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Texto y fotografías: Magalli Delgadillo
Diseño web: Miguel ángel Garnica
El sitio aún estaba vacío. Casi todas las personas llegan a la una de la tarde, cuando la sopa caliente borbotea en la cazuela, los guisos sueltan los últimos hervores que indican el fin de su preparación y las manos de Isela y Olga voltean las tortillas en el comal.
Fue un día nublado en Cuajimalpa. Eran las 10:30 de la mañana y el zaguán abierto de una casa dejaba ver un patio pequeño y una mesa vacía cubierta con un mantel. Ese no es un domicilio particular, sino sede de una asociación llamada Tamborcito, la cual ayuda a personas de la tercera edad y ofrecen comida por las mañanas y tardes.
En la calle Coahuila de esa delegación se ubica uno de los 335 comedores públicos de la Ciudad de México, de acuerdo con la lista publicada por Sedesol. Surgieron en 2009 “como una respuesta gubernamental local ante la crisis económica que inició a finales de 2008”, según la gaceta oficial.
Sin embargo, las personas de mayor experiencia que fueron entrevistadas para El Universal Ilustrado en 1932, cuentan que este tipo de lugares (al aire libre), iniciaron en 1857, en un callejón por la calle 5 de Mayo. Después se expandieron a otros lugares populares como La Merced, San Juan, Tepito y San Lucas.
A quienes asistían ahí les llamaban “los agachados”, pues en estos lugares no había bancos ni sillas y los comensales debían tomar su respectiva cazuela y almorzar en cuclillas, agachados. En esos lugares, la manera de atraer no sólo era con el aroma, sino anunciado el menú, como se menciona en una nota de EL UNIVERSAL ILUSTRADO (1932).
—Tortas con arroz.
—Aquí hay chilacayotes. Pasen, jefecitos, son muy baratos.
Además, menciona que “el desfile pomposo de cazuelas titánicas” eran “dignas de Hércules”. Esos grandes recipientes de barro contenían “carne de puerco; tacos de nenepil (contiene casi todo lo que está en la cabeza de la res, menos sesos); chicharrones enroscados; hierbas aromáticas; longaniza coruscante roja y negra (…)”.
El menú estaba compuesto, por lo menos, de tres guisos. Por ejemplo, quien pasara por ahí podía degustar tacos de cabeza de res, huevos tibios y mole de guajolote. Todo eso por 50 centavos.
Estos “comedores callejeros” bajo modestas carpas ya no existen en esta urbe, no al menos de esa forma. Ahora se ubican en las actuales zonas populares en sencillos locales; además, son parte de un programa de gobierno para “fortalecer, consolidar y ampliar los procesos de organización, participación y construcción de ciudadanía en el ejercicio de garantizar el derecho a la alimentación con alternativas alimentarias, sanas, equilibradas y accesibles”, según la página oficial de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol).
De acuerdo con la percepción de quienes atienden estos lugares, la concurrencia ha incrementado (en el tiempo que han laborado en sus respectivos comedores) debido a la situación económica de nuestro país. La canasta básica incrementó considerablemente de 2016 a la actualidad: “Verduras, abarrotes y frutas aumentaron sus precios en promedio 23.74 % con respecto al mismo periodo del año anterior”, según la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo en Pequeño de la Ciudad de México (Canacope Servytur).
Avanzados algunos minutos después de las 12 del día, llega una mujer joven con sus dos hijas y una cocinera amablemente pregunta: “Buenos días. ¿Vas a querer agua, café o té?”. La comensal responde: “Dos tés y un café, por favor”. Pronto las bebidas calientes habían sido llevadas en charolas de plástico.
¡Comer por 10 pesos!
Cuando las personas llegan a este lugar, escriben su nombre y edad en una lista cuadriculada para contribuir al registro y sondeo del gobierno de la Ciudad de México; pagan 10 pesos y esperan primero la sopa, tortillas, el guisado, más tortillas, agua y el postre (por lo regular es una galleta con mermelada de alguna fruta).
A diferencia de otros lugares, en este comedor público se abre desde temprano y cierra más tarde que los convencionales, pues también funciona como una asociación civil llamada El Tamborcito, donde las personas de la tercera edad acuden a talleres y actividades recreativas.
