Texto:
Nayeli Reyes
Fotografía actual:
Juan Carlos Reyes
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
Cuentan que cuando las súplicas de los pacientes recorren los pasillos oscurecidos y las agotadas enfermeras nocturnas descansan los ojos un minutito que al final es un rato, se escucha el crujir de los casi extintos uniformes almidonados, es el andar espectral de La Planchada, ella va tras los necesitados: cambia sueros, da la pastilla precisa, alivia el dolor y desaparece.
La Planchada es una de las leyendas flotantes de los hospitales de México, donde la fragilidad de la vida se propaga entre el intenso olor a cloro, alcohol, sangre, orines y medicamentos. Es el miedo quien narra esas historias, frías viajeras de espaldas desprevenidas, paralizadoras de miradas temblorosas, incrédulas.
Antes los uniformes se caracterizaban por estar perfectamente almidonados, la tela hacía mucho ruido al moverse
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Según la tradición oral, escrita en el aire por voces conocedoras de un pasado infinito, hace tiempo vivió una mala enfermera, trataba incorrectamente a sus pacientes, por eso ahora su alma permanece en los nosocomios, ataviada con un blanquísimo e impecable uniforme, bien planchadito, el cual le dio su apodo.
Las versiones no se ponen de acuerdo en el origen de la leyenda, hay quienes afirman que todo comenzó durante la guerra contra Estados Unidos, otros lo fechan en la época de la revolución o en la década de los 50.
De acuerdo con la investigadora Soledad Nicolás, en Latinoamérica no hay una leyenda o personaje semejante a La Planchada, es conocida sólo en estados mexicanos: “ella prefiere aparecerse en grandes sanatorios públicos, y antiguos, tal vez porque ahí es donde más se necesitan sus cuidados o porque ahí ha encontrado personas a quienes todavía le sorprende el misterio”.
Fachada del Hospital Juárez en 1926. Foto: Guillermo Kahlo, Colección Ricardo B. Salinas Pliego, Fomento Cultural Grupo Salinas
El Hospital Juárez 11 días después del sismo de 1985.
“Todos los hospitales de buen ver pelean la titularidad de este suceso”, señala el antropólogo Jermán Argueta, aunque uno de los escenarios preferidos es Hospital Juárez, antes llamado San Pablo; durante sus 170 años de historia por ahí han pasado todo tipo de dolientes y en 1985 su torre de hospitalización colapsó por el terremoto. Para sus habitantes las losas se hicieron lápidas.
El Hospital Juárez fue reubicado al norte de la ciudad, pero aún tiene instalaciones en el Centro, ahí caminan tomados de la mano dos estudiantes de enfermería uniformados de azul. Ellos han estado en ambos sitios y en su corta estancia no han visto nada raro; sin embargo, sí conocen la narración.
Ana piensa que la famosa enfermera viene para llevarse a los pacientes en estado crítico; Ever comenta que ella antes trabajaba en ese nosocomio y ahora ronda en busca de un amor perdido: “se aparece en los hospitales, pero no forzosamente en el Juárez de México”.
Homenaje con motivo del 32 aniversario del sismo de 1985 en el Hospital Juárez Centro. En la fotografía comparativa que aparece al principio del texto se observa el nuevo Hospital Juárez de México, trasladado a la delegación Gustavo A. Madero, requirió una inversión de más de 100 mil millones de pesos.
Cuando entró a la escuela de enfermería en la década de los 60 a Julia Domínguez le advirtieron que no había vuelta atrás en esa profesión: debían cumplir con su deber porque La Planchada estaría atenta. El castigo para la profesional irresponsable no tenía fin.
Detallaban que cuando La Planchada vivía siempre iba a trabajar bien vestida porque buscaba marido; para otras voces, en un principio ella era buena trabajadora, pero se enamoró de un médico que la traicionó y desquitó su enojo con los pacientes.
Enfermeras en los sesenta.
Soledad Nicolás dedicó su tesis de doctorado en ciencias de la educación a esta leyenda, explica que el personaje persuade a las enfermeras, el deber ser y la culpa por incumplir se vuelven parte de su identidad a través de la narración: “reproduce las creencias, actitudes, ideologías, normas o valores del grupo profesional”.
“Decían que le ayudaba a la gente floja”, afirma Julia, quien fue enfermera durante 30 años. Aunque ya se retiró de los sanatorios aún viste pulcramente y sus palabras son tan firmes como una mano sabia que pone una inyección sin dolor: “yo no le tuve nunca miedo, ni respeto ni nada”.
Recuerda los desconciertos de algunas de sus agotadas compañeras: cuando regresaban de cenar los medicamentos pendientes ya habían sido suministrados. Los pacientes aseveraban que una “señorita bien arregladita” los había atendido, les confundía su vestir antiguo y su amabilidad, escuchaban su sus movimientos almidonados o la veían a lo lejos, no tenía pies: flotaba.
“Mi nombre es Joaquín Linares Sotomayor y yo miré con mis propios a La Planchadita. Es muy bonita, de manos tibias y de uniforme blanco y frondoso como un alma en pena que alivia otras penas”, escribe Argueta en Crónicas y leyendas mexicanas , donde son frágiles las fronteras de realidad y la ficción.
Retrato de una enfermera a principios del siglo XX.
