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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez, con información de Nayeli Reyes
Fotografía actual: Cristopher Rogel
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
En uno de los cruces más transitados de la ciudad, se encuentra un edificio semiabandonado cuya fachada contrasta con la vida que caracteriza a su zona: el Condominio Insurgentes, en la colonia Roma. Dicha construcción comprende la manzana que forman las calles de Querétaro, Zacatecas, Medellín e Insurgentes Sur.
Su historia está marcada por el misterio, nadie sabe quién fue el arquitecto que lo diseñó y mucho menos el cómo, porqué o quién autorizó que se llevara a cabo. De acuerdo a la Revista Arquine, la idea original provino del arquitecto Enrique de la Mora, que siguiendo el auge y la estética que dominaba en el estilo arquitectónico de los años cincuenta del siglo pasado, diseñó un complejo de edificios distribuidos en las esquinas de Insurgentes Sur hasta Yucatán.
De dicho proyecto únicamente se construyó el Condominio Insurgentes, entre 1955 y 1958, que a diferencia de muchos edificios de su época cuenta con una mezcla de estilos arquitectónicos que lo alejan del sello personal de grandes arquitectos de aquél tiempo, por lo que su autor sigue siendo desconocido.
Planos del proyecto que contemplaba las esquinas de Yucatán e Insurgentes Sur. Crédito: Revista "Arquine".
El edificio de fachada asimétrica, terminó contando con una altura de 56 metros, en los que se distribuyeron 420 despachos/oficinas en un total de 16 pisos, con dos sótanos para estacionamiento y una azotea. Se ofertaba como un condominio de “lujo” que contaría con todos los servicios básicos, además de ocupar un lugar privilegiado en la vida cotidiana de la ciudad.
Tanto su altura como su ubicación, hicieron creer a los futuros propietarios que el sitio podría ocuparse no sólo con oficinas, sino que tendría tiendas, cafetería, farmacia, restaurantes o bares de lujo que pudieran aprovechar el tránsito de personas, teniendo como principal atracción la vista. De hecho, la planta baja siempre fue pensada como de uso comercial y lo sigue siendo hasta nuestros días.
En los anuncios publicitarios del condominio, se podía leer que el comprador tendría 10 años para pagar su oficina y si éste veía necesario el venderlo antes de que se liquidara la deuda, la podía traspasar sin problema al futuro dueño.
“De hecho usted invierte en su propio negocio porque su propiedad aumenta de valor constantemente. ¡Además usted no sufre los aumentos de renta! En cualquier momento, usted tiene derecho a traspasar, vender o rentar su propiedad obteniendo utilidades inmediatas de su inversión.”. Crédito: La Casa del Tiempo, UAM.
En agosto de 1958 el edificio fue terminado y gran parte de sus oficinas, ocupadas. Tiempo después, el Condominio Insurgentes ya estaba posicionado en la psique de los mexicanos como el “Edificio Canadá” ya que contaba con un anuncio publicitario de gran tamaño de esa zapatería que decía “México calza Canadá”.
Condominio Insurgentes al atardecer en los años setenta, con el anuncio luminoso de la zapatería “Canadá”. Crédito: Ramiro Chaves.
El 19 de septiembre de 1985, la ciudad amaneció devastada. Recién entrada la mañana, ocurrió uno de los hechos más trágicos en la historia moderna capitalina: un terremoto se había llevado con él no sólo a miles de personas sino también a sus historias y patrimonio.
El edificio durante el sismo
Una de las colonias más afectadas fue justamente en la que se encuentra el Condominio, “la Roma”, que vio caer multifamiliares, casas y oficinas. En la zona donde las calles estaban llenas de escombros y sobre ellas reinaba un ambiente de desolación, el Edificio Canadá resultó aparentemente ileso.
Por este hecho, el gobierno del entonces Departamento del Distrito Federal y el Gobierno Federal vieron necesaria la creación de la Coordinación de Control de Edificaciones que tenía como finalidad prevenir daños a la ciudadanía si se volvía a repetir una situación como la del temblor. Su función principal era llevar a cabo una exhaustiva inspección de los inmuebles dañados -o que estuvieran en zona de riesgo- para verificar que tanto s funcionalidad como su cimentación fueran lo suficientemente seguros.
“El Gobierno Federal y el D.D.D. crearon la coordinación con la intención de estar para estar preparados para eventuales desastres naturales (...) así como la estabilidad y preservación de las edificaciones existentes en proceso de construcción y de las futuras que se realicen”, explicó en su tiempo el D.D.F.
Para llevar a cabo esta tarea, la coordinación puso bajo su mando a diversos profesionales, entre ellos peritos que se encargarían de verificar el estado en el que se encontraban los inmuebles. Todos estarían obligados a llenar un formato por inmueble en el que se registrara si los edificios contaban con las medidas mínimas de seguridad y, en caso de que fuera posible, la recomendación inmediata de lo que requería el espacio para no significar un daño.
