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La globalización ha traído beneficios y perjuicios a la humanidad. Yo pondría en la columna del “haber” a la democratización del conocimiento -gestada por la revolución de las tecnologías de la información- y en la del “debe” a la subasta fiscal en reversa -provocada por el gigantismo de las multinacionales y la volatilidad del capital- así como a la economía especulativa. Sin embargo, no me queda claro si los cambios en el ámbito de la identidad son positivos o negativos. ¿Es bueno o malo el nomadismo, el frecuente cambio de preferencias, la dilución de las ideologías tradicionales? Y en el plano colectivo, que es del que quiero hablar ahora, ¿debemos dar la bienvenida al multiculturalismo radical y al separatismo, o a la integración intercultural y regional? Francamente, me inclino por lo segundo.
El movimiento independentista catalán es un buen ejemplo de este dilema. Nadie en su sano juicio puede cuestionar el derecho de una comunidad a conservar y desarrollar su cultura, a hablar y escribir su lengua, a elegir a sus representantes, pero ¿eso implica independizarse de un Estado pluriétnico? ¿Qué podría hacer una Cataluña independiente que no pueda hacer ahora? ¿Son esas prerrogativas de la soberanía superiores al costo de salirse de España y de la Unión Europea? ¿Dónde han de terminar los legítimos sentimientos nacionalistas y dónde han de empezar las consideraciones racionales sobre el bienestar de un pueblo? Aunque los errores del gobierno español han hecho engrosar las filas del independentismo, todo indica que la mayoría de los catalanes no está de acuerdo con él. ¿Es válido que se imponga la voluntad de una minoría activa sobre una mayoría pasiva, o incluso la de una parte sobre el todo legalmente existente?
Pero hay preguntas previas y por tanto más pertinentes. Por ejemplo, ¿qué es una nación? Aunque hay tantas respuestas como teóricos del fenómeno nacionalista, empezando por el clásico “plebiscito cotidiano” de Ernest Renan, a juicio mío la mejor la da Benedict Anderson: es un conjunto de personas que asume compartir una nacionalidad entre sí. Tan simple y tan complejo como eso, una suma de subjetividades que da como resultado algo parecido a una objetividad. ¿Y qué hace a un ser humano sentirse parte de una nación? Muchos y muy diversos factores; a Anderson le parece que el idioma es el más significativo, pero hay que incluir todo aquello que contribuya a forjar la comunidad imaginaria (imaginada) que es la nación. Por cierto, la mezcla racial y/o cultural también puede ser fuente de cohesión identitaria, y los crisoles suelen ser útiles para superar el prejuicio y la discriminación. Tengo para mí que la visión multiculturalista extrema que reivindica la autosegregación como antídoto contra el avasallamiento de una cultura dominante es peligrosa en tanto alienta la pureza étnica.
Yo considero que la existencia de las naciones es una manifestación de una pulsión humana de distinción que no se atenúa sino que se agudiza en la globalidad. Pero no me parece que la tendencia a la fragmentación de los países apunte hacia un mundo más pacífico y menos desigual, no en un entorno chovinista -que no nacionalista- y hostil al multilateralismo como el que Donald Trump preconiza, con empresas tan grandes y poderosas que pueden subyugar a los gobiernos pequeños. Ahora bien, en estos tiempos es mejor ser historiador del futuro que profeta del pasado. Uno se da cuenta de que tiene que tirar los paradigmas ortodoxos a la basura cuando ve a China defender el libre comercio y su consecuente aldea global contra la propuesta del actual gobierno de Estados Unidos -que parece querer erigirse en un contradictorio imperio aislacionista- de consolidar un globo aldeano.
Las identidades fluyen, se estrellan contra las rocas del atavismo y la involución y se atomizan en el aire. Quizá esta modernidad no sea líquida como quería Zygmunt Bauman sino gaseosa, inasible, inatrapable. Las élites de hoy se creen visionarias pero avanzan a ciegas, sin saber lo que hay más allá de sus narices. La globalización abrió la caja de Pandora y no se sabe cómo cerrarla o cómo encauzar sus efectos hacia algo mejor. Nadie ha presentado un nuevo proyecto civilizatorio. Y si la inercia se mantiene lo único que puede vislumbrarse es una economía mundial de trickle down, una suerte de Globo Guardián que invoca al darwinismo planetario.
@abasave