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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Fotografía actual: José Antonio Sandoval Escámez
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica.
En épocas anteriores a la nuestra, era inimaginable que pudiéramos conocer lugares y lo que estaba sucediendo de forma instantánea: las familias que vivían a kilómetros de distancia tardaban días o meses en saber las novedades y los periódicos, por más eficientes que fueran, podían llegar a retrasarse un par de días en dar la información más actualizada.
Las noticias solían ir acompañadas de ilustraciones, grabados o caricaturas que describían al lector sobre lo que leía, pero a finales del siglo XIX y principios del XX, la fotografía fue posicionándose en la vida de la capital, saliendo poco a poco de la privacidad de los estudios fotográficos a las calles, con lo que aseguró su inmersión en las páginas de los medios impresos y así, sin fecha exacta, nació el fotoperiodismo.
Daniel Escorza y Samuel Villela, investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, nos permitieron descubrir los orígenes del fotoperiodismo y la importancia que tuvo su aparición para la historia nacional.
Si bien ya existían fotógrafos que se dedicaban a retratar paisajes, personajes o tradiciones que se imprimían en alguna postal como souvenir de viaje, la investigación de Escorza ahonda en cómo la fotografía pasó de ser una práctica que se ejercía para el disfrute personal a una “imagen masificada” en la que los fotógrafos capturaban momentos de la vida citadina, libre de poses, que iban desde actos oficiales del gobierno, actos conmemorativos -como el Centenario de la Independencia-, festividades al aire libre o eventos deportivos.
“De tal suerte que para los inicios de la Revolución Mexicana había un equipo muy sólido de fotorreporteros que realizarían el registro de los eventos revolucionarios, no sólo en la ciudad de México, sino en las distintas regiones del país (...) Los primeros fotógrafos del periodismo provenían de las clases medias: empleados, muchos de ellos habían salido de sus ciudades o pueblos natales en los estados de la República (Gerónimo Hernández, Ezequiel Álvarez Tostado, Manuel Ramos, Ezequiel Carrasco, Antonio Garduño), otros eran originarios de la ciudad de México (Agustín y Miguel Casasola). Algunos comenzaron a acercarse al oficio de la fotografía como ayudantes de otros fotógrafos, o como empleados menores en las compañías editoriales que elaboraban periódicos y revistas ilustradas”, escribió Escorza.
Rápidamente, los fotoperiodistas se agruparon para realizar exposiciones y eventos de recaudación de fondos; no se podría afirmar con certeza que todos los miembros de la asociación eran amigos; sin embargo, eran personas que se veían o retrataban constantemente, ya que en el ángulo donde uno de ellos lanzaba el “tiro” podría estar otro de sus compañeros capturando la misma escena, pero desde otro enfoque.
Para 1910 ya era bastante común ver no sólo gente con cámaras fotográficas -y dependiendo del tipo de cámara algunos iban con tripié- al hombro, sino también cineastas que viajaban por el país para cubrir eventos, principalmente políticos y para 1911 se fundó la Asociación de Fotógrafos de Prensa (1911).
De acuerdo con el investigador, las fotografías de aquella época constatan que estos personajes iban vestidos “de forma pulcra, invariablemente con traje, corbata y bombín, o sombrero de fieltro, debían cargar sus cámaras y sus implementos, que consistían las más de las veces en una especie de maletín que contenía los negativos de cristal —ya que apenas se comenzaba a usar el negativo de nitrato— (...). En no pocas ocasiones precisaban de un ayudante, que a su vez iba aprendiendo los secretos de la fotografía de prensa”.
Un grupo de fotoperiodistas posando para la cámara. Archivo Fotográfico Manuel Ramos.
Tras el estallido de la Revolución, los fotógrafos no se inmutaron ante las escenas de muerte o destrucción, al contrario, registraban sin parar todo lo que sucedía a lo largo del país y sus imágenes permitían que una parte de la población se pudiera enterar de qué estaba pasando, cuando negativos o copias de las fotografías impresas viajaban por todo el país y quedaban plasmadas en las páginas de diarios o semanarios.
El 7 de junio de 1911, la gente salió a las calles a celebrar la llegada de Francisco I. Madero a la Ciudad de México, suceso que marcaba el inicio de una nueva etapa en la historia del país. La fotografía, captada por Manuel Ramos, muestra a un grupo de personas festejando en un tranvía a un costado del Zócalo capitalino. Archivo Fotográfico Manuel Ramos.