Para que sus acciones pudieran llevarse a cabo de la mejor manera -y también con el interés de estandarizarla- se formularon las “Normas de Emergencia del Reglamento de Construcciones para el Distrito Federal”. Las tenían que obedecer todas las unidades del D.D.F. y tenían que ser lo bastante claras en cuanto a recomendaciones periciales de demolición o de reparación de inmuebles.
Asimismo fue necesaria la creación de una nueva coordinación para optimizar los trámites de demolición o reparación, llamada “de Peritajes, Demoliciones y Construcciones” ya que muchas veces el D.D.F. tenía que absorber el costo del derribo del edificio cuando no cumplía con las medidas de seguridad y los propietarios no atendían las llamadas para platicar sobre sus inmuebles.
Ambas coordinaciones se vieron en la necesidad de realizar estudios especiales, dictámenes, revisiones de proyectos, supervisiones de obras, siendo la principal el levantamiento de un censo de todos los edificios mayores de cuatro niveles existentes en el D.F. y que estaban “sin daños” en su apariencia.
Había dos grupos, el principal era el que estaba integrado por escuelas, hospitales, museos, mercados o cualquier otro sitio de reunión social, en los que las fallas estructurales podían causar la pérdida de decenas de personas. Todos serían inspeccionados para revisar sus condiciones de seguridad y su “estabilidad sísmica”; en caso de que fuese necesario el D.D.F. asesoraba o redactaba medidas a seguir para que las edificaciones estuvieran listas para cualquier eventualidad.
En cuanto a las edificaciones particulares, el D.D.F. exigió que todos los edificios que rebasaran los cuatro niveles de altura le entregaran un juego de planos estructurales, de cimentación y la memoria de cálculo completa “a efecto de verificar su apego a las necesidades estructurales”. Por ese motivo, los peritos visitaron diferentes edificios aunque no fueran reportados como dañados y también aquellos donde los inquilinos solicitaban una revisión. El Condominio Insurgentes fue uno de ellos.
Al igual que todo inmueble con más de cinco pisos, el Condominio Insurgentes tuvo un archivo realizado por las coordinaciones en el que se documentó todo el proceso de revisión técnica y los requerimientos para el propietario. De esta supervisión, ambas coordinaciones decidían sobre la necesidad de demoler o, en su caso, una reparación urgente del inmueble; una vez tomada la decisión se informaba al o a los propietarios y estos debían de responder ante la notificación de las coordinaciones.
Del también conocido como Edificio Canadá, el Ingeniero Víctor M. Pavón, perito representante de las coordinaciones, reportó que “el inmueble presenta daños tanto en la estructura como en la cimentación, ya que está desplomado. Se ha requerido en varias ocasiones al propietario para que tramite la autorización de reparación, a lo a que ha contestado manifestando el interés de reparar y solicitando prórroga en lo que se realizan las nivelaciones correspondientes. Se presionó a los propietarios par que los trabajos de reparación se inicien a la brevedad.”
Vista del Condominio Insurgentes en 1985. Crédito: Colección Villasana - Torres.
Diez años después del sismo y a pesar de todos los reportes de peligrosidad emitidos por el D.D.F., el edificio seguía en pie y en junio de 1995 iba a protagonizar un hecho que ganó la atención de los medios de comunicación.
El asesinato y la penuria
El ex Procurador de Justicia y Magistrado del Distrito Federal, Abraham Polo Uscanga, había sido encontrado muerto al interior de su despacho en el noveno piso del Condominio Insurgentes.
En la primera plana del miércoles 21 de junio, EL UNIVERSAL reportó que Uscanga había sido amenazado de muerte semanas antes de su fallecimiento. Las versiones apuntan a que el magistrado estaba a punto de develar o contaba con información importante sobre una red de corrupción entre el gobierno y la empresa de transporte Ruta 100.
A pesar de que se trató de manejar la versión de que Uscanga había cometido suicidio, las autoridades la desmintieron de inmediato y declararon que había sido asesinado entre las 22 y 24 horas del 19 de junio, con un balazo en la cabeza.
Entre los principales sospechosos se encontraban empleados de Ruta 100 y personal del Tribunal Superior de Justicia ligado en casos de corrupción. Nuestra compañera Silvia Otero reportó en su artículo “Se atora caso Polo Uscanga” que a pesar de que se había logrado reabrir el caso para esclarecer los hechos y hacer justicia a Uscanga una pérdida de expedientes importantes para el caso conllevó a que todo se frenara y la investigación quedase, una vez más, congelada.
Primera plana de EL UNIVERSAL el miércoles 21 de junio de 1995. Archivo Hemerográfico EL UNIVERSAL.
El tiempo ha pasado y hoy en día el Condominio de Insurgentes 300 sigue compartiendo con la ciudad su velo de misterio. A lo largo del siglo XXI su fachada derruida sigue despertado la curiosidad de todos los transeúntes de la manzana en la que está ubicado.
El morbo del abandono
El edificio rompe con la pulcritud de las nuevas edificaciones que lo rodean, él ha sido testigo del cambio de la Avenida de los Insurgentes y de los negocios de moda de capital. Pasó de ser un edificio de oficinas y viviendas a uno que aloja a más locales (que van desde los bares, tiendas de ropa hasta estudios de tatuaje) que residentes.
