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Texto: Xochiketzalli Rosas
Fotos: Salvador Cisneros
Realización: Gabriel Pichardo
Chilpancingo, Guerrero
Yolanda Matías construye primero en su mente el verso del poema que va a crear, mira al vacío de la oscuridad que la acompaña desde hace siete años, cuando perdió la vista, y después lo pronuncia en náhuatl. De inmediato, su hijo Lenin lo escribe en una libreta a cuadros. Luego vienen más estrofas, en esa lengua que canta por sí sola. La guerrerense de 50 años mueve sus manos y su cuerpo con cada rima que va creando; lo mismo cuando la repite en español. Siempre vive sus creaciones dos veces.
La entrega a la poesía en lengua náhuatl es la que la ha llevado a dar recitales en Venezuela; Génova, Italia, en el Festival Mundial de la Poesía; en Nicaragua, con los Escritores de Lenguas Indígenas, cuando consiguió que por una de las convocatorias del Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC) y por su afiliación a la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas (Eliac), publicara su primer libro de poesía náhuatl, Tonalxochimej (Flores del Sol), una recopilación de 45 de sus textos con su traducción al español.
Pero Yolanda antes de ser poeta y de dedicarse a la difusión cultural, hizo carrera como profesora de primaria. Por muchos años impartió clases bilingües en los pueblos originarios de Guerrero.
Copalillo fue la principal comunidad donde trabajó y afianzó su aprendizaje, porque como docente su labor principal era enseñar a los niños a escribir y leer las dos lenguas.
Ella, a través de esa actividad, tuvo la oportunidad de revertir lo que había sucedido con su aprendizaje. La primera lengua de Yolanda fue el español, puesto que aunque en su natal Atliaca, en Tixtla, Guerrero, se habla primordialmente náhuatl —ahora menos—, su educación la recibió en español; sin embargo, su padre, desde que era pequeña, y otros pobladores de la comunidad le enseñaron el idioma para que conociera sus orígenes.
“Destacan por la densidad de población nahua los municipios de Copanatoyac, Cualac, Mártir de Cuilapan, Olinalá, Copalillo, Chilapa de Álvarez, Tepecoacuilco, Tlapa de Comonfort, Zitlala y Atlixtac, la mayoría en la región montañosa”.
Yolanda continuó la difusión de la lengua de sus padres y que ella le enseñó a su hijo, en Chilpancingo, ciudad a la que se mudó en 2005, cuando inició sus estudios de maestría. Ahí, a la par, comenzó la aventura de “El náhuatl en la cultura”, un programa en Radio Universidad que era bilingüe. Tras varias sesiones de leyendas, cuentos, poesías y música, los radioescuchas empezaron a pedir talleres en ese idioma y ella los impartió. Ahí retomó la escritura de poesía y cuentos en esa lengua.
Creó sus primeras rimas cuando era niña. Todos sus poemas, alrededor de 60 o 70, estaban escritos en español y se los dedicaba a la naturaleza, al sol, al día, la noche y al campo. Llenó una libreta que atesoró por años y aunque la extravió en un viaje, después colmó otras más, pero ahora con poesía escrita en las dos lenguas: español y náhuatl, sobre todo luego de los talleres que tomó y de que leyó los poemas de Mario Benedetti, Pablo Neruda, Rubén Darío, Sor Juana y Nezahualcóyotl.
“La poesía me salvó”, dice Yolanda luego de que habla de esos autores y, con cadencia, comienza a recitar los versos de Juan de Dios Peza. La poesía no sólo era su música preferida desde que era niña, sino que ahí encontró la forma de retomar su vida, luego de que por una negligencia médica en una cirugía, cuando tenía 42 años, perdió la vista.
“Cuando un día amanecí en la oscuridad, lo primero que pensé fue en morirme. Dejé el programa de radio y los talleres. Me sentí muy mal y entré en depresión”, relata en el comedor de su hogar en Chilpancingo. Sus amigos siempre la impulsaron para que retomara sus actividades: los festivales con recitales en náhuatl, donde ella participaba declamando. Así la luz resplandeció en su oscuridad. Se aprendió de memoria sus poemas y comenzó a dar recitales. De pronto, no sólo estaba en los pueblos originarios de Guerrero declamando para que los nahuas conocieran cómo se escucha su lengua a través de la poesía, sino también en diferentes ciudades del mundo.
