Más Información
Senadores de Morena defienden a Murat tras señalamientos por manejo de Infonavit; “nuestro total respaldo”, expresan
Fallo a favor de maíz transgénico desata reacciones; “hay que proteger la salud, recursos naturales y la cultura”
INE fija fecha límite para estados que van a renovar Poder Judicial local; acuerdo garantiza organización optima
Año 2025 será dedicado a las mujeres indígenas, adelanta Claudia Sheinbaum; pide luchar contra racismo
-Hiram Barrios
Texto: Anahí Gómez Zúñiga
Diseño Web:
Miguel Ángel Garnica
La lluvia caía breve sobre la cancha de básquetbol de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla. Era un miércoles 18 de agosto de 1971 y la mayoría de reos veían Altar de sangre en una proyección de cine, evento pensado en disimulo del encierro y la soledad. Fue a las 6 de la tarde cuando un helicóptero apareció para llevarse a los reos David Kaplan y Carlos Contreras Castro; les bastaron diez segundos para consumar la Fuga del siglo y recuperar su libertad sobrevolando los cielos nublados de la Ciudad de México.
Piel blanca y mirada melancólica, eran sólo un par de las características que identificaban a Joel David Kaplan, un agente encubierto de la CIA, estadounidense, traficante de armas y miembro de una acaudala familia de empresarios azucareros. Pronto su vida se tornaría en una pesadilla, después de ser acusado del asesinato de su socio Luis Melchor Vidal, Jr., conocido tratante de drogas y armamento. Presuntamente Kaplan mató a Vidal en un hotel de la Ciudad de México, para después inhumar el cuerpo con la esperanza de guardar su delito en el secreto del mutismo.
Antolín era un policía frío, que encontraba un gran encanto en la tortura y los excesos. Veneraba a Arturo “el negro” Durazo, otro personaje oculto en los laberintos de la historia mexicana. En el libro Cárceles, Julio Scherer García narra la crudeza con la que el general Lozano hizo castrar a un reo acusado de violación utilizando un clavo y un martillo:
-Bájate los pantalones y los calzones ¡Bájatelos!
-Señor….
- Qué te los bajes hijo de la chingada.
El periodista Carlos Marín, en su reportaje Rapacidad, Tortura y Muerte en la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, evidenciaba los “sofisticados” sistemas con los que se martirizaba a los reos: el preferido era el “método brasileño”, que consistía en acostar al prisionero para golpear con palos las palmas de los pies. El atormentado perdía el raciocinio porque los impactos lesionaban el sistema nervioso central; cuando por fin lograba evadirse del dolor con el desmayo, se le vaciaba una jeringa de alcohol en las fosas nasales y se le hacía caminar para que desaparecieran los verdugones.
Los internos solían ser maltratados con severidad: los golpeaban en las partes blandas con los puños envueltos en toallas e incluso les introducían simultáneamente agujas electrizadas en el ano y el pene. En tanto se flagelaba a unos, los “chivatos” eran premiados con sustancias ilegales y prostitutas por delatar a sus compañeros.
Dentro de la Peni las drogas eran un negocio para “los narcos de adentro y afuera, y también para las autoridades de afuera y adentro”. La corrupción del presidio alcanzaba signos de un quiebre total, que inminente terminaría por dejar escapar toda la pus que laceraba.
En Cárceles Julio Scherer describe: “(La prisión) Trasmite crueldad y horror. Llega a los sentidos la peste de los excusados y la repulsión de las cocinas. La tristeza desolada de los comedores. Los dormitorios son largas pocilgas y por ahí aparecen cuerpos apagados. Los pasillos sugieren que terminan donde empieza la muerte”.
Los dominios de Antolín no fueron muy diferentes de los anteriores, tampoco de los siguientes. Su reinado era una radiografía de actos que se venían perpetuando desde hacía años. La perversión del sistema nunca ha sido un hecho aislado.
Kaplan habitó en lo que a los ojos de un norteamericano millonario debió ser un calabozo; nada muy distinto a lo que vivirían los presos bajo el puño de Antolín. Y aunque las cosas han cambiado en algunos aspectos, hay otras circunstancias que se mantienen. Jorge Manrique, colaborador de este diario, sostiene que actualmente son “el hacinamiento, el tráfico de drogas, los abusos e injusticias” los que caracterizan a los 450 reclusorios del país.
World Justice Project, organización que mide el Estado de Derecho del mundo, afirma que el sistema penitenciario es el pilar más débil de la justicia mexicana.
En la misma senda la académica Catalina Pérez Correa, en su investigación Los costos en la prisión y los efectos indirectos en las mujeres, asevera que solamente en la Ciudad de México se reciben alrededor de 4 millones de visitas al año. En cada uno de los casos los custodios y diferentes autoridades de la cárcel reciben un aproximado de 250 o 500 pesos; los familiares cubren cuotas por ingresar alimentos, tener una mesa donde sentarse y no quedarse en el piso, etc.
Ya dentro de la tumba de fierros las estructuras viciosas se mantienen erguidas; los internos pagan incluso para tener una cama. Hay algunos presidios donde las celdas están tan sobrepobladas que quienes no caben acostados deben amarrarse a los barrotes para no caer encima de los otros. Si se multiplica el dinero de estas agitadas transacciones, queda en evidencia un sistema de corrupción millonaria.
Tan sólo en 2015 La Comisión Especial de Reclusorios de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, dio a conocer que un aproximado de siete mil personas se encontraban encarceladas por robar mantequilla, un yogurt, pan o algún alimento. Los crímenes famélicos, perpetrados por el hambre, son purgados con al menos 10 años de prisión. En estos casos el mayor “delito” es la pobreza.
Se vuelve de suma ironía que al mismo tiempo la tasa de impunidad en el país alcanza el 98.86% y en el caso de los asesinatos es de 82.3%. Esto según el reciente informe de Impunidad Cero. Estamos frente a un México que hunde a la justicia en la depravación y el vicio.
Kaplan, el gringo que burló la seguridad mexicana, se fue de la forma más dramática: rasgó los cielos. Arribó a la libertad con la certeza de encontrarse inmune, a salvo. Dentro de Santa Martha los internos permanecieron esperando una huida igual de estrafalaria: ¡Volar y largarse para siempre! Pero la mayoría murió sus días en prisión. El resto se quedó y se siguen quedando bien adentro, en lo profundo del olvido.
Fuentes: Archivo hemerográfico de EL UNIVERSAL. Libro: Lugares de gozo y retozo de Armando Jiménez. Reportaje: Rapacidad, Tortura y Muerte en Santa Martha Acatitla de Carlos Marín. Reportaje: El misterioso gringo que se fue en helicóptero de Humberto Padgett. Libro: Cárceles de Julio Scherer García. Investigación académica: Los costos en la prisión y los efectos indirectos en las mujeres de Catalina Pérez Correa. Nota informativa: En cárceles mexicanas persisten fallas propicias para el maltrato o la tortura por Leticia Díaz. Reportaje: Cárceles mexicanas en autogobierno: de lo real al cine, texto de Leslie Solís. Columna de opinión: Cárceles mexicanas, el infierno en la tierra de Jorge Manrique.
Fotografías: Archivo fotográfico de EL UNIVERSAL.