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Como todos los genios, el destino tocó a su puerta siendo apenas un niño. Desde que estaba en la primaria encontró en el lápiz la manera de expresarse, de vivir, convivir, enfrentar y confrontar al mundo. A los 10 años ganó un premio en la revista Paquín, una de las publicaciones que conformaron nuestra educación sentimental durante la época de oro de la historieta mexicana, al dibujar una cara de Flash Gordon; tenía 13 y El Diario de Xalapa puso en sus páginas unas calaveras dibujadas por él. El joven Helio, a los 17, comenzó a publicar, de manera formal, en esa misma publicación de la capital veracruzana.
Introvertido, discreto, Helio nunca ha sido de los que se vanaglorian de tener récords de publicaciones, despidos o premios; jamás ha militado en partido alguno, tampoco se ha puesto camiseta de héroe y, sin embargo, no hay duda alguna: es el más grande caricaturista vivo de este país y, como señaló Rius en su libro Mis confusiones: “Helioflores puede estar en una lista de los diez mejores cartonistas editoriales ¡del mundo!”
Qué es lo que me hace afirmar eso: su calidad estética, su convicción de ser caricaturista, antes que nada, un humorista gráfico cuya obra no es sólo una bonita ilustración o una crítica feroz, sino que tiene intencionalidad. “Cuando aparece una imagen grotesca con una misión no sólo descriptiva sino directamente paródica estamos en presencia de lo que llamamos caricatura. Mientras el dibujo puede presentar esas distorsiones o reducciones de manera involuntaria, mecánica o por el mero afán de identificación, la caricatura es la imagen que busca inequívocamente el efecto jocoso”, escribe Manuel Álvarez Junco en su libro El diseño de lo incorrecto. La configuración del humor gráfico, uno de los pocos teóricos de la caricatura que, además, es un excelente humorista gráfico.
La cruda y terrible sátira de Helioflores tiene un propósito: exhibir la degradación moral de los personajes, su deformación de la realidad y la imitación burlesca de las formas y maneras de sus personajes. Más aún, con su trabajo, muestra la complejidad del mundo, a la vez que genera, y exige, la necesidad de reflexionar sobre esa realidad plasmada en líneas.
Helioflores, al contrario de otros grandes artistas como José Clemente Orozco o Alfredo Zalce, por mencionar a dos grandes estrellas de la plástica mexicana, jamás se ocultó o mostró vergüenza de ser caricaturista. Al contrario, se siente orgulloso de esa elección: “A mí nunca me ha llamado la atención hacer ‘dibujos artísticos’ o para una exposición, para una galería o algo así. Los caricaturistas tenemos la audiencia más grande en un periódico. Si montaras una exposición durante tres o cuatro meses ¿cuánta gente la verían? ¿Veinte mil? O Si la vieran cincuenta mil a lo mejor ya sería un exitazo. En cambio, el periódico lo ven 200 0 300 mil personas todos los días”, dijo a Gerardo Lammers hace unas semanas.
Pero no basta la crítica punzante para estar en la cima del humor gráfico. Helioflores es un enorme artista; si alguna vez los críticos de las artes plásticas voltearan su mirara hacia el humor gráfico, se encontrarían a un artista de vanguardia, capaz de construir atmósferas que conjugan la reconstrucción plástica de antaño, con la modernidad del siglo XXI; el puntillismo del impresionismo, con la fortaleza del realismo más duro, pero capaz de reconstruir imágenes a partir de pliegues que evocan el sentido renacentista del arte. El achurado que gesta líneas paralelas plagadas de tonos sombreados, a la par que pliegues que evocan las geniales esculturas de Miguel Ángel.
Sus líneas nunca han mantenido un sentido como tal, sino que han reconstruido delicadamente pliegues, vuelcos, círculos, redondeces, iluminadas con efectos difícilmente explicables, sobre todo, en esas imágenes en blanco y negro, la mayoría, que ha dibujado a los largo de más de 60 años.
No es extraño pues que este miércoles 13 de diciembre le entreguen un significativo reconocimiento que lleva el nombre de Gabriel Vargas, otro gigante del humor gráfico, sobre todo cuando se suele evocar, únicamente, a quienes se han ido de este mundo. Qué bueno poder aplaudir al gran maestro en este día. (Ojalá que tenga alguna identidad tal reconocimiento y no el simple dibujo en cartulina que le dieron a Rius el año pasado)
Y aunque Helioflores ya está por encima de todos los premios que se otorguen en cualquier lugar de este planeta, pues su obra ya puede considerarse patrimonio universal de la humanidad, no está por demás reconocer a este hombre, a este gran artista que con su obra ha trazado la tragicomedia mexicana y celebremos, así, el trabajo estético de quien ya está a la altura no sólo de los mejores caricaturistas de este país, sino también, de los grandes artistas universales.
Historiador de la caricatura