Todo está listo en la cocina del comedor público en la calle Coahuila, en Cuajimalpa. Isela y Olga sirven el caldo de frijoles humeante en los tazones que se van llenando uno a uno con un cucharón. Isela y sus compañeras anuncian que pronto servirán la comida en la mesa: caldo de frijoles y enseguida atún a la vizcaína.
Rubén, un voluntario alto, carga las charolas con la comida caliente y las lleva a la mesa. Las mujeres sentadas dejan a un lado sus bolsas reciben su porción, toman su cuchara y la sumergen hasta el fondo para “copetearla” bien y darle una buena probada.
¿Cómo llega la comida a estos lugares? Cada 14 días, la Dirección General de Administración otorga alimentos no perecederos como aceite, latas de atún, semillas, entre otros productos.
En este lugar, la comida es suficiente para 100 personas: todos los días preparan ocho kilos de frijol, ocho de arroz y 12 o 14 paquetes de sopa y las actividades comienzan desde temprano, cuando las tres voluntarias (remuneradas) y los de buena voluntad (a veces, les dan una despensa) comienzan a preparar el arroz y guisos. De acuerdo con la Gaceta en la CDMX, el apoyo económico a cada uno de los integrantes que participen es 110 pesos diarios.
La situación es similar en el comedor cercano al metro Salto del Agua, en la calle Puente Peredo, donde casi siempre las mesas están llenas y las filas son largas. Por lo regular, más de 10 personas (la mayoría personas de la tercera edad) esperan su turno para degustar un menú aún no conocido, pero que adivinan por el aroma.
Daniel Zaragoza tiene ocho años laborando en este comedor. Diario realiza las compras y con la despensa catorcenal arman el menú; además, Daniel va comprar a La Merced: “Lo que veo más barato, es lo que compro. Me levanto a las siete de la mañana y a esa misma hora una señora, de las siete personas voluntarias, ya está preparando el arroz. Regreso a las 10 y comenzamos a cocinar lo demás. Con lo que recaudamos del costo de cada comida, compramos el complemento como carne. Tenemos un presupuesto de 200 pesos para cada día”.
Cada uno de estas sedes culinarias debe de contar con un responsable para administrar los “accesorios en comodato (préstamo) para rendir cuentas ante la comunidad usuaria”, de acuerdo con la Gaceta Oficial.
La hermana de Daniel promovió que se instalara ese comedor, decorado con las donaciones de quienes frecuentan el lugar. A través de la Sedesol, se le otorgó la respuesta a su petición y desde entonces, reciben a 250 personas que esperan desde las once de la mañana, sabiendo que hasta la una de la tarde abren al público para dar el servicio.
—¿Qué es lo que más te gusta?
—Me gusta cocinar, y hacerlo para colectividades tiene su lado padre. Lo haces en un momento en el día y después, puedes salir. Me agrada cocinar y tener tiempo libre.
Mientras tanto, dentro de los comedores, las personas “se dan por bien servidas”, pues el costo es accesible y, la mayoría, no pueden pagar más por saciar el hambre diaria.
Cuando el turno para sentarse llega, la persona tiene que buscar la silla desocupada, pasar rápidamente entre las mesas y esperan a que una mujer de rostro y carácter amable extienda su mano para ofrecer un plato de sopa de fideo con espinaca. Está lo suficientemente caliente para disfrutar. Dos, tres, cinco, diez… No hay un número de cucharadas para terminar la pasta, pero algunos en un dos por tres la devoran.
Un hombre de cabello blanco está sentado al final de la mesa y disfruta de su sopa. Con rapidez la termina y sigue con el plato fuerte, al cual él cree que le hace falta carne. Y comenta: “Esto es para espantar el hambre. Hay otro lugar que por 30 pesos la comida está bien y te llenas. Te dan un poco más que aquí”, dice. El plato que le ponen enfrente contiene un poco de arroz, frijoles, ensalada y algunos trozos de carne que se pierden entre una ración más abundante de verdura. Come rápidamente.
A pesar de que el comensal desearía más carne, reconoce que “la herramienta ya no funciona bien”. Se conforma con su plato del día y toma sorbos de agua entre bocado y bocado. Quizá se imagina que come una gran pierna de pavo, mientras tritura las hojas de lechuga y mastica una aceituna, pero en realidad se trata de un chícharo.
Fuentes:
Entrevista con Daniel Zaragoza y Enrique García, encargados de comedores públicos. Gaceta Oficial de la Ciudad de México.EL UNIVERSAL ILUSTRADO. Archivo EL UNIVERSAL.