Texto: Magalli Delgadillo y Daniela Muciño
Fotografías actuales: Xochitl Salazar y Laura Williams
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
Las luces se apagaron en la sala, los escenarios más emblemáticos de Europa aparecieron en pantalla. ¡Comenzó la función! La cinta Luna de Miel, bajo la producción del británico Alexander Korda, fue la elegida para la inauguración de este gran cine, que se ubicó entre las calles de Bucareli e Iturbide en el centro de la Ciudad de México. Allí “el público podrá ver y oír con sus propios colores y ruidos característicos a la turbulenta París con su Tour Eiffel, Champs Elysée, Arc du triomphe”, describió la nota de la apertura publicada en EL UNIVERSAL aquel 1940.
En la década de los años 30, este predio albergó el Frontón Nacional, posteriormente a la Arena Nacional y por último al cine Palacio Chino. Este sitio fue sede de la lucha libre hasta 1937, cuando un incendio obligó a los dueños, Lavergne y Fitten, a vender.
Así, en lugar de la Arena Nacional fue levantada una estructura elegante diseñada por los arquitectos Luis de la Mora y Alfredo Olagaray, que albergaba una sala de cuatro mil butacas. Hay que mencionar que antes los cines tenían sólo una sala, por lo que se exhibía una película a la vez.
Este cine fue considerado en su tiempo un lugar premiere. Don Refugio Sánchez, veterano del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica, nos explicó que los cines se clasificaban en tres: premiere, de segunda y “piojo”.
Los primeros, como el Palacio Chino, eran de lujo: tenían estrenos cada semana y el costo del boleto era de mínimo 22 pesos. “Todo era de primera, tenían butacas acojinadas y alfombra, sonido cinemascope, pantalla panorámica. Era un ambiente familiar, la gente era muy respetuosa”, platicó don Refugio.
Los más concurridos eran los de segunda. Los precios en lunetas y palcos eran de dos pesos, y en galería— la parte de hasta arriba — el precio era de un peso con 50 centavos. Don Refugio nos narró que se tenía la libertad de introducir “lo que quisieras, hasta tu bolsa de tortas. Había vendedores dentro de la sala que iban diciendo: ‘paletas, paletas’, ‘muéganos, muéganos’. Ellos también estaban sindicalizados, los conocíamos como los dulceros. Todo era a precio popular”.
Por su parte, los llamados cines “piojo” eran populares en los barrios porque la entrada costaba 50 centavos en la galería y un peso en la luneta. El material proyectado era de mala calidad, por lo que en ocasiones se quemaba la cinta a mitad de la función. Esto ocasionaba el alboroto del público: “Era un rechifladero, ¡que olvídate! ‘¡Cacáro!, no te robes la película’, gritaban”.
De acuerdo con una nota de El Gran Diario de México publicada el día siguiente de su inauguración, el cine Palacio Chino era un recinto cuyas decoraciones y murales —realizados por los artistas Juan Campos y Humberto Ramírez— emulaban paisajes que te transportaban a China y te permitían disfrutar de “las joyas más preciadas de la arquitectura oriental que parecen haber sido arrancadas de sus suelos para ser colocadas en este lugar (…)”.
También tenía dos entradas. La principal, situada en la calle de Bucareli número 18— justo a un costado de las instalaciones de EL UNIVERSAL—, la cual era atravesada por las vías del transporte de la época; la segunda entrada se localizaba en Iturbide número 21 y es la única que se conserva hoy; ya no luce con el esplendor de aquellos años: por el día es testigo del “estacionamiento” de autos que se provoca sobre Iturbide cuando hacen doble fila y por la noche y madrugada es un espectador de los repartidores de periódicos que deambulan apresurados.
Las noches eran aprovechadas por las parejas para ver su película favorita
Un año y medio después de la gran inauguración, en octubre de 1941, EL UNIVERSAL entrevistó a don Luis Castro, uno de los empresarios dueños de éste y otros recintos fílmicos como el Mundial, Lux, Royal, Primavera, Capitolio y Rex. Él contó que el “negocio chino’” iba muy bien. Se habían estrenado cintas nacionales como Viviré otra vez, Allá en el trópico y La canción del recuerdo. Entre las extranjeras destacaron algunas de origen argentino como Mujeres que estudian, El secreto del viejo doctor o Una mujer de la calle. En enero de 1943 se estrenó La feria de las flores, primera cinta en la que apareció Pedro Infante, quien ya era estrella de cine. También se realizaban conciertos matinales para lo cual invitaban a diferentes músicos.
Entrevista a Luis Castro, dueño del Palacio Chino, realizada por EL UNIVERSAL el 1 de octubre de 1941, a un año de la apertura del cine y con motivo del 25 aniversario de esta casa editorial.
Sin embargo, el lugar de seis mil metros cuadrados, fue reducido a casi la mitad después de ser vendido por su antiguo dueño, Carlos Amador. A pesar de haber sido inaugurado como un cine de primera, don Refugio relató que cuando él trabajó allí, en el año de 1965, “ya era un cine de segunda, pero debió haber sido de primera. Tenía unas pinturas enormes".
“Estaba más bonito. Antes tenía unas pinturas adentro y unos budas grandes. Ya parecía jaula de pichón”, expresó la señora Rosa Aragón. Ella vendía dulces de niña en el cine Palacio Chino.
Actualmente, doña Rosa Aragón tiene 63 años y vende quesadillas en la misma calle de Iturbide. Ahí, en su puesto relató a EL UNIVERSAL que vendía camotes y chilacayotes cristalizados afuera del cine. Los daba a peso; todo se le terminaba. No asistió a la inauguración.
Nos contó que antes la concurrencia era mayor: las filas llegaban de la entrada del cine hasta las esquinas de ambos lados de la acera y continuaban. Sus clientes eran los jóvenes que abarrotaban el lugar los días de descuento y las familias que asistían en vacaciones. Los días de mayor ganancia eran los miércoles porque la entrada era al 2x1. Antes de que el cine cerrara, el público había disminuido.
Ahora las filas de automóviles estacionados son las que abarrotan la calle
En la entrada ya no huele a palomitas. Después de 20 años de haber operado como Cinemex Palacio Chino, este fue cerrado. Ya no había estrenos cada semana; las decoraciones que recuerda doña Rosa y el señor Refugio ya no están; las ventanas han sido cubiertas con cemento. Por las noches, un letrero negro y alargado, con tintes asiáticos, todavía sobresale del edificio, pero hoy no todas las luces brillan, esas que hacían de letras seductoras del gran cine premiere.
Fotos antiguas:
Libro Los espacios de decisión en la Ciudad de México y Archivo EL UNIVERSAL
Fuentes:
Entrevista con doña Rosa Aragón y el señor Refugio Sánchez; página oficial de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas; Hemeroteca de EL UNIVERSAL.