hasta el propio Peña Nieto reconoció hace unas semanas que “no hemos alcanzado el objetivo de darle a los mexicanos paz y tranquilidad en cualquier parte de la geografía nacional”.

Hay un fracaso, por donde se le busque. Pero me parece que no se ha aquilatado del todo su tamaño, considerando las metas establecidas por el propio gobierno. Va una revisión de algunos objetivos del Programa Nacional de Seguridad Pública 2014-2018, para que se entienda de lo que estoy hablando:

Objetivo: Reducir la incidencia de los delitos con mayor impacto en la población.

Indicador: tasa de homicidios dolosos registrados por cada 100 mil habitantes (medido en carpetas de investigación).

Meta 2018: 12.8.

Resultado probable en 2018: 22.

Indicador: Hogares según condición de victimización por cada mil hogares (la fuente es la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública, ENVIPE)

Meta 2018: 291.

Resultado 2017: 356 (no sabremos el resultado de 2018 hasta dentro de un año).

Objetivo. Reducir la incidencia de los delitos vinculados a la economía ilegal.

Indicador: Tasa de robos a camiones de carga a nivel nacional por cada 10 mil unidades en circulación

Meta 2018: 5.7.

Resultado 2017: 32.1.

Objetivo. Desarrollar en las instituciones de seguridad pública esquemas de proximidad y cercanía con la sociedad.

Indicador: Percepción del desempeño institucional, Policía Estatal (porcentaje que manifiesta que el trabajo de la corporación es muy o algo efectivo).

Meta 2018: 57%.

Resultado 2018: 51.2%.

Indicador: Percepción sobre la seguridad en colonia o localidad (porcentaje que afirma sentirse seguro).

Meta 2018: 66%.

Resultado 2018: 49.6%.

Hay otros indicadores, pero no quiero matarlos del tedio. Salvo excepciones (la sobrepoblación carcelaria, por ejemplo), la constante es la incapacidad para alcanzar las metas establecidas al inicio del gobierno. En algunos casos, como en los homicidios o el robo a autotransporte, la distancia entre el objetivo y el resultado es oceánica.

Esto habla, por supuesto, de las deficiencias de la actual administración, pero el problema es más profundo. Estoy seguro que si hiciéramos un ejercicio similar a este con los gobiernos de Calderón, Fox o Zedillo, encontraríamos también una zanja enorme entre lo programado y lo alcanzado, en el tema de seguridad y otros.

Esto sugiere en primer lugar que, citando al gran estratega alemán Helmuth Von Moltke, ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo. No se va a lograr mucho de lo que se propone y, en muchos casos, ni siquiera se va a hacer el esfuerzo. La planeación que se hace en el gobierno no pasa de ser indicativa.

Segundo, en cualquier administración, los funcionarios entrantes tienen una percepción sobrevalorada de su capacidad para alterar la realidad. Por eso acaban haciendo promesas irrealizables o fijándose metas que los van a hacer lucir mal en pocos años.

Por último, todo gobierno está condenado al fracaso. En grados diversos, por supuesto. Pero es un hecho incontrovertible que va a lograr menos de lo que se propone inicialmente. De hecho, su éxito acaba radicando en su capacidad para administrar la decepción.

Y eso es particularmente cierto para aquellos que se imaginan como agentes de una enorme transformación, con número como adjetivo.

alejandrohope@outlook.com
@ahope71

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