La inventiva
Vive en una modesta casa en la calle Diamante, en Chilpancingo. Luego de que una ligera lluvia ha calmado el calor, dice que salgamos al patio para continuar la charla entre los árboles de noni, mango y aguacate. Mientras habla de su proceso creativo en dos lenguas, le pide a Lenin que le acerque el disco que tiene sus primeros siete poemas musicalizados con guitarra. “Palabra florida para tu corazón” vio la luz un poco antes de que a ella se le apagara la vista.
“A veces escribo en español y traduzco al náhuatl, o al revés, la traducción nunca es literal. En náhuatl los artículos no existen y hay mucha metáfora. Lo que ha cambiado es que con Lenin voy construyendo el poema en las dos lenguas al mismo tiempo”.
Su hijo se ha convertido en su inseparable, no sólo porque la ayuda a escribir o a moverse, también porque la acompaña con la guitarra mientras ella recita sus poemas en las reuniones.
“Además de la difusión de la lengua náhuatl, tengo el objetivo de que a la gente que le han metido en la cabeza, los maestros o funcionarios, que su lengua no sirve para nada, sientan cómo nosotros los nahuas estamos vivos a través de la poesía y la música”.
Una tertulia
Todo inicia con las notas musicales de una guitarra. Después, Yolanda, engalanada con un vestido negro con bordados de flores naranjas, fucsias, azules y púrpura, eleva su aguda y dulce voz con “Toma mi corazón”, primero en náhuatl, luego en español. Lenin esta vez prepara la merienda —tacos dorados— y es el profesor Gustavo, director de la Universidad Pedagógica Nacional campus Chilpancingo, quien dirige la música.
El mezcal corre al ritmo de los cuentos nahuas que leen dos escritoras amigas de Yolanda, mientras que Balam y su hijo Isaac, dos músicos, interpretan chilenas guerrerenses. En las tertulias participan todos.
Luego de un taller de poesía en lenguas indígenas que les impartió un poeta de la Eliac, en diciembre de 2016, Yolanda con otros colegas conformaron el grupo cultural de Escritores en Lenguas Originarias del Estado de Guerrero. Empezaron con recitales poéticos musicales en lenguas originarias en los pueblos de Guerrero donde todavía se habla náhuatl, mixteco, amuzgo y tlapaneco; después, además de los eventos culturales, cada escritor comenzó a publicar cuentos, narraciones y poesía en su lengua en antologías y revistas locales.
Para febrero de 2017 coordinaron el “Encuentro de poetas, cantantes y narradores” en el auditorio Sentimientos de la Nación, en el Palacio de Cultura en Chilpancingo, al que también asistieron poetas y artistas del Estado de México, Guanajuato, Hidalgo y Oaxaca, con las lenguas náhuatl y otomí.
“Mi lengua es lo que me hace ser lo que soy y es lo que me distingue. Podría decir que sé náhuatl desde que estaba en el vientre de mi madre; ella me hablaba desde que estaba embarazada. Estamos buscando cómo enseñar a las nuevas generaciones la lengua; hacer a la gente que no se avergüence de su cultura”, dice en entrevista Enrique Huaxcuautli, un poeta originario de Zitlala (en náhuatl “lugar de las estrellas”).
Este grupo tiene la intención de difundir y preservar las lenguas originales a través de la poesía, el canto, la música y las artesanías guerrerenses hechas por quienes hablan esas lenguas; sin embargo, no reciben ningún tipo de apoyo gubernamental.
“Lo que necesitamos son recursos para la edición de libros en esta lengua. Sí escribimos, pero no hay quién lo edite. Todo es de manera independiente. Lo veo necesario porque hay pueblos donde se habla netamente esta lengua. Qué lindo es eso, entenderse entre adultos y niños en este idioma en el momento de una comida y de un bordado; en la forma como nombran los colores”, asegura Simón Cotijo, escritor de Zitlala.
Todos los escritores y poetas coinciden en que a través de la difusión cultural y su obra en lengua náhuatl quieren mantener viva la lengua que muchos de ellos tuvieron que aprender siendo adultos, porque siendo niños se las arrebataron, quieren que las nuevas generaciones no la pierdan.