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“¡Es hermoso!”
Han pasado escasos minutos luego de la explosión del reactor 4 en la planta nuclear “Vladimir Ilich Lenin” al norte de Ucrania . Es la madrugada del 26 de abril de 1986. La sacudida ha despertado prácticamente a toda la población de Prípiat, la ciudad dormitorio creada ex profeso para que ahí vivan las familias de los trabajadores de la planta. Los bomberos parten rumbo a la planta para apagar el incendio mientras la gente, sin poder dormir, se congrega en un puente cercano, punto elevado que sirve como mirador para ser testigos de los destellos y luces que emite incesante la planta nuclear.
El director de origen sueco, Johan Renck , muestra la escena en cámara lenta. Niños, adultos, algunos ancianos acuden a aquel puente mientras la lente de Jakob Ihre registra el polvo que cae a trasluz de luna, cual si fuera nieve. Es una toma hermosa y a la vez perturbadora, porque lo que ellos no saben (y nosotros, el público, sí sabemos) es que ese polvo que cae del cielo es radioactivo. Aquel puente será bautizado como el Puente de la Muerte: todos aquellos que salieron esa noche a presenciar el espectáculo de luces, murieron semanas o meses después a causa de la radiación.
Pero a pesar de ello, Renck e Ihre se empeñan en hacer una toma hermosa. Es la belleza del horror. Así es Chernobyl, la miniserie de HBO que este viernes termina con su quinto y último capítulo. A medio camino entre dramatización y documental, su creador y guionista, Craig Mazin, narra los hechos desde el momento de la explosión e irá desmenuzando, con lujo de detalle, los minutos, horas y días que sucedieron después de la explosión, con especial énfasis en el tiempo que le tomó al politiburó de la Unión Soviética darse cuenta de la magnitud de la tragedia: un accidente que bien pudo acabar con medio Europa y que en un primer instante fue minimizado por las autoridades. “Está controlada la situación”, “es apenas la radiación equivalente a unos rayos equis”.
Pero la ambición de esta serie va más allá de la belleza del horror. Esto es más que una simple crónica, o una dramatización de hechos reales. Lo que buscan Mazin y Renck no es advertir sobre los peligros de la energía nuclear ni tampoco condenar al hombre en su afán de controlar al átomo (y con ello a la naturaleza misma), lo que le interesa a los creadores de la serie es desenmascarar al verdadero criminal, al villano último de Chernobyl y causante de toda la tragedia: la mentira. Y como bien lo dice Valery Legasov (estupendo Jared Harris) al inicio de la serie: “el problema de las mentiras es que de tanto decirlas luego ya no podemos reconocer la verdad”.
II
“¿Han sido los Americanos?”
La pregunta es constante en las primeras horas del accidente. Nadie en la antigua Unión Soviética puede creer que el error de algún o algunos camaradas haya causado la explosión del reactor. En el pasmo de la negación, la tragedia silenciosamente se despliega, invisible, frente a sus ojos.
No, no fueron los americanos, fue la incompetencia de algunos encargados, fue la torpeza de otros, pero principalmente fue la mentira institucionalizada del aparato de estado, incapaz de reconocer error alguno, puesto que ello signicaría admitir la supremacía del enemigo.
Mazin hace un retrato aterrador sobre el aparato de estado ruso. Un gobierno que ante la evidencia de una crisis la minimiza para luego paralizarse. Un gobierno que desdeña las evidencias científicas. Un gobierno criminal que siempre tiene otras cifras. Un gobierno más preocupado por mantener una imagen de supremacía antes de atender a la lógica. Un gobierno que pone en puestos claves a personas que un año antes eran zapateros. Un gobierno y un sistema embrutecido de corrupción. Porque la ignorancia habilitada como gobierno, también es corrupción.
El contexto político es el segundo gran aporte de Chernobyl. El accidente se puede entender desde la frialdad de la física, desde el drama de los afectados, desde el desastre ecológico, pero también desde la podredumbre política. Todos estos frentes son cubiertos por la serie, pero el que conecta con más eficacia es el de la descripción de un estado narcisista que no puede prescindir de las mentiras, que ante el error busca culpables antes que soluciones, que prefiere inmolarse antes de reconocer incapacidad y pedir ayuda. Un estado donde “los bebés mueren para salvar a sus madres”.
Este análisis sobre las consecuencias de la mentira institucionalizada desgraciadamente no es mera anécdota. Hoy día, en la época de la llamada posverdad y las fake news, la negación de la realidad y los datos duros tiene consecuencias dramáticas y de absoluto delirio: desde un Trump afirmando que su toma de posesión fue más concurrida que la de Obama (a pesar de que las fotos claramente muestran lo contrario), hasta un AMLO diciendo que no es verdad que la delincuencia vaya en aumento cuando las cifras muestran lo contrario.
Así, Chernobyl y su retrato sobre la posverdad resulta no sólo de pesadilla, sino increíblemente actual y pertinente.
III
“Piense que soy un idiota y explíqueme, ¿cómo funciona un reactor nuclear?”
