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Texto: Mauricio Mejía Castillo
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
“Jugamos a los dados y me tocó matar a Obregón”, dijo en su declaración Lamberto Ruiz, uno de los hombres que atentaron contra el expresidente y único candidato presidencial. De aquel juego resultaron cuatro fusilamientos y una beatificación.
Un ambiente de tensión reinaba en aquel otoño del 27. Un año antes los conflictos entre la Iglesia Católica y el gobierno de Plutarco Elías Calles habían ocasionado la Guerra Cristera, que terminó en 1929. Los principales enemigos de los católicos eran el presidente y su antecesor Álvaro Obregón pues habían impulsado la aplicación de los artículos constitucionales que permitían la libertad de cultos y obligaban el registro de sacerdotes ante autoridades civiles, así como el carácter laico de la educación.
Obregón gobernó de 1920 a 1924 y Calles los cuatro años siguientes. Aunque la reelección fue prohibida por la Constitución de 1917, el Congreso aprobó en 1927 una reforma para que esto quedara permitido. Muertos sus adversarios a la presidencia (Francisco R. Serrano y Arnulfo R. Gómez), Obregón quedó como único candidato. Esto molestó a los católicos.
Obregón cuando era presidente. Su Secretario de Gobernación, Plutarco Elías Calles lo sucedió en el cargo.
En la calle de Alzate, número 44, en la colonia Santa María la Ribera fueron llevadas a cabo varias juntas de católicos rebeldes desde abril de ese año. A ellas asistieron todos los implicados en este atentado, quienes pertenecían a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR), asociación que luchó contra el gobierno durante la Guerra Cristera. En un principio no era Obregón el blanco de sus ataques. Pero poco a poco fue tomada esta decisión. Después tuvo lugar el juego de dados del que habló Lamberto Ruiz en el que él fue elegido para la ejecución del plan.
Al mediodía del domingo 13 de noviembre de 1927, el general Álvaro Obregón regresó de Guadalajara a la Ciudad de México. Había ido a aquella ciudad con motivos de su campaña. Una multitud de amigos lo recibió en la estación Colonia (que estaba en la actual plaza del monumento a la madre). Entre los automóviles había un Essex cuyos pasajeros no bajaron a la bienvenida.
El general Álvaro Obregón.
Pasados los saludos, una caravana llevó a Obregón a su casa, ubicada en el número 185 de la Avenida Jalisco, la vía que a la muerte del general adoptó su nombre. El Essex siguió al conjunto y permaneció cerca de la residencia.
Obregón no tenía por costumbre los paseos en Chapultepec. Pero aquella tarde decidió dar uno mientras llegaba la hora de la corrida en el Toreo de la Condesa (donde hoy está un Palacio de Hierro). Pensó hacerlo solo pero prefirió que lo acompañaran los amigos que estaban con él.
El general subió a su Cadillac y ocupó el asiento tras el chófer. Arturo Orcí y Tomás Bay se sentaron junto a él. Los demás salieron en otros dos automóviles. El del general ocupó la delantera. A distancia circuló el Essex.
El número 185 de la Avenida Jalisco donde vivía el Caudillo. Hoy la vía lleva su nombre.
La fila de autos rodeó la fuente colonial de la Calzada de Tacubaya y entró en el bosque. Enfiló por la Gran Avenida que pasa junto al lago. A la altura de embarcadero, el Essex, que iba a gran velocidad en sentido contrario, cerró su marcha. Quienes iban en él lanzaron dos bombas de dinamita al Cadillac y dispararon contra Obregón. Seguros de que habían logrado su objetivo de matarlo, emprendieron la fuga; lo siguieron los otros autos que acompañaban al del aspirante presidencial. El Cadillac permaneció en la Gran Avenida.
“¿Te pegaron Catarino?”, preguntó el candidato a su chófer. “No, mi general. ¡Pero a usted sí!”, contestó. La frente de Obregón estaba llena de sangre pero no era ninguna herida de gravedad. Las bombas no produjeron daños y las balas quedaron todas en la carrocería.
La persecución fue a toda marcha por el Paseo de la Reforma hasta el cruce con Insurgentes. Ahí los tripulantes del Essex abandonaron el vehículo y corrieron. Dos de ellos fueron capturados, casi sin dificultad, por los ayudantes de Obregón, Juan H. Jaime e Ignacio Otero. Otros dos quedaron prófugos. También fue detenido un peluquero de Mixcoac que esperaba el tranvía al momento del enfrentamiento. A los pocos días quedó comprobada su inocencia.