“Ay, ¡cómo no se me aparece La Planchada para que me ayude!”, exclamaba Julia en las madrugadas, cuando escaseaba el personal y sobraba el trabajo. Ella comenzaba las guardias extenuada, después de cuidar a sus tres hijos y encargarse del quehacer de la casa durante el día. Nunca la vio.
Julia asegura que esta profesión requiere mucho trabajo, responsabilidad y amor. No es sencillo, mucha gente deserta: “somos humanos, a veces sí se cansa uno…como enfermera es mucho el trabajo”. Considera que si La Planchada existe siempre será necesitada. “Yo nunca creí, pero quién sabe, quien sabe…”
A sus 72 años Julia no para, está estudiando una licenciatura en Derecho.
Hace 38 años Antonio Corona cuidaba a su bebé enfermo, una infección severa lo había llevado de gravedad al Hospital Mig. En medio de la ilusión del descanso de quien vigila una vida agonizante, una presencia forastera lo hizo abrir violentamente los ojos. Había alguien frente a la cama.
“Yo digo que era mujer porque traía el vestido de enfermera… no se le veían rasgos de la cara, como si estuviera en blanco por completo su cara… un pelo así esponjado, muy chino”, cuenta mientras se frota los brazos para espantar a un escalofrío que se coló en su recuerdo, “lentamente se giró y salió…no tanto que se viera como que caminaba, sino que se hubiera desplazado”.
Después de calmarse le comentó a dos enfermeras que por ahí pasaban, ellas ignoraron su espanto, compartieron un vistazo cómplice y con tranquilidad dijeron: “¡ah!, no se preocupe, es La Blanca”. En ese lugar era común el encuentro con ese ser, decían que en vida fue muy dedicada a los enfermos y su alma continuaba su labor.
Aunque La Planchada se considera más común en clínicas y hospitales públicos, en las privadas también se rumora la existencia de fantasmas.
Antonio reconoce similitudes con La Planchada. Esa fue la primera vez que vivió algo así. “Son estados emocionales alterados”, explica, como psicólogo le atribuye la experiencia a varios factores: principalmente el aspecto corporal (fatiga, tensión, culpa), seguido de fenómenos psíquicos y mentales, así como algo inexplicable.
De acuerdo con el especialista, hay personas más susceptibles que otras a experimentar fenómenos de este tipo, es una cuestión de sensibilidad e intuición. También es significativa la existencia de antecedentes, como conocer la historia, pues esto predispone al individuo.
¿Cómo podría explicarse que varias personas vean la misma “aparición” a la vez? Para el psicólogo una posibilidad es la sugestión, influencia mutua. También podría ser un fenómeno psíquico: dos psiques (mentes) pueden conjugarse, ser capaces de percibir lo mismo debido a fuertes lazos afectivos entre las personas.
Antonio Corona estudió Psicología, es maestro en Pedagogía y académico de la UNAM.
La presencia de Antonio en clínicas también ha sido como paciente y conoce en su propio cuerpo la existencia de estados psicológicos de una tensión excesiva que dan lugar a alucinaciones.
De su encuentro con La Blanca a Antonio le sorprende que él se consideraba escéptico, desconocía sobre fantasmas en esos sitios, no tenía antecedentes ni estaba medicado, él estaba descansando. “No soy tampoco tan racionalista, pero sí creo que hay estados emocionales que provocan eso”.
Desde niña Viridiana Galicia escuchó hablar de La Planchada, ella estudió enfermería como toda su familia. Comenzó sus guardias nocturnas con temor: “quieras o no era como el miedo que te entraba porque aunque fuera buena te da miedo porque es un fantasma”.
Recuerda el aterrador Hospital Escandón, un lugar donde la antigüedad de las instalaciones intensificaba los ruidos misteriosos, abundantes en la penumbra. Una noche, en el área de medicina interna donde sólo había pacientes adultos, vio pasar a alguien, no era La Planchada, sino dos sombras, a lo lejos se escuchaba la voz de un niño, reía, corría, la saludaba: “hola…hola”.
Antes de ser enfermera Viridiana era escéptica a cuestiones fantasmales.
Sus compañeras le habían advertido que solía presentarse el fantasma de un pequeño y su papá, ahí habían fallecido. Viridiana los tomaba por cuentos. “Eso sí yo lo escuché, lo viví…estaba aterrada lo que le sigue, decía ‘¡no manches, sí existe, está aquí!’”, sus memorias aún la hacen temblar.
En sus cuatro años de experiencia ha oído muchas historias, “sabemos que existe, porque los pacientes lo veían o la veían y escuchaban cosas o voces, de repente decían ‘no, pues es que yo no estaba con la almohada y de repente amanecí así’, entonces decíamos entre nosotras ‘no, pues nadie lo hizo’”, cuenta.
Viridiana piensa que trabajar de noche en los sanatorios es difícil en todos los sentidos, el aspecto médico requiere mucha responsabilidad y precisión, aunque para ella lo más pesado es el silencio palpitante, hasta el más inofensivo sonido avanza por los diminutos pasillos, se cuela pesadamente entre las escasas luces amarillentas, moribundas.
Década de los 60.
En la fotografía principal de este texto se muestra la extenuante labor de una enfermera mexicana en 1984.
Fotografías antiguas:
Archivo EL UNIVERSAL.
Fuentes:
Crónicas y leyendas mexicanas
de Jermán Argueta; “De la leyenda al mito. La narrativa en la construcción de la identidad profesional de la enfermera” (tesis doctoral) de Soledad Nicolás.