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El fin de semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo de gira en Michoacán. En uno de sus actos públicos, lanzó un un reto al crimen organizado: “Vamos a ver quién puede más. A ver, tú te llevas a los jóvenes, vamos a ver quién puede más, porque yo le voy a dar opciones a los jóvenes, porque no quiero que te los lleves, no quiero que los jóvenes se echen a perder”.
Me parece muy bien que el gobierno quiera atender a los jóvenes, darles oportunidades de estudio y empleo, abrirles perspectivas de desarrollo personal. Una batería de programas bien diseñados y bien implementados puede lograr mucho.
Pero lo que probablemente no logre, o al menos no en la medida de las esperanzas del presidente, es prevenir delitos. Delitos violentos, en particular
¿Por qué no? Porque, en todo momento y en toda sociedad, una porción mayúscula de los delitos es obra de una fracción minúscula de la población. La inmensa mayoría de los pobres, los marginados y los desempleados no roba, no extorsiona, no secuestra y no mata, reciban o no un apoyo del gobierno
En otras columnas, ya he hecho el cálculo siguiente, pero vale la pena repetirlo. Según la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública, producida por el Inegi, se cometieron algo más de 33 millones de delitos. Vamos a suponer que cada delincuente comete en promedio un delito por semana. Eso nos daría un total de 52 por año (algunas referencias internacionales ubican el promedio de delitos por delincuente en un rango de 60 a 190 por año, así que no me parece descabellado el número). Eso significaría que, en 2017, aproximadamente 634 mil 615 personas cometieron al menos un delito en México.
Con alta probabilidad, la repartición de delitos por delincuente no es equitativa: muchos cometen pocos y unos cuantos son responsables de muchos. Asumamos una distribución de Pareto, 80/20. Eso significaría que 126 mil 923 delincuentes cometieron 26 millones 400 mil delitos en 2017 (aproximadamente cuatro por semana en promedio).
Aún en ese grupo más pequeño, es probable que haya diferencias notorias: un tipo que se sube a asaltar a un microbús en hora pico comete 30 delitos de un jalón (tal como los mide el Inegi, el cual le pregunta a individuos si fueron víctimas de un delito en un periodo específico). Si lo hace una vez cada 15 días, ya acumuló 60 en un mes, 720 en un año. En cambio, algunos ladrones roban solo dos celulares a la semana. Luego entonces, asumamos de nueva cuenta una distribución de Pareto. Eso implicaría que 25 mil 384 personas cometieron 21 millones 120 mil delitos el año pasado, dos terceras partes del total nacional.
Olvídense del número específico. Los delincuentes intensivos pueden ser 10 mil o 100 mil. El punto es que son muy pocos: en cualquier momento dado, no más de unas cuantas decenas de miles son responsables de una inmensa proporción de la actividad delictiva en el país.
Y con la delincuencia organizada, sucede algo similar. Retomando el lenguaje del presidente, las bandas delictivas se llevan a muy pocos jóvenes. Muy pocos “se echan a perder”. Eso significa que los programas masivos, como los que impulsa el gobierno, pueden ser muy útiles por otras razones, pero en términos de prevención del delito, son básicamente un desperdicio.
El objetivo más bien debería ser identificar, atender y, si se puede, rehabilitar a los pocos individuos que cometen la mayoría de los delitos ¿Cómo hacerlo? Bueno, eso es tema más complicado. Pero, de arranque, nos debería de quedar claro que no estamos lidiando con un fenómeno masivo. El asunto es de foco y se atiende con bisturí, no con mazo.
alejandrohope@outlook.com.
@ahope71
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