Álvaro Obregón regresó a su casa. Se cambió y salió rumbo a la plaza de toros. La función era a las cuatro de la tarde y no se la perdería por un atentado que sólo le ocasionó rasguños. Cuando salió de la corrida, toda la ciudad conocía los acontecimientos, gracias a EL UNIVERSAL GRAFICO, edición vespertina de este diario.
Plano que publicó EL GRAFICO. Se muestra la ruta que siguió la persecución antes de tomar el Paseo de la Reforma.
La Inspección de Policía, encabezada por el general Roberto Cruz (compañero de batallas y amigo de Calles y Obregón), fue muy reservada con la información que obtuvo en los días siguientes del atentado. El 22 de noviembre, EL UNIVERSAL publicó el boletín oficial de los hechos y una amplia explicación de cómo fue fraguado el atentado.
Uno de los detenidos en Reforma e Insurgentes era Lamberto Ruiz. Una bala lo hirió de gravedad cerca del ojo izquierdo por lo que fue totalmente vendado de la cabeza. En ese estado, un agente fingió que era el hermano de Ruiz para que confesara. Éste dijo todos los detalles. Lo primero que el policía preguntó fue el nombre de todos los implicados en el intento de asesinato, además de Juan Tirado, el hombre que fue apresado junto con Ruiz.
Con la declaración del aprehendido fueron conocidos los nombres del ingeniero Luis Segura Vilchis, el sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro y su hermano Humberto. Segura y Humberto eran los ocupantes del Essex que lograron darse a la fuga. Se procedió a su detención. Una vez rendida la confesión de Segura –los hermanos Pro siempre sostuvieron que nada tenían que ver– fue posible la reconstrucción de los hechos.
La idea original era que las bombas fueran arrojadas en la estación Colonia pero la cantidad de gente hizo que cambiaran de lugar. Entonces dijeron que en la casa de la Avenida Jalisco sería el ataque. Pero había muchos automóviles para hacerlo. Obregón fue el encargado de darles el escenario adecuado en la soledad del bosque.
En la residencia de Alzate, de la colonia Santa María La Ribera, fueron encontradas cuatro bombas de dinamita como las que usaron aquel día, así como una gran cantidad de municiones (que, según la investigación, eran enviadas en cajas de huevo a los rebeldes de Jalisco, Zacatecas y Michoacán) y propaganda de la LNDLR. Todas estas evidencias dejaron sin salvación a los presos.
El 23 de noviembre, diez días exactos después del atentado, EL UNIVERSAL GRÁFICO lanzó una edición extra al mediodía. Anunció, el primero, que los cuatro detenidos que quedaban fueron fusilados esa mañana, Ruiz murió a causa de la herida tres días antes. El primer ejecutado fue Miguel Agustín Pro. Le siguieron Segura Vilchis, su hermano Humberto y Juan Tirado. La Cruz Verde recogió los cuerpos y los llevó al Hospital Militar para que fuera practicada la autopsia. El general Roberto Cruz, quien dirigió el fusilamiento, dijo que a lo que había publicado esta casa editorial no había nada qué agregar.
Cobertura de esta casa editorial sobre del fusilamiento a los católicos.
El 25 de septiembre de 1988, el padre Pro, el único cura del grupo, fue beatificado por el Papa Juan Pablo II. Desde el día de su muerte este beato es recordado en muchos altares mexicanos. Especialmente en el de la iglesia de la Sagrada Familia en la Colonia Roma, donde existe un gran retrato suyo, sus reliquias y un museo que cuenta su vida.
En 1928, Obregón ganó las elecciones. En la misma avenida en la que vivía el Caudillo, una monja tomó nota sobre el intento fallido de matarlo. Ella se encargó de que la muerte de los atacantes de Chapultepec no fuera en vano. De su cuenta corrió que el presidente electo no llegara otra vez a Palacio Nacional. Ideó el plan que dio muerte al revolucionario el 17 de julio. La historia la conoció como la madre Conchita.
Carroza fúnebre de Obregón. El sonorense murió el 17 de julio de 1928.
Fuentes y fotos antiguas:
Archivo histórico de EL UNIVERSAL.