El diálogo sucede en el segundo episodio de la serie, Please Remain Calm, donde ya se definen quienes serán los protagonistas: el metódico físico nuclear Valery Legasov, el disciplinado burócrata de altos vuelos, Boris Shcherbina (Stellan Skarsgård) y la también física nuclear, la osada Ulana Khomyuk (Emily Watson). El nivel de actuación de todos los involucrados en la serie es de alto nivel y en el caso de estos tres por supuesto no es la excepción. El tono lúgubre, ominoso e inquietante de la serie depende en gran medida al ritmo y atmósfera que contagian estos estupendos actores: la preocupación y frustración de un Legasov que sabe del peligro que corre al señalar los errores del comité central, la encrucijada de Shcherbina que debe lidiar entre la verdad de los hechos y las mentiras de su partido, y la osadía de Khomyuk quien ya no ve más opción que decir la verdad a toda costa, no por un ánimo heróico ni patriótico sino por que es lo que se tiene que hacer o de lo contrario habrá más accidentes y más muerte.
Shcherbina y Khomyuk (siendo esta última un personaje ficticio que representa a todos los científicos nucleares que en su momento ayudaron en la tragedia) se perfilan como las dos caras del cada vez más interesante y conflictuado Legasov: uno es su parte patriótica y de lealtad al partido, y la otra representa la parte científica y de hechos verificables. La disyuntiva de Legasov es la misma de quienes padecemos gobiernos que hacen de la posverdad discurso e ideología.
En una escena, Legasov finalmente sonríe luego de tantos y tantos problemas que poco a poco se van solucionando (aunque no sin el costo terrible de las vidas humanas); Shcherbina lo abraza y casi se burla de él: “¿acaso veo una sonrisa?”. Los opuestos parece que han encontrado un punto en común, pero ello no durará. El estado terminará imponiéndose.
IV
“¿Qué es una máquina que consume mucho combustible, lanza mucho humo, hace mucho ruido y corta una manzana en tres partes? Es una máquina soviética hecha para cortar una manzana en cuatro”
Si hay algo que deja en claro Chernobyl es que al final, todos los errores y estupideces del gobierno (el que sea) los paga la población civil (que no el pueblo bueno). La serie le da rostro (ficticio pero rostro al fin) a todos esos hombres y mujeres cuyos nombres deberían bautizar ciudades, pero que la historia sólo los recuerda como carne de cañón, “robots biológicos”, héroes desnudos a los cuales el estado, si bien les va, les otorga unos cuantos rublos y todo el vodka que quieran.
Queda como muestra de la gran narrativa de la serie y del soberbio manejo de los espacios, aquel plano secuencia de los mencionados “robots biológicos”. Renck, a pesar de venir del mundo del videoclip y la publicidad (dirigió, entre otros, los videos Blackstar y Lazarus, de David Bowie) no se decanta por lances visuales llamativos sino hasta esta toma, donde el plano secuencia es obligado para poner al espectador en la primera fila del sacrificio humano que significó Chernóbyl.
V
“Trabajamos para procurar la felicidad de toda la humanidad”
Espacio aparte merece el capítulo cuatro, The Happiness of All Mankind, que sin duda es el mejor de los cinco (sin que esto demerite a los otros). Así como en casi todo el capítulo uno, aquí de nueva cuenta el guión de Johan Renck se despega de sus protagonistas para mostrarnos aspectos incluso más dolorosos del accidente. La secuencia de la mujer que se niega a dejar su casa resume la terrible paradoja y redimensiona los alcances de la tragedia: esto no es la primera vez que pasa, ya antes vinieron los zares, los nazis, el ejército ruso, siempre hay alguien que te pide moverte e irte. El enemigo ahora es invisible, pero esta guerra no es nueva y parece eterna.
¿La única constante? El pueblo de nuevo, pagando las facturas de las locuras y errores de los gobernantes.
Luego está la subtrama del soldado raso que se vuelve “aniquilador”, aquel grupo militar destinado a enterrar piedras, cortar árboles y, como es el caso, matar animales que estén contaminados para así evitar un contagio mayor.
Cintas de zombies vienen a la mente con el caminar de esos tres soldados en terrenos que ahora perteneces a las mascotas abandonadas en la ciudad y el campo. Su marcha es la marcha de aquellos que a cada paso pierden un poco de humanidad. La ironía es que este ejército de la muerte debe justamente aniquilar la vida para preservar vida. El apunte es cruel e insoportable. La música de fondo sólo acentúa la tristeza y la depresión que provoca ver a estos hombres matar a las mascotas que antes eran portadoras de felicidad y que ahora son potencialmente letales para quien las toque.
En una serie tan amarga como lo es Chernobyl , el capítulo cuatro debe ser una de las cosas más tristes y dolorosas que se han visto por televisión.
VI
Probablemente el misterio más oscuro de Chernobyl es su creador y escritor, Craig Mazin. Y es que su filmografía no empata con la miniserie que hoy termina. Escritor de grandes bodrios como Scary Movie, The Hangover 2 y 3, y Superhero Movie entre otros títulos aún más olvidables, resulta imposible de creer que estemos ante el mismo escritor y creador de Chernobyl. ¿Dónde quedó la teoría del autor?
Me aventuro a lanzar esta teoría al respecto. Lo que hacía el director en aquellas películas es juntar las piezas de todas ellas y reunirlas en un todo masomenos congruente justo para detectar los clichés y burlarse de ellos.
Lo que hace en Chernobyl es ir por las fuentes, y unirlas en una nueva forma de narrar la historia. Esas fuentes son reconocibles y reconocidas por Mazin mismo: el libro Voces de Chernobyl, escrito por Svetlana Aleksiévich, la cinta Ven y Mira, Elem Klimov, y una decena de libros los cuales ha listado en el podcast que sobre la serie el autor ha lanzado para discutir la serie.
Así, Mazin se erige como un armador de rompecabezas cuyas piezas no pertenecen al mismo conjunto, pero que al unirlas, crea otro ente, bello y horroroso a la vez.