Otro evento que tuvo gran cobertura mediática por parte de los fotoperiodistas fue la Decena Trágica, periodo de diez días (9-19 de febrero de 1913) en el que la capital fue escenario de un golpe de Estado en contra del gobierno de Francisco I. Madero que culminó con su muerte y la de José María Pino Suárez.
Daniel Escorza, comenta vía telefónica a El Gran Diario de México que todo lo sucedido durante ese periodo fue muy “fotografiado” ya que: “la capital es una gran caja de resonancia, hay una fuerte concentración de medios informativos y por ende, de reporteros: si algo importante pasa ahí, llega a oídos de todo el país. Aunado a esto, las batallas de este tipo eran un hecho sin precedente para la ciudad y ocurrieron en pleno Centro Histórico; evidentemente las balas, cañones, la muerte y lo bélico de la situación conmocionó a todos los que la habitaban.”
Nos explica que dos de las avenidas más afectadas fueron Balderas y Bucareli, ya que eran las rutas de entrada hacia la Fábrica Nacional de Armas, cuyas instalaciones -hoy la Biblioteca de México- fungían como cuartel para los golpistas, liderados por Victoriano Huerta, Félix Díaz y Manuel Mondragón. Muchos inmuebles que se encontraban en la zona de batalla fueron ametrallados, algunos monumentos fueron demolidos o destruidos ya que provenían de otras partes del mundo y las casas, empresas o locales comerciales de allegados o simpatizantes del gobierno de Madero, fueron incendiados.
La casa de Francisco I. Madero, ubicada en la esquina de Berlín y Liverpool, tras el incendio que la consumió el 14 de febrero de 1913, durante la Decena Trágica. El investigador Samuel Villela dice que esta toma es de las más “emblemáticas ya que estaba en una colonia residencial alejada del escenario central de las operaciones bélicas”. Colección Villasana - Torres / Manuel Ramos, Southern Methodist University.
Para Samuel Villela, el fotoperiodismo contribuyó a que la sociedad empezara a gestar una opinión pública a través de la impresión del “momento decisivo” de un suceso: “desde los primeros enfrentamientos -de la Decena Trágica-, es posible advertir el interés de los fotorreporteros para documentar los hechos y plasmar los instantes relevantes.
Una temprana imagen muestra a un grupo de soldados apostados para la defensa de Palacio Nacional, mientras un oficial a caballo hace evoluciones al frente de ellos; otro oficial, en primer plano, es captado casi en el aire, pareciese dar un salto o captado mientras corría. Un sujeto en segundo plano también corre hacia un grupo que se encuentra tras el oficial a caballo. Al fondo, una atmósfera nebulosa difumina el contorno de los edificios. La imagen nos transmite la tensión y acción del momento.”
El investigador del INAH estima que aproximadamente ochenta fotógrafos cubrieron la Decena Trágica, de medios impresos destacaban Manuel Ramos, Antonio Garduño, Gerónimo Hernández, Eduardo Melhado, Samuel Tinoco de Novedades, Macario González, Agustín V. Casasola, Ezequiel Álvarez Tostado, Ezequiel Carrasco o Abraham Lupercio; entre los “independientes” relucían las tomas de Sabino Osuna, Hugo Brehme y Charles B. Waite; sin embargo, también hubo muchos fotógrafos aficionados cuyos nombres se desconocen.
La capital nunca había vivido un episodio tan bélico y tan traumante como este, por lo que todas las personas en posesión de una cámara -independientemente de su profesión- salían a registrar batallas, retratar soldados, los cuarteles, el daño de los inmuebles y, en algunos casos, la histeria y el pánico de los habitantes al tener que huir de sus casas cargando sus pertenencias en todas sus extremidades o al tener que contemplar a filas de heridos o muertos -algunos casi incinerados- sobre las calles o el Zócalo capitalino.
“En estos menesteres los fotorreporteros corren un gran riesgo, se juegan la vida, imprimen sus placas en distintos rumbos de la ciudad, con el fin de capturar escenas e imágenes”, escribió Villela.
La torre de la Sexta Inspección de Policía, ubicada en la esquina de Victoria y Revillagigedo. La primera imagen es durante la Decena Trágica tomada del Archivo Fotográfico Manuel Ramos, y segunda es una imagen del actual Museo del Policia.
