Un aspecto que ha caracterizado en los últimos años a la evolución de la economía mexicana es el crecimiento del ingreso por remesas. De hecho, al cierre de agosto de 2018, su monto anual alcanzó 32 mil 480.3 millones de dólares (flujo acumulado en los últimos 12 meses).
Ese ingreso ha impulsado de manera significativa el gasto de los hogares receptores, tanto el destinado a manutención, educación y salud, como a negocios familiares y a mejoras y ampliación de su vivienda. Asimismo, el mayor gasto de dichos hogares también ha contribuido —aunque marginalmente— al crecimiento del producto de la economía mexicana.
Un hecho notable es que ese aumento sostenido de las remesas se ha logrado a pesar de que en los últimos años no ha habido un flujo migratorio mexicano neto positivo hacia Estados Unidos. De hecho, como señaló recientemente un estudio realizado por Jesús Cervantes González del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (Cemla), en 2017 la población inmigrante de origen mexicano en Estados Unidos se redujo en casi 304 mil personas, lo que se adicionó a una disminución registrada en los años previos.
Con ello, en 2017 la población mexicana inmigrante en EU resultó de 11.3 millones de personas, lo que implicó un descenso acumulado en el periodo 2007-2017 de 469 mil mexicanos. Tal evolución reflejó el retorno tanto voluntario como involuntario de migrantes a nuestro país que más que compensó al flujo de nuevos migrantes mexicanos hacia Estados Unidos.
La evolución favorable de las remesas en un contexto de menor número de mexicanos inmigrantes en Estados Unidos se explica por el mayor dinamismo de dicha economía, lo que ha favorecido aumentos en el empleo, remuneraciones medias y, en consecuencia, en la masa salarial obtenida por los trabajadores mexicanos inmigrantes. De hecho, al cierre de julio de 2018, el nivel de ocupación de tales trabajadores medido como promedio anual alcanzó casi 7.5 millones de personas y se integró por 4.9 millones de trabajadores de género masculino y 2.6 millones de mujeres, y obtuvieron una masa salarial agregada de 263 mil millones de dólares.
El ingreso por remesas también ha sido incentivado por el incremento de su poder de compra interno originado por la depreciación cambiaria acumulada que ha registrado el peso con relación al dólar estadounidense, misma que no se ha reflejado plenamente en los precios internos.
Asimismo, la incertidumbre de los inmigrantes mexicanos acerca de si pudieran ser deportados a México o de si su envío de remesas pudiera enfrentar restricciones más adelante también podría estar acelerando su envío de remesas y un componente de esas transferencias sería ahorro de los migrantes.
En el largo plazo, las remesas se nutren de que haya un flujo migratorio neto positivo. Hasta ahora, la ausencia de dicho flujo no ha afectado al envío de remesas. Sin embargo, hay que reconocer que la falta de nueva migración neta ha provocado cambios demográficos significativos al interior de la población mexicana inmigrante. Uno de esos cambios es que la mediana de edad de dicha población en Estados Unidos ha aumentado de 35.1 años en 2007 a 43 años en 2017. También el porcentaje de migrantes mexicanos con 55 años de edad o más se elevó en ese periodo de 12% a 22.6%, y el grupo con 64 años o más pasó de 5.2% a 9.9%.
Esos cambios demográficos de seguirse acentuando podrían eventualmente impactar adversamente al envío de remesas a México. Ello considerando que los estudios del Cemla muestran que el porcentaje de migrantes que envían remesas es más alto en aquellos de reciente arribo a Estados Unidos, es decir, en los que tienen una antigüedad de cinco años o menos de habitar en ese país.
Asimismo, el porcentaje que envía remesas también aumenta gradualmente con la edad del emigrante y alcanza un máximo en un rango de edad de 36 a 45 años, para luego disminuir de manera significativa.
Director de Analítica en Grupo Financiero Banorte.
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