A tres años del terremoto, el Condominio Insurgentes ya presentaba señales de abandono y deterioro. Crédito: Colección Villasana - Torres / D.D.F.
La entrada al espacio es sumamente complicada, hoy sólo pueden accesar aquellos que son invitados por los contados inquilinos o si se tiene cita en alguno de los despachos que siguen funcionando. Por ese motivo nos acercamos a Rodrigo Hidalgo y a Dario Campos Cervera, quiénes tuvieron la oportunidad de conocer el interior del edificio.
“Entré porque un amigo vive en el piso 16. Yo sólo sabía que antes eran oficinas y que con el tiempo se tornaron en casas de personas, ya fuera porque las compraban o porque se metían, que es muy usual por las condiciones del sitio”, inició Dario.
Recuerda que desde el primero hasta el quinto piso todo “estaba bien, es decir tenía luz y toda la estructura lucía en buen estado. En dichos pisos hay gente que entra y sale todo el día, ya sea porque trabajaban ahí o porque van a “hacer algo” pero a partir del quinto, son comunes las paredes llenas de graffiti, vidrios rotos por el piso o los dejos de todo lo que pasó al interior (como un piso consumido por un incendio hace más de veinte años) y también la falta de servicios básicos: “mi amigo sí tenía luz, pero se alumbra con lámparas, así como en película de terror”.
El entrevistado menciona que al entrar pudo sentir el abandono y que, para su sorpresa, algunos de los pisos que estaban solos te hacían recordar que alguna vez “hubo vida, que alguien estuvo ahí, ocupándolo”. Su amigo le mostró ciertas salas que no estaban tan maltratadas y que aún guardaban un poco de la elegancia que los acabados buscaban tener cuando se inauguró el sitio; esto hizo que Dario tuviera una sensación de soledad y frialdad.
“Por la mañana es todo una aventura entrar, hay adrenalina porque está muy cuidada la entrada y debes de respetar ciertas normas al interior, como no hacer tanto ruido o no pasar a los pisos que están cercados o cerrados. Pero las noches son muy extrañas, todo está demasiado solo, quieto, sin ruido. Casi no hay vida en el espacio y sí da un poco de miedo”, confesó.
La parte baja del edificio es una zona comercial. Varios negocios sitian la oscura entrada principal: una papelería, un bolero, tiendas de ropa y establecimientos de comida cuyas mesas se extienden fuera de los locales, las personas que ahí trabajan desconocen quiénes son los dueños de las accesorias, o bien, se negaron a dar información al respecto. En uno de los extremos, desde hace tiempo permanecen dos cortinas cerradas con letreros de “se renta”, un par de locales de 150 metros cuadrados. EL UNIVERSAL llamó para pedir informes y la persona encargada de concretar las rentas entre los locatarios y el dueño dijo no estar autorizado para revelar el nombre de los dueños, explicó que cada uno de los locales se arrendan por 60 mil pesos mensuales más IVA, mediante un contrato de un año, con tres meses de depósito.
Tanto para Dario como para Rodrigo lo más impresionante del edificio es la vista que regala su azotea. Comentan que puedes verlo -casi- todo, desde la Torre Latinoamericana,el Castillo Chapultepec, La Feria, las copas de los árboles de diversos parques, la Avenida de los Insurgentes y también la capa de la contaminación. “Yo imagino -dice Dario- que los amaneceres y atardeceres se han de ver sorprendentes, vale la pena subir todo el edificio para llegar a la azotea: te da otra perspectiva de la ciudad”.
A modo de despedida, Dario expresó que si se le da el mantenimiento necesario el edificio podría ser el sitio favorito de muchas personas en la ciudad “pienso que se podría aprovechar para muchas cosas, yo me imagino que comer ahí, escuchar música o simplemente leer con esa vista ¡sería increíble!”.
Lo cierto es que se viene un aniversario más del sismo de 1985 y con él, se seguirán recordando todas las irregularidades con las que se construyeron edificios en años previos al terremoto que se convirtieron en pérdidas humanas. Ojalá, este año se pueda conocer la situación en la que se encuentran los cimientos y la estructura del Condominio Insurgentes para poder cuidar a la gente que lo habita.
Vistas del interior del Condominio Insurgentes y la panorámica que ofrece desde las alturas. Cortesía: Rodrigo Hidalgo.
Fotografía antigua:
Colección Villasana-Torres, Archivo Hemerográfico y Fotográfico EL UNIVERSAL, Ramiro Chaves, Revista Arquine,
Fuentes:
Rodrigo Hidalgo. Dario Campos Cervera. Libro “Control de Edificaciones 1985-1988” del Departamento del Distrito Federal. Artículo “Terrores de la modernidad mexicana: el Condominio Insurgentes 300”, Jorge Vázquez Ángeles, Casa del Tiempo -UAM, septiembre 2014. “Una mole que se niega a caer”de José Luis Ruiz, EL UNIVERSAL, septiembre 2010. “Se atora caso Polo Uscanga”, Silvia Otero, EL UNIVERSAL.