Los negativos que se produjeron en las batallas tuvieron diversos medios de impresión, el más importante eran los periódicos; algunos semanarios esperaban el poder juntar una serie fotográfica para después venderla como un suplemento especial; las compañías productoras de postales compraban negativos de fotógrafos independientes, o bien, mandaban a sus empleados para poder tenerla en sus aparadores.
Sin embargo, los fotógrafos amateurs también podían revelar sus negativos en formato postal y enviársela a sus conocidos o familiares para platicarles lo que pasaba o asegurar su bienestar, una práctica que pareciera antecedente de la inmediatez de la comunicación digital: si alguien va a un sitio lejos de su hogar y “algo” pasa, lo comparte en las redes sociales.
Algunas de las fotografías dejaban ver a una sociedad confundida, sin saber cómo actuar ante una situación como esa: el ambiente que describen los investigadores es de incertidumbre y desolación, nadie sabía si estaba bien decir si estabas a favor o en contra del golpe, porque como lo mencionamos anteriormente, tenía sus consecuencias. Ni civiles ni reporteros pensaban en su salvaguardia al momento de atestiguar una batalla, unos se acercaban a los cuerpos para constatar si había perdido la vida, otros sólo miraban con miedo y los fotoperiodistas, buscaban el mejor ángulo que pudiera ilustrar y servir a la sociedad como relato visual.
La presencia de tantos fotógrafos en la zona evidenció que, sin importar la postura política que tenían sus diarios, los fotoperiodistas lograban ciertas tomas si estaban de acuerdo o desacuerdo con el golpe. Los investigadores del INAH explican que quienes lograron retratos como el de Félix Díaz y Manuel Mondragón al interior de la Ciudadela tenían un acercamiento directo con los golpistas, en cambio hubo fotorreporteros que no dejaron de tomar fotografías en la calle, con la gente o que lograron no mostrar que estaban a favor del “golpe”, que en un par de días ya había arrebatado la vida de más de 500 personas.
Villela explica que “en este sentido, una imagen indicativa es la que se hicieron tomar los periodistas “independientes” con uno de los jefes de la asonada. Teniendo tras de sí la derruida imagen del Reloj Chino, tenemos a un numeroso grupo de ellos junto con el general Félix Díaz. Poco importa que ese reloj haya sido un regalo del país asiático durante las fiestas del Centenario; el mensaje que parecen enviar esos periodistas a la opinión pública es: “Estamos con la usurpación y no nos importa que ésta se asiente sobre la destrucción de bienes públicos emblemáticos”.
La gente pasa frente a los restos del Reloj Chino, en la avenida Bucareli, luego de los combates de la Decena Trágica. Este monumento había sido inaugurado durante las fiestas del Centenario, tres años antes. Colección Villasana Torres / Southern Methodist University.
El fotoperiodismo apela al trillado “una imagen habla más que mil palabras” y sin duda, el registro de los inicios del siglo XX nos han permitido tener una noción más concreta de cómo era la sociedad mexicana en ese entonces y quizás nos dieron, sin quererlo, un punto de partida para analizar cómo hemos ido cambiando, qué se ha mejorado o cómo nos hemos fallado.
Las fuerzas del gobierno en la calle de Luis Moya, desde el cruce con Victoria, durante los combates de la Decena Trágica. Colección Villasana Torres / Manuel Ramos, Southern Methodist University.
Nuestra foto principal refleja los combates de la Decena Trágica en la esquina de San Agustín y San Juan de Letrán, hoy República de Uruguay y el Eje Central. Se aprecia la tienda de abarrotes "El vapor"; hoy en el lugar se encuentran varias tiendas y un restaurante. La imagen pertenece a la colección Elmer and Diane Powell, Southern Methodist University.
Fotografía antigua:
Archivo Fotográfico Manuel Ramos, Colección Villasana - Torres / Southern Methodist University.
Fuentes:
Escorza Rodríguez, Daniel, “Fotógrafos y cámaras en los inicios del siglo XX”, en Dimensión Antropológica, vol. 55, mayo-agosto, 2012, pp. 183-201. Villela F., Samuel, “La Decena Trágica: la usurpación en imágenes”, en Dimensión Antropológica, vol. 59, septiembre-diciembre, 2013, pp. 197-215.