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En First Man (Estados Unidos, 2018), el director Damien Chazelle narra la llegada del hombre a la luna pero despojándose del heroísmo ramplón y de los clásicos clichés visuales para mejor mostrar la faz menos luminosa de uno de los momentos más brillantes de la historia de la humanidad.
First Man
desnuda a la NASA y a la ciencia misma de todo este halo heroico-místico que el cine de Hollywood ha construído alrededor de la hazaña espacial y lo pone en una perspectiva sumamente pesimista: el camino hacia la Luna se pavimentó de errores mortales, naves que explotan en vuelos de práctica, que se incendian en pleno despegue por la falla de una pequeña pieza y múltiples accidentes que fueron dejando decenas de muertes a cada paso. “Son un puñado de niños jugando” le grita Janet (magnífica Claire Foy) a su marido, un Neil Armstrong (Ryan Gosling) quien asume su misión con absoluta parquedad y emoción reprimida.
En dirección diametralmente opuesta, este fin de semana llega a salas comerciales (justo a tiempo para conmemorar los cincuenta años de la llegada del hombre a la luna) el documental Apollo 11 (Estados Unidos, 2019) dirigido por Todd Douglas Miller.
Aclamado en el Festival de Sundance y ganador de un premio especial del jurado, el documental de apenas hora y media duración es una recopilación de imágenes de archivo de la NASA (muchas de ellas inéditas) armadas para hacer la crónica de los seis días que le tomó a la humanidad llegar de la tierra a la luna y de regreso.
Usando como voz en off los audios de comunicación entre la torre de control y los astronautas , el documental inicia con las imágenes de los cientos de multitudes que se dieron cita en Cabo Cañaveral la mañana del miércoles 16 de julio de 1969. Se vivía un ambiente de fiesta similar al de un festival de música, con puestos de comida, gorros de playa, gafas oscuras, y una multitud de gente con cámaras y una sonrisa de oreja a oreja: estaban en la primera fila de un evento histórico.
Y ahí van, Buzz Aldrin , Michael Collin y Neil Armstrong, a punto de ser amarrados a ese cohete gigante que los llevará a la luna. Desde la central de mando, cientos de científicos y técnicos revisan cada uno de los sistemas usando la última tecnología: pantallas verdes, computadoras llenas de botones con lucecitas y máquinas de escribir mecánicas.
Luego de dos horas, el despegue, estruendoso, magnífico, explosivo, a todas luces genial. Desde el mando central las computadoras reportan el ritmo cardíaco de los astronautas . Armstrong va al límite permitido con 100 latidos por minuto, en cambio el buen Buzz Aldrin, uno de los tipos más relajados y sonrientes del planeta, estaba a 80 latidos por minuto. Un viaje a la luna no inmutaba al siempre cool Buzz.
Así, con una estructura absolutamente didáctica, el documental hace un seguimiento cercano pero al final tan frío como las matemáticas, de aquella hazaña de la humanidad . Dos vueltas a la tierra y de ahí derecho hacia la luna. Dos vueltas más y aterrizar. El infame presidente Nixon les llama desde la oficina oval a los valerosos astronautas. “Sus acciones nos inspiran para redoblar esfuerzos y buscar la paz y la tranquilidad del mundo” dice un Nixon que seguía sin detener la guerra de Vietnam y que remataba con “por un precioso momento en la historia de la humanidad, todas las personas de la tierra nos volvimos uno”, línea que, aunque conmovedora, es falsa toda vez que allá abajo no todo era festejo, también había protestas de la comunidad negra en reclamo por los millones gastados en poner al hombre (blanco) en la Luna.
Incluso el documental no puede escapar a la frágil realidad de la ciencia espacial: justo antes del despegue se reporta que una válvula no está bien acoplada, que le falta un tornillo. Es el tipo de cosas que en pruebas previas causaron muchas muertes y que en aquella mañana habrían mandado, por televisión, el mensaje opuesto al de la superioridad norteamericana. Un tornillo es la diferencia entre la gloria y la ignominia.
El gran valor de este documental es justo sus imágenes inéditas , ser testigos a destiempo de la alegría de los astronautas al llegar a la Luna, del nerviosismo del despegue, del emotivo alunizaje , de la despedida en español a la Luna (“adiós amigos”), del regreso triunfal aunque bizarro: aquella caja metálica en la que permanecieron los astronautas en cuarentena, aislados de todo mundo, por si acaso traían consigo algún organismo peligroso. Nunca está de más.
Es el lado brillante de una osadía total. Empero, yo me sigo quedando con el lado B, la historia no tan conocida, el lado oscuro de esta luminosa historia.