Horas antes de morir, a sus 99 años, Kathryn Skidmore entonaba: Qué será será…whatever will be will be…the future’s not ours to see…qué será será… Me lo contaba el miércoles pasado su hija Vivian durante el velorio de la autora de A la sombra del ángel. Mientras tanto, muy lejos, moría Rutger Hauer, actor holandés que interpretó al replicante Roy Batty en Blade Runner y cuyas últimas palabras se inmortalizaron en una de las escenas más bellas en la historia del cine: Todos esos momentos se perderán…en el tiempo…como lágrimas… en la lluvia… Es tiempo de morir.
Igual que aquella canción popularizada por Doris Day, las palabras del personaje en la cinta de Ridley Scott hablan del tiempo. Parecen decirnos que, la única manera de vencerlo, para que los recuerdos no se pierdan, como lágrimas en la lluvia, es el ejercicio de la memoria.
En ese sentido, es gracias al trabajo de Isaac Rojas Rosillo, Fabienne Bradu, Luis Mario Schneider, Tayde Acosta Gamas y desde luego Kathryn Skidmore que muchos lectores pueden encontrarse, una y otra vez, con Antonieta Rivas Mercado. Pero, además, A la sombra del ángel le cambió la vida a su autora, a su esposo Donald Blair Rivas Mercado y a muchos más. Como Ana Kuri, que luego de leer la novela decidió junto con Martha Gargollo constituir la Fundación Rivas Mercado AC para difundir la obra de Antonieta y de su padre. El impacto de la lectura del libro también llevó a varios jóvenes de la colonia Guerrero a buscar a la autora para mostrarle el estado de deterioro de aquella casa en Héroes 45, obra del arquitecto Antonio Rivas M. donde vivió la familia y se diseñó el Ángel de la Independencia. Skidmore buscó, a su vez, a Ana Lilia Cepeda, presidenta de la Fundación Conmemoraciones 2010, quien se empeñó en la restauración de la casa hasta abrirla al público en 2017.
De padres estadounidenses, Skidmore nació en Cuba el 19 de febrero de 1920, pero se mudó a México desde los tres años. Se casó con Blair en 1960 y formaron familia con los hijos de sus respectivos primeros matrimonios. Vivian, Monte y Marian de Donald; y Read, de Kathryn. Entonces ignoraba ella que Antonieta, la madre de su esposo, se había suicidado en la catedral de Notre Dame a los 30 años y que su único hijo, de 11, se quedó esperándola en Burdeos. Al saberlo, en 1963, decidió investigar quién era aquella mujer de quien ni Donald ni su familia hablaban. Y descubrió a una precursora de la cultura moderna mexicana, que luchó por el arte, por los derechos de la mujer y el voto femenino, que impulsó al grupo Contemporáneos, que patrocinó la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, del Teatro Ulises y la campaña vasconcelista… que escribía con talento y amaba con pasión. Luego de dos décadas de investigación, Kathryn tiene 75 años cuando publica su novela en 1995, vende más de 175 mil ejemplares y no sólo presenta a su personaje con miles de lectores nuevos, sino que hace posible que Donald reconozca a su madre y se reconcilie con ella. Le muestra una mujer valiente que “corría siempre detrás de sus sueños”, que aspira a “alcanzar la integración, la fórmula nueva de la mujer de América Latina del mañana, que además de un corazón y una sensibilidad tiene un cerebro”. Una autora que crea “para lanzarme al infinito”.
Cuando apareció la edición definitiva de A la sombra del Ángel en 2010, con un epílogo en el que Donald por fin cuenta su propia historia, los vimos en Bellas Artes durante la presentación y ambos a sus 90 años sonreían con plenitud. Ella, como quien ha cumplido una misión; él, como el niño que recuperó a su madre.
¿Qué ha cambiado en México en los últimos 100 años?, se preguntó Kathryn esa noche. “Que la mujer mexicana se ha quitado la máscara de mártir”, dijo en voz alta. Quizá por eso cantaba antes de morir. Y porque sabe, como Rudget Hauer, que ya forma parte de la memoria colectiva y que es posible morir con belleza, cerrar